En la sierra sur central de Peru, en la noche del Viernes Santo, cuando Cristo está muerto y los demonios quedan libres, los "danzaq" protagonizan su matrimonio con las grandes tijeras de acero que utilizan en sus bailes, en una ceremonia presidida por Satanás.
A partir de su iniciación, los "danzaq" son una mezcla de artistas populares y cultores de un rito de adoración a los antiguos dioses (los "wamanis"), y deben recorrer las aldeas y comunidades, bailando en las plazas públicas en ocasión de las fiestas de los santos que son patrones de cada pueblo.
Los turistas que fotografían y filman a los "danzantes de tijeras", que bailan enloquecidos, desafiándose entre ellos en saltos y contorsiones inverosímiles, ignoran estar frente a una forma de rendir culto al Diablo, efectuado por personas y ante auditorios que, al mismo tiempo, temen y aman a Cristo.
La Semana Santa en las zonas indígenas de la sierra peruana hace aflorar el sincretismo surgido entre el cristianismo y las religiones y mitos prehispánicos.
El cristianismo ha ingresado en el mundo andino más por sus expresiones rituales que por sus concepciones doctrinarias, y los santos han sido asimilados como dioses menores, generalmente vinculados a alguna "huaca" o dios tutelar indígena.
El cristianismo es monoteísta, en tanto que los incas eran politeístas y animistas, consideraban como dios principal al Sol, padre vivificador, y a la tierra ("Pacha Mama"), diosa madre proveedora, y adoraban también a las montañas, ríos y otras fuerzas de la naturaleza.
"La idea de la muerte y resurrección de Dios Cristo ha ingresado profundamente en la mentalidad andina y se ha entroncado con algunos mitos indígenas, como el del Incarri, un rey divino muerto a manos de los españoles y que resucitará algún día para liberar a su pueblo", dice el antropólogo Juan Ossio.
Ossio señala que en la cosmovisión indígena, Cristo está asociado con la idea del orden existente sobre la tierra, y que cuando muere, las divinidades que moran en los mundos subterráneos se desatan y provocan el caos, que cesará cuando el Dios bueno resucite y derrote nuevamente al mal.
Pero, mientras Cristo está ausente, es prudente rendirle respetuoso culto a la liberadas fuerzas del mal, para impedir que nos haga daño.
La danza de tijeras es una forma de adoración a los "wamanis", dioses quechuas entre los que se incluye a los "apus", senores de los cerros.
El baile de los "danzaq" es una creación indígena pero no prehispánica, pues las tijeras y los dos instrumentos musicales que lo acompañan, el violin y una peculiar arpa, son de origen español.
Según antropólogos y musicólogos, el "baile de tijeras" surgió como respuesta a los ritos cristianos y desciende del "taqiy onkoy", un baile prohibido por las autoridades de la colonia española, pues incitaba a la rebelión.
El taqiy onkoy era llamado "enfermedad del baile" por los españoles, quienes afirmaban que al oir sus compases los indígenas, danzaban hasta la extenuación o se lanzaban en un frenesí destructor y rebelde.
De alguna manera, el baile de la rebelión contra el poder colonial fue convirtiéndose en una manifestación de confrontación contra el cristianismo, la religión traída por los españoles.
Eso explica por qué los esponsales del "danzaq" con sus tijeras se realizan frente a Satanás, que es al mismo tiempo un "wamani" o fuerza tutelar del mundo divino indígena sojuzgado por el cristianismo.
Algunas veces los músicos también tienen que participar en ritos demoníacos de iniciación, para tocar mejor las extrañas melodias que hacen bailar a los "danzaq".
El más conocido de los violinistas indígenas, Máximo Damián, amigo del extinto novelista José María Arguedas, explica que su padre, Justiniano Damián, también violinista, lo llevó cuando niño a la ceremonia en la que hizo el "pacto con el Maligno, para que pudiera tocar para los 'danzaq".
"En algunos rincones de Ayacucho, sobre algunas piedras, ahí está el demonio. Hay que bailar y tocar para él en las noches del jueves y viernes santo", expresa Máximo, quien sostiene ser "católico y apostólico, pues no se opone".
Damián ha tocado en Ginebra, Bonn y Paris, en 1995 le dieron el Premio Nacional de Folclore, recientemente grabó su primer disco compacto y no le gusta hablar mucho, pero cuando entra en confianza asegura que los "apus" hablan por su violín.
"Los demonios, las piedras y los cerros hablan por mi violín. También lloran los muertos. No me preguntes mucho, sólo escucha", dice. (FIN/IPS/al/ag/cr-pr/96)