En las últimas semanas se ha hablado mucho acerca del futuro. El año 2030 ha sido señalado por las Naciones Unidas como el decisivo, cuando los efectos del cambio climático se vuelvan catastróficos e irreversibles, si es que nuestros sistemas de producción y consumo se mantienen tal como hoy.
Ese mismo año ya había sido establecido por los países del mundo como la fecha límite para resolver todas las desigualdades y desafíos de nuestro modelo de desarrollo actual.
Es decir, nos quedan menos de 12 años para lograr que todas las personas lleven una vida digna, sin hambre ni pobreza; para que nuestros sistemas productivos sean más responsables y hagan frente al cambio climático; para que las 8.600 millones de personas que seremos para entonces, vivamos en un entorno seguro, con paz y justicia.
Pensando el futuro de esa manera, el año 2030 no parece tan distante, sino abrumadoramente cercano. Tanto que nos hace preguntarnos si nuestros gobiernos, nuestras instituciones y nuestras capacidades técnicas y humanas serán suficientes para cumplir con las 169 metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, entre las cuales 132 son relevantes para el medio rural.
Son cientos de prioridades y mecanismos estratégicos. Millones de vidas en juego. Solo grandes cambios de comportamiento y transformaciones en las políticas pueden dar respuesta al desafío que hemos asumido como habitantes de este planeta.
La inminencia del año 2030 también debería hacer que nos preguntemos si de verdad estamos incluyendo a todas las personas en esta apuesta de la humanidad por el futuro.
Se habla mucho sobre la responsabilidad compartida entre los países ricos, pobres, grandes y pequeños, entre el mundo rural y el urbano, entre mujeres y hombres. Pero las desigualdades aún forman parte de la vida de más de 600 millones de personas latinoamericanas y caribeñas, entre ellas las mujeres y los pueblos indígenas.
¿Cómo podemos pedir a las agricultoras y agricultores familiares que implementen mejores prácticas agrícolas si los mercados y el sistema económico los sigue dejado atrás?
¿Cómo le decimos a una mujer rural que debe aumentar su productividad para abastecer la creciente demanda de las ciudades por alimentos, si la brecha de género ni si quiera le permite a ella producir en igualdad de condiciones que los hombres?
Y es que el soñar con un mejor futuro para el mundo, plantea la necesidad urgente de que el mundo mejore para millones de personas que permanecen marginadas tras siglos de discriminación, violencia e invisibilización.
Es por eso que este año, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, en conjunto con ONU Mujeres, los mecanismos de integración de Centroamérica y Sudamérica, y las instituciones de desarrollo rural de Brasil y Uruguay, nos hemos unido para difundir un mensaje fuerte y claro:
“No lograremos el desarrollo sostenible si antes no eliminamos las desigualdades entre hombres y mujeres en los territorios rurales de América Latina y el Caribe”.
Si bien en las últimas décadas nuestra región ha tenido enormes avances en el empoderamiento de las mujeres, todavía quedan grandes desafíos para que puedan reconquistar el control sobre sus vidas, sus planes y sus sueños.
Porque cuando las mujeres se empoderan y ejercen sus derechos, también recuperan su voz para hablar del futuro. Si imagináramos qué diría esa voz sobre el 2030, nuestro año decisivo, seguramente el mensaje sería: El futuro es con nosotras y nada sobre nosotras podrá seguir siendo sin nosotras.
Sin duda, se trata de una deuda histórica que necesitamos saldar cuanto antes, si realmente creemos en que tenemos una responsabilidad compartida para que la vida continúe en el planeta y la dignidad de todas las personas prevalezca.
Por eso, ahora es el momento de equilibrar la balanza de las oportunidades en su favor, porque el momento también fue ayer. Y hace siglos.
Esta columna forma parte de la campaña #MujeresRurales, mujeres con derechos, una iniciativa conjunta de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ONU Mujeres, el Consejo Agropecuario Centroamericano del Sistema de la Integración Centro Americana (CAC/SICA), la Reunión Especializada sobre Agricultura Familiar del Mercosur (REAF Mercosur), la Secretaría Especial de Agricultura Familiar y Desarrollo Agrario de Brasil (SEAD), y la Dirección General de Desarrollo Rural de Uruguay (DGDR/MGAP).