Vulgar para la prensa, facilista para no pocos músicos y mediocre para la Iglesia Católica, la salsa enfrenta en Cuba una polémica de alcance nacional que no disminuye para nada su popularidad.
Mientras críticos, cantores, religiosos y expertos ocupan los espacios del debate público, los cubanos despiden las últimas noches del verano bailando en plazas al aire libre con las agrupaciones salseras de moda.
Cada noche, sin importarle los constantes aguaceros de agosto, cientos de personas se concentran en un parque del Malecón habanero para "bailar, cantar y gozar", "olvidar las penas" y, como dicen algunos, "si es posible, ni pensar".
"La música popular bailable, como su nombre lo indica, es para bailar. La gente no va a pensar a un baile", dijo Isaac Delgado, uno de los salseros cubanos más populares quien, paradójicamente, tiene un repertorio impecable.
Algunos trovadores cubanos buscan precisamente en cierta "necesidad de no pensar", que dominó a la población en los peores momentos de la crisis económica que vive el país caribeño desde 1990, la explicación del auge de la música bailable.
Otros ven el boom de la salsa como un proceso coherente que llegó a la isla tras el rechazo, que duró más de una década, al movimiento que en Estados Unidos rescató la música tradicional cubana adicionando elementos sonoros de Puerto Rico, Venezuela, Colombia y República Dominicana.
Lo cierto es que, motivos aparte, a fines de la década pasada y principios de la actual, el movimiento salsero cubano empezó a crecer como la espuma y grupos aficionados en todo el país empezaron a hacerle la competencia a los profesionales que viven de la música.
La televisión cubana comenzó a transmitir el programa "Mi salsa" en uno de sus espacios estelares y propició el concurso anual "Buscando el sonero", al que se presentan decenas de solistas y grupos cada año.
Si la Nueva Trova fue la gran moda de los años 80, la salsa se convirtió en la música cubana más oída de los 90 y también la mejor pagada en la isla y en toda América Latina, Europa y hasta Japón.
"Al danzón lo acusaron de chabacano en los inicios, luego al son y a la guaracha. Si todo eso se hubiera eliminado en su momento, no existiría música popular cubana hoy", dijo el musicólogo Leonardo Acosta, en debate recogido por el semanario Juventud Rebelde, órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas.
Acosta, autor de algunos de los estudios más importantes sobre la música cubana contemporánea, opina que tachar a la salsa de vulgar es "un puritanismo excesivo" y, aunque hay casos "criticables", esa no es la generalidad.
Sin embargo, salvo honrosas excepciones, las agrupaciones salseras presentan al público textos superficiales que en la mayoría de los casos evaden la tradición de la música popular cubana de conjugar buena música con buenas letras.
Omar Vázquez, comentarista musical del oficialista diario Granma, se hizo eco de la polémica y aseguró que, además de convertir cualquier dicho callejero en canción, algunos salseros imponen un estilo agresivo en el texto con relación a la mujer.
Vida Cristiana, publicación dominical de la Iglesia Católica, dijo que la música que se fabrica en Cuba está plagada de "letras que incitan a la superficialidad, a la confrontación, al desprecio, al no pensar" y que, quiérase o no, acaban por "prenderse al espíritu y embotarlo".
Las historias son tan variadas como canciones y grupos. Una, invita a un amigo a una buena fiesta y les ofrece, en el mismo saco, muchas mujeres, una buena orquesta, ron, vino y cerveza. Otra recomienda a la muchacha que se busque "un papi riqui con guaniquiqui, pa' que tu goce pa' que tu tenga".
Las prostitutas aparecen como "brujas" y hablar se traduce en "bembetear un rato" en canciones que se nutren del llamado "lenguaje de la calle" y olvidan lo que para el salsero Pachito Alonso fue siempre la esencia de la música cubana: "sensual, pero fina".
"Para componer hay que tener un don, una gracia y hoy en día tenemos muchos compositores en Cuba. Y mucho facilismo. El 90 por ciento de todo, de la mediocridad y de los textos vulgares, está en el facilismo", dijo Adalberto Alvarez, cantante, compositor y director de orquesta, más conocido como "el caballero del son".
En la acera opuesta, José Luis Cortés, a quien llaman "El Tosco" y tiene fama de ser el más vulgar de los salseros cubanos, asegura que "todos los días aparecen en el habla popular términos nuevos, que hay quien juzga chabacanos, pero que terminan incorporándose al lenguaje".
"Yo canto para la gente que se levanta a las seis de la mañana a trabajar en el puerto, en los muelles, en los contingentes. No para los intelectuales que me critican", dijo El Tosco en el debate auspiciado por Juventud Rebelde, la segunda publicación periódica en importancia de la isla.
Las críticas tocan también a la radio y a la televisión estatales que, pese a tener comisiones que estudian las obras antes de su transmisión, suelen seleccionar los números a partir de criterios que no siempre tienen que ver con la calidad.
Al parecer, la censura en los medios vigila la temática de las canciones, persigue aquellos temas de la realidad cubana que no deben ser tocados públicamente y deja a un lado los criterios artísticos que deberían imperar en la selección.
Mientras tanto, la sangre no llega al río. Los grupos de salsa siguen dominando las noches de la isla, los críticos hablan hasta la saciedad, los músicos se defienden y los cubanos que llevan el baile en la sangre aprovechan los últimos días del verano.
"Nada me importa cuando estoy bailando y, para eso, la salsa es lo mejor", dijo Carlos Gómez, un estudiante de ingeniería mecánica que se enteró de la polémica sobre la salsa por la radio pero no le hizo el menor caso. (FIN/IPS/da/ag/cr/96