AMERICA LATINA: La informalidad, válvula de escape del desempleo

En el auge del llamado milagro brasileño, durante la dictadura militar en los años 70, un general- presidente afirmó eufórico que la economía de su país iba muy bien a pesar de que el pueblo estaba muy mal.

Casi dos décadas después, la frase es aplicable para la gran mayoría de los países latinoamericanos, con unas pocas excepciones. Entre esas, predominan países donde la economía y el pueblo están mal. Sólo en el caso de Chile hay un moderado optimismo tanto por parte de empresarios como de sindicatos.

Los datos del primer semestre del 96 de países como México, Brasil, Perú, Colombia, Panamá y El Salvador indican un crecimiento del producto interno bruto (PIB) entre enero y julio, a la par de un imparable aumento del número de desempleados.

El aumento de la actividad productiva, que parece consolidarse por tercer semestre consecutivo, no generó ningun efecto positivo para los cerca de 60 millones de obreros y obreras cesantes en la región, según estimaciones sindicales.

Gobiernos y empresas anuncian proyectos e inversiones y destacan la creación de nuevos empleos, pero ese triunfalismo no resiste la divulgación de estadísticas sobre ocupación laboral.

"No hay, y casi seguramente no habrá, recuperación significativa de empleos en América Latina, porque la reanudación del crecimiento ocurre por automatización, nuevas tecnologías, sueldos más bajos y jornadas más largas", dijo el economista mexicano Jorge Castañeda en un reciente seminario en Brasil.

Es un pronóstico dramático para los aproximadamente 155 millones de latinoamericanos ubicados bajo la línea de pobreza (34 por ciento de la población del continente), según reveló un estudio divulgado por el Banco Mundial en el primer semestre del año en curso.

Normalmente, esos indicadores serían considerados como anticipo de inevitables estallidos sociales de grandes dimensiones pero la bomba de la miseria no explotó, hasta ahora, porque la economía informal crece de forma impresionante en toda la región.

No hay números precisos, pero los economistas ya manejan, sin grandes discusiones, la información de que la informalidad alcanza entre 30 y 40 por ciento de la actividad productiva latinoamericana.

Eso significa que las personas están encontrando empleos donde teóricamente no habría más fuentes de trabajo. La abrumadora mayoría de los puestos de trabajo creados en la informalidad urbana son en el sector de servicios.

Una investigación sobre la informalidad en Río de Janeiro, divulgada en julio último, reveló que los trabajadores autónomos y las microindustrias 'del patio trasero' generan por mes 500 millones de dólares, casi 12 por ciento del PIB del segundo estado más rico de Brasil.

El crecimiento de la informalidad económica es la gran válvula de escape para el desempleo masivo y crónico previsto por Castañeda.

Es también un fenómeno lleno de contrastes. Una encuesta del Instituto Libertad y Democracia de Perú revela que la jornada diaria de un trabajador informal es de 12 horas en promedio, cuatro más que la jornada legal.

Es un esfuerzo agotador, pero en Río de Janeiro, los 555.000 informales de la ciudad no tienen mucho de qué quejarse en cuanto a sus ingresos.

Una investigación de un organismo de estadísticas del gobierno indicó que el ingreso mensual promedio de un trabajador autónomo es de 914 dólares, ocho veces más que el sueldo mínimo legal que perciben un alto porcentaje de los trabajadores del sector formal de la economía. (FIN/IPS/cc/jc/if/96

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