Los enfermos de sida están expuestos a contraer infecciones oportunistas, que se cuelan entre las bajas defensas del organismo, pero en Argentina también deben ponerse en guardia ante el alto desempleo y la periódica falta de medicamentos.
"Yo no estoy dispuesta a tirarme en una cama a morir", aseguró a IPS Lorena Cebola, de 21 años, invadida por el virus del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).
Pero la situación de Cebola es límite. No consigue trabajo desde hace un año y necesita comprar cada mes un frasco de fármacos retrovirales que cuesta 360 dólares para luego someterse a un periódico examen de carga viral, que se paga 320 dólares.
La ayuda familiar y la solidaridad de los amigos permitieron que su tratamiento cumpliera tres meses. Pero cada vez le resulta más difícil. En los últimos días no pudo conseguir ni siquiera AZT, un producto básico contra el sida que debería entregarse en forma gratuita en los hospitales, pero escasea.
Los médicos le habían advertido a Cebola que inicie el tratamiento con saquinavir sólo si estaba segura de no abandonarlo.
"Yo creí que iba a poder (seguir el tratamiento) con la ayuda de mi hermana, pero a ella la echaron del trabajo". Ahora, en su familia, de cinco adultos y un niño, sólo trabaja el padre, como cuentapropista, y esos ingresos no alcanzan para pagar la terapia.
El de Cebola no es el "cóctel" que en Estados Unidos permitió que el índice de mortalidad por sida bajara este año por primera vez desde 1981.
Por el contrario, es la combinación que más deben evitar los enfermos: angustia, falta de trabajo, crisis económica, depresión, marginación e interrupción del tratamiento.
Los médicos insisten en que un enfermo que abandona el tratamiento con un producto retroviral como el saquinavir -que ayuda a bajar el nivel del virus hasta hacerlo casi desaparecer- queda en peores condiciones que aquel que no lo empieza, pues aumenta la resistencia del virus y la propensión a las infecciones oportunistas.
Pero muchos pacientes no tienen alternativa y lo interrumpen, un fenómeno que ayuda a propagar un tipo de virus mas resistente aún a los medicamentos de última generación. "Estoy preocupada, porque esta semana tuve fiebre y conjuntivitis", dijo Cebola.
En Argentina se cuentan unos 10.000 enfermos de sida y se calcula que hay también otros 180.000 infectados por el virus. En términos proporcionales, Argentina figura en cuarto lugar en América Latina, después de Puerto Rico, Honduras y Brasil.
En 1996, a pesar de que la curva de la enfermedad estaba en ascenso, el gobierno decidió rebajar de 17 a nueve millones de dólares el presupuesto asignado a campañas de prevención y medicamentos contra el sida.
Este año los fondos volvieron a subir hasta 19 millones, debido a las constantes demandas judiciales y manifestaciones callejeras de los enfermos y sus familias por la falta de fármacos.
No obstante, el Estado sigue suspendiendo de manera sorpresiva la entrega de medicamentos por problemas burocráticos. Licitaciones que no se cumplen, error en las previsiones o repartos dispuestos sin real conocimiento de las necesidades, son algunos de los problemas que causan la escasez de productos específicos.
A fines de 1996 faltaron durante varios meses los productos retrovirales y este mes se denunció que no había AZT en los hospitales públicos. Ocho organizaciones no gubernamentales que trabajan con enfermos de sida presentaron recursos de amparo para exigir al Estado la administración inmediata de medicación a los pacientes.
Rafael Freda, dirigente de la comunidad homosexual, advirtió a IPS que si la curva epidemiolgica sufre alguna alteración, a mediados de año se agotará la existencia de fármacos. "No hay proyecciones de como evolucionará la enfermedad", dijo.
El sistema de salud de Argentina se divide entre las obras sociales, que son organismos sindicales encargados de la atención a la población empleada, los servicios privados y los hospitales públicos. A los últimos acuden 85 por ciento de los enfermos de sida.
Los servicios privados de salud no atienden a los enfermos de sida. Para este año se espera la aprobación de una iniciativa legal que exige a esas empresas solventar el tratamiento de estos pacientes.
Y, como en las obras sociales casi nunca se consiguen medicinas, y sólo resta entonces a los enfermos de sida dirigirse a los hospitales públicos, donde no siempre hay para todos.
Mientras, se observa una "pauperización" de la enfermedad, según señaló a IPS la médica Mabel Bianco, de la Fundación para la Investigación y Estudios sobre la Mujer, que trabaja en sida.
En los últimos años cayó el nivel promedio de instrucción de los enfermos. "Desde 1990, la epidemia afecta principalmente a los sectores pobres de la población y, en mayor medida, a las mujeres pobres", reza un informe de la fundación que dirige Bianco.
Eduardo Ravelino tiene 50 años y hace tres perdió su trabajo de sereno, cuando sus empleadores supieron que su pareja había muerto de sida. Ravelino era seropositivo, aunque libre todavía de enfermedades oportunistas. Su cuadro empeoró por el duelo y el estrés de la falta de empleo.
"Estoy en tratamiento psiquiátrico. Me hará bien conseguir un trabajo, pero no lo consigo. Por suerte, tengo casa propia y mis hijos me ayudan, pero ellos también tienen problemas", dijo a IPS.
Ravelino debe hacerse un examen de carga viral, pero en los hospitales no hay reactivos. "Hace unos años yo iba a buscar medicamentos para mi pareja y no había tantos problemas. Ahora es mucha la gente que pide. Parece que hay más enfermos,… o quizás hay más pobres", observó.
Ante el incremento de la demanda, el Ministerio de Salud amplió el horario de atención a los enfermos de sida de cuatro a ocho horas diarias.
"Yo hice algunos días el esfuerzo de ir (a un hospital), aunque tenía el número 96 y cuando me tocó turno, ya no quedaba nada. Voy a intentar ir de nuevo", comentó Ravelino.
Tampoco Cebola baja los brazos. "Esta mañana fui a llenar una solicitud para trabajar en un supermercado. Espero que no me pidan un análisis de HIV porque me muero. Si consigo un empleo, prometo terminar por la noche la escuela secundaria".
Las leyes argentinas prohíben el despido de los enfermos de sida, pero el propio Estado hace excepciones. Las Fuerzas Armadas, la polica y otros organismos de seguridad no admiten personas infectadas por el virus, según consta en las fichas de inscripción.
"Si el Estado viola la ley nacional de sida con sus excepciones, ¿qué se puede esperar de la empresa privada?", observó Freda.
"El drama es que el sida, hoy, tiene esperanza, pero en este país, la corrupción, el desempleo y el desorden administrativo son tan grandes, que atentan contra toda esperanza", agregó. (FIN/IPS/mv/ff/he/97