BURUNDI: La miseria y el miedo

Miles de pobladores desplazados por la guerra de Burundi viven en el temor y la miseria cerca de los suburbios de la capital donde tenían su hogar, y la mayoría han perdido esperanzas de futuro.

Unas 5.000 personas están albergadas en un campamento de ocho hectáreas de tierra en Bujumbura, la capital, a sólo 300 metros de Kamenge, el suburbio de vivienas modestas pero pulcras del que proceden.

Kamenge fue abandonado en 1994 por sus residentes, la mayoría hutus, debido a ataques del ejército controlado por la minoría tutsi, que consideraba el lugar un bastión de los insurgentes.

El barrio, densamente poblado en otro tiempo, es ahora un pueblo fantasma, y la hierba crece en torno de sus edificaciones de ladrillo y bloques de carbonilla.

"Yo vivía allí", dice un joven, que señala Kamenge desde el polvoriento salón de clases que ahora comparte como refugio con 40 personas.

"Teníamos dos habitaciones, un salón, y agua corriente y electricidad. Era un hogar muy confortable", aseguró.

En un espacio vecino, que sirve de hospital, se encuentra un hombre llegado de las montañas que enfrentan a Bujumbura. Es tutsi, a diferencia de la mayoría de los habitantes del campamento, que son hutus. Sufre de tuberculosis y malaria y se cree que no sobrevivirá.

También son originarias de Kamenge muchas de las 1.500 personas concentradas en otro campamento, situado en el centro de Bujumbura, mientras un tercer grupo procede de las montañas cercanas, donde el ejército y los rebeldes hutus han librado feroces combates.

Varios casos de meningitis, malaria y diarrea se registran en el segundo campamento y hay en promedio cinco decesos por semana. El sarampión atacó el lugar hace algunos meses, dando muerte a 40 niños.

A pocos kilómetros de distancia, unas 600 personas viven en una escuela. Son tutsis, que debieron huir de Kanyosha, una localidad de las montañas arrasada por los insurgentes.

Según afirman, el hacinamiento en la escuela es preferible al peligro que anida en las montañas.

Burundi ha estado en conflicto durante décadas, pero la situación se agravó debido al asesinato en 1993 de Melchior Ndadaye, el primer presidente hutu. Ochenta y cinco por ciento de los 6,6 millones de habitantes de Burundi pertenecen a la etnia hutu.

La guerra civil se cobró 150.000 vidas desde el asesinato de Ndadaye. Algunos murieron en batallas entre el ejército tutsi y los insurgentes hutus, y otros fueron asesinados por uno u otro bando.

Mientras, los desplazados de la guerra son ya 255.000, de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas.

La lucha se redobló desde el golpe de Estado del 25 de julio, que llevó al poder al mayor Pierre Buyoya en reemplazo del hasta entonces presidente Sylvestre Ntibantunganya. Los rebeldes respondieron al golpe con una gran ofensiva en el norte.

Seis niños murieron a principios de este año en el campamento del centro de Bujumbura cuando varias granadas estallaron cerca del grupo en el que las víctimas se hallaban a la espera de su ración diaria de avena cocida.

Ninguno de los desplazados hutus que conversaron con IPS aceptó identificarse. Al respecto, explicaron que temen la persecución de los soldados tutsis y de sus aliados, los paramilitares "Sans Echecs" (Los que no fallan).

"La vida es difícil aquí. Por la noche suenan disparos y tememos que el ejército venga por nosotros", dijo un hutu.

Pero también la vida de los tutsis está en riesgo, especialmente tratándose de los que viven en zonas del interior. Muchos huyeron a Bujumbura, pero todavía quedan pequeños enclaves tutsis en aldeas fortificadas de la provincia de Cibitoke, un bastión de los insurgentes.

Fue precisamente la matanza de 330 tutsis en una localidad del centro del país el detonante del golpe militar de julio. (FIN/IPS/tra-en/jf/kb/ff/pr ip/96

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