A pesar de la hostilidad que se profesan mutuamente, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y el de Iraq, Saddam Hussein, parecen emerger, paradójicamente, como los ganadores en la última crisis en el Golfo.
Cuando envió 40.000 soldados a la ciudad kurda septentrional de Irbil, Saddam Hussein no solo reivindicó su influencia sobre una región que estaba fuera de su control desde la guerra del Golfo en 1991.
También demostró que los informes de inteligencia de Estados Unidos acerca de su presunta pérdida de poder se basaban, apenas, un sentimiento voluntarista.
Su acción también corroboró que la coalición occidental que emprendió contra Bagdad en los ámbitos político y militar hace cinco años era una alianza del pasado.
Clinton también salió favorecido, aunque sea en términos electorales, del enfrentamiento de la semana pasada.
Al lanzar dos ataques con misiles contra blancos militares iraquíes y ampliar la zona de embargo aéreo en el sur de Iraq hasta los suburbios de Bagdad, el presidente demostró que no tiene inconvenientes en aplicar medidas de fuerza.
La acción unilateral Clinton contra Saddam Hussein sin previa aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dejó sin base las acusaciones de Bob Dole, su contendiente republicano en las elecciones de noviembre.
Dole había manifestado que el presidente y candidato del Partido Demócrata a la reelección subordinaba los intereses de Estados Unidos a los del secretario general de Naciones Unidas, Boutros Boutros-Ghali.
El candidato del Partido Republicano surge como el gran perdedor en la contienda, junto a los kurdos, quienes, según todas las evidencias, perdieron la semiautonomía de la que gozaban en el territorio septentrional Iraq.
El control de los kurdos sobre esa región estaba garantizado desde 1991, cuando finalizó la guerra del Golfo, pues se trataba de una zona donde la coalición occidental impuso la prohibición de vuelos de aviones iraquíes.
Dole comenzó la semana criticando a Clinton por su "débil liderazgo", pero la terminó con elogios a la enérgica respuesta del presidente.
Una encuesta difundida el viernes 6 por el diario The Washington Post y la cadena de televisión ABC reveló que 54 por ciento de los estadounidenses preferirían a Clinton como comandante en jefe en un eventual nuevo conflicto con Saddam Hussein. Apenas 35 por ciento eligió a Dole.
Según el mismo sondeo, 72 por ciento aprobaba las acciones de Clinton en el Golfo.
Para colmo, Dole perdió espacio en los medios de comunicación ante las noticias en Iraq, las declaraciones del presidente y el huracán Fran. Ocho semanas antes de las elecciones del 5 de noviembre, la ventaja de Clinton en las encuestas de intención de voto parece congelada en 15 puntos porcentuales.
Mientras los analistas políticos coincidían en que Clinton se había convertido en el ganador de la pulseada, los especialistas en política exterior se muestran menos categóricos.
Los propios voceros de Clinton admitieron que la irrupción de Iraq en Irbil parece haber alterado la ecuación estratégica en una región que, supuestamente, estaba fuera de sus límites.
Con el tácito respaldo de Estados Unidos, Turquía anunció a fines de la semana que establecería su propia zona de seguridad en el norte de Iraq, que se extendería al menos 10 millas dentro del territorio de su vecino.
Se prevé que Irán, que en julio intermedió fugazmente en favor de la facción kurda expulsada por Iraq la semana pasada, vuelva a involucrarse en la disputada región.
En cualquier caso, quedaron hechos jirones los esfuerzos de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) para reconciliar los dos principales bandos kurdos en Iraq para construir una poderosa coalición contra Saddam Hussein.
Los agentes de la CIA supuestamente huyeron a Turquía el 31 de agosto ante la inminencia del ataque de Iraq.
Funcionarios de Washington admiten los avances de Saddam Hussein en el norte del país, pero aseguran que su posición estratégica en el sur, cerca de sus ricos vecinos Kuwait y Arabia Saudita, se vio comprometida por los ataques con misiles y por la ampliación de la zona de seguridad aérea.
"Saddam Hussein está estratégicamente peor de lo que estaba antes de que comenzara esta lucha", dijo Clinton el miércoles 4.
Al mismo tiempo, Washington no pudo evitar las reacciones entre sus aliados europeos y árabes. Jordania y Egipto, especialmente, cuestionaron los ataques contra el sur de Iraq, lo que deja de manifiesto la degradación de la imagen de Estados Unidos en la región, debilitada por recientes acontecimientos.
Entre estos hechos se cuentan el triunfo electoral del partido derechista Likud en Israel, el del islámico Partido del Bienestar en Turquía, el ataque con explosivos contra una base militar estadounidense en Arabia Saudita y la inquietud social que estalló el mes pasado en Jordania.
Tampoco alienta a la Casa Blanca la negativa de Francia a colaborar en la vigilancia en la zona de seguridad aérea ampliada en el sur de Iraq o la amenaza de Rusia de vetar cualquier condena a Iraq en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
"Clinton lo hizo bien la semana pasada, pero no estoy seguro de que los intereses de Estados Unidos a largo plazo se hayan fortalecido", concluyó un funcionario. (FIN/IPS/tra- en/jl/yjc/mk/mj/ip/96