RUANDA: Niños de la calle contribuyen a mantener aldeas

Algunos los consideran factor de inseguridad y otros desean rehabilitarlos, pero pocos comprenden el importante papel que los "mayibobo", o niños de la calle, desempeñan en cientos de aldeas de Ruanda.

Los mayibobo rondan mercados, estacionamientos de automóviles, restaurantes y bares, y para parte de la población de las ciudades no son más que niños y adolescentes andrajosos. Muchos los miran con desprecio, sin notar que, con frecuencia, los mayibobo ganan el sustento familiar.

Alexis Ahobantegeye, de 13 años, llegó hace dos años a la capital procedente de una remota aldea del sureño distrito de Butare, situada a 150 kilómetros de Kigali. Ahora es líder de un grupo de cuatro niños que siempre se encuentran cerca de la principal oficina de correos de la ciudad.

"Nuestro grupo se llama 'kajoliti", dijo Alexis a IPS. Kajoliti es un neologismo acuñado a partir de la palabra inglesa "casualties" (víctimas).

"Nos damos calor el uno al otro, pues hace mucho frío aquí", explicó Alexis, señalando su refugio, un abandonado puesto de periódicos en la esquina de la calle.

Los kajoliti, como otros miles de niños de la calle, sufren las consecuencias de la guerra civil y del genocidio de 1994, que provocaron una catástrofe socioeconómica.

Ellos y la mayoría de los mayibobo tienen sólo las calles para pernoctar y dependen para sobrevivir de la generosidad de la población de Kigali o de los pequeños trabajos que realizan.

Pero tienen un asombroso dinamismo. No sólo deben buscar medios de alimentarse, sino que también se esfuerzan por ahorrar dinero para llevar a sus familiares en el campo.

"El dinero es para muy pocos, pero no desesperamos", declaró otro kajoliti, Jean-Marie, de 15 años.

Hakizimana, de 14 años, aseguró que en julio pudo ahorrar unos 5.000 francos ruandeses (17 dólares). Regresó a su casa para entregar 3.000 francos a su madre, quien compró entonces semillas para la próxima siembra.

El genocidio de hace dos años convirtió a numerosas viudas en jefes de familia. Esas mujeres tienen la ayuda de sus hijos, tanto de los que permanecieron en las aldeas como de quienes se trasladaron a las ciudades en busca de medios de vida.

Algunos niños de la calle se especializan en alguna actividad específica, como un grupo que formó en el parque industrial de Kigali una cooperativa para lavar vehículos en el río Kinamba.

Ramazani Mugabo, de 15 años, que quedó huérfano en el genocidio y es cofundador de la cooperativa, trabaja desde las seis de la mañana hasta las siete y media de la tarde y en "un día de suerte" puede ganar 3.500 francos ruandeses (cerca de 12 dólares).

"Mi tarea me permite pagar los gastos de educación de mi hermano menor", explicó a IPS. Ramazani se propone abrir una cuenta en el Banco Popular.

Pero los funcionarios de la municipalidad de Kigali afirman que los mayibobo son a menudo fuente de inseguridad. "Algunos de estos niños fuman marihuana y toman parte de actos delictivos", afirmó un empleado municipal.

El gobierno intenta rehabilitar a los mayibobo y puso en marcha un proyecto para ayudarlos a concurrir a la escuela y salir de las calles.

Así mismo, las autoridades proyectan un censo de todos los niños de la calle, en colaboración con el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.

Organizaciones no gubernamentales (ONG) también participan del esfuerzo de asistir a los niños de la calle, aunque hay indicios de que sólo una pequeña proporción de los recursos entregados por donantes se destinan realmente a los mayibobo.

"Asociaciones de América del Norte y Europa han denunciado que donaciones entregadas a las ONG o a religiosos nunca llegaron a los niños que se intenta ayudar", afirmó el viceministro de Asuntos Sociales, Theodore Simburudari. (FIN/IPS/tra- en/jbk/kb/ff/pr/96

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