La clase media argentina ya no sueña con ascender al paraíso. Su vida transita ahora en un plano inclinado, y sus proyectos se concentran apenas en detener el declive.
Entre 1980 y 1995, la clase que tuvo su representación en la historieta de "Mafalda y su familia", creada en 1964 por el humorista conocido popularmente como "Quino", se alejó varios pasos del edén que tenía en su horizonte.
En estos 15 años, ese conglomerado de profesionales, comerciantes, maestros, pequeños empresarios o empleados públicos, retrocedió de 46 a 40 por ciento de la estructura social argentina, y no porque se haya hecho rico.
Los datos resultan de una investigación realizada por la demógrafa Susana Torrado en base a censos, encuestas y otras fuentes. La clase media, que colocó en el gobierno al primer presidente elegido por voto universal y obligatorio en 1916, parece extinguirse lentamente.
"Hasta 1976, Argentina ostentó altísimos flujos de movilidad ascendente. A partir de allí, tanto la movilidad ocupacional como la de ingresos muestran una neta preeminencia de flujos descendentes", observa Torrado.
Los protagonistas lo explican en términos mas simples, pero no menos contundentes.
"En lugar de progresar vamos para atrás", reflexionó para IPS Alberto, un ex mecánico automotriz que ahora sobrevive de trabajos de plomería. "Yo quería que mis hijas estudiaran, pero tuvieron que dejar", dice mientras martilla contra el caño, seguro de que el futuro "será peor".
Otra muestra de la caída: en 1980 no había desempleados de clase media. Ahora sí. En 1995, 24 por ciento de los descoupados resiste desde la trinchera del medio, donde todavía hay familiares mejor parados que tiran de la mano del caído en desgracia para que la corriente no se lo lleve.
"Es tan sútil, tan lento el deslizamiento que no nos damos cuenta, pero sin dudas que, aún con mayor preparación, estamos peor que nuestros padres", comentó a IPS Rosaura, una psicóloga que se casó con un diseñador gráfico.
La pareja tiene casa propia gracias a la colaboración de los padres. "Ellos nos ayudaron porque podían ahorrar, pero no creo que nosotros podamos hacer lo mismo con nuestro hijo", lamenta Rosaura, una de las representantes de ese 58 por ciento de encuestados por Gallup que "apenas llega a fin de mes".
La casa propia, el auto, las vacaciones de verano, los almuerzos del domingo en un restaurante, y hasta la ropa a la moda, son todos sueños que se podían realizar hasta hace unos años, cuando para la clase media tiempo era igual a progreso.
Ahora, los esfuerzos de la clase media -con excepción de los pocos que vieron crecer su patrimonio- se concentran en retener lo que se logró: no perder el trabajo, no renunciar a los libros, a la música, las salidas al teatro o a ver fútbol, aunque sea en dosis más pequeñas o espaciadas.
"Ya no pienso en cambiar el auto cada dos años. Apenas puedo mantener un Renault 12 modelo 1988 y el día que no lo pueda hacer lo vendo y me compro una bicicleta", se resignó Jorge, profesor de matemáticas.
"En la época de mis viejos -los padres-, ser profesor era un orgullo. Te daba estatus. Hoy es al revés. Los profesores somos los que más perdimos en estos últimos años y ya nadie quiere dedicarse a enseñar", agrega.
La aseveración de Jorge es refrendada por Luis, chofer de una embajada en Buenos Aires desde hace casi 40 años. "Mi mayor preocupación fue que mis hijos estudien. Yo quería que ellos tuvieran un trabajo mejor que el mío", cuenta a IPS.
"Mi hija se recibió de arquitecta hace seis años pero no tiene trabajo. Mi hijo hizo la carrera militar, se casó y tiene dos hijos, pero yo lo tengo que ayudar porque no le alcanza lo que gana", asegura Luis, ya en edad de jubilarse.
El caso de Luis se repite también al revés. Los hijos casados, aún con dificultades, deben ayudar a los padres que no pueden vivir de su jubilación.
Y si no están en condiciones de pagarle una institución geriátrica tienen que llevarlos a vivir con ellos, en espacios varias veces más reducidos de los que había hace 50 años.
¿Adónde va la clase media que ya no marcha al paraíso ? La pregunta tiene mas de una respuesta. Hay quienes aún conservando casa y auto, pasaron a la categoría de "nuevos pobres" o "pobres por ingresos". Son los que no ganan lo suficiente para cubrir lo que se considera como necesidades básicas.
Otros se mantienen en el medio pero pasaron de media-alta a media-media o media-baja, explican los sociólogos.
Quizás conservan casa propia o rentan un departamento, pero no tienen resto para salir de vacaciones, pagar una educación mejor a sus hijos y mantener el nivel de vida de hace algunos años.
En este contexto, el programa de reforma económica impulsado por el presidente Carlos Menem desde 1989, no contribuyó a reforzar la red que debería sostener a los que van cayéndose por la pendiente. Al contrario.
Las privatizaciones y la reforma del Estado, que dejaron sin empleo a 600.000 personas -en su mayoría de clase media-, la falta de incentivo a las economías regionales, y la ausencia de recursos para mejorar los servicios de salud y educación públicas, aceleraron la caída.
"Ahora cada vez es más común encontrar gente de clase media en el hospital público, pero antes no se veía. El hospital era para los pobres, pero ellos ahora no vienen porque de tan pobres no tienen ni para el boleto (pasaje de ómnibus)", dice a IPS Sandra Novas, una psiquiatra del Hospital de Niños de Buenos Aires.
La observación de la psiquatra también está refrendada por las estadísticas. Los marginales o excluídos, como se llama a la franja de los más pobres entre los pobres, se incrementó de 14 a 25 por ciento entre 1980 y 1995, según la investigación hilvanada por Torrado.
En el mismo período, el 10 por ciento mas rico de la sociedad fue el único sector que vio crecer el ingreso familiar dentro del esquema de distribución de la riqueza: de 28,7 por ciento que percibía en 1980, ahora consigue acaparar 35,4 en desmedro del resto que pasó de repartirse 71,3 por ciento en 1980 a 64,6 por ciento en 1995.
La movilidad hacia arriba sólo fue concreta para los que ya poseían alguna fortuna. Para los demás fueron casi todos golpes. Por eso, la esperanza de progreso que hace medio siglo estaba representada por los hijos de los pobres inmigrantes europeos que llegaban a la universidad, hoy no existe.
Los padres no confían en un futuro mejor para los hijos y sus expectativas se limitan apenas a intentar que el horizonte, más cercano y realista ahora, no sea peor que su presente. (FIN/IPS/mv/dg/pr/dg/96)