Cuando el huracán Mitch asoló Honduras y buena parte del resto de América Central en 1998, la dimensión del desastre impidió advertir que los vientos y las lluvias arrasaron también el patrimonio cultural, artístico e histórico.
Entre el 22 octubre y el 5 noviembre de 1998, Mitch se movió por el mar Caribe, América Central, el sur de México y de Estados Unidos. En Honduras dejó 6.500 muertos y unos 9.000 desaparecidos, más de 300.000 personas sin vivienda, 60 por ciento de la red vial destruida y unos 4.000 millones de dólares en pérdidas económicas. En los años que siguieron no hubo espacio para observar otros daños.
"Nos olvidamos de los eventos que marcaron ese calendario histórico que produjo y nos dejó el huracán Mitch, sobre todo para recordar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos", dijo a Tierramérica el historiador Darío Euraque, director del Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH).
Euraque y un grupo de historiadores, restauradores, cineastas y geógrafos se han dado a la tarea de investigar y documentar el impacto del Mitch en el patrimonio cultural hondureño, una década después.
No es fácil, "porque casi no hay escritos, la literatura criolla es escasísima, y ello nos presenta el enorme desafío de cómo rescatar lo perdido para comenzar a construir la memoria futura", comentó.
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Según lo registrado hasta ahora, los mayores daños fueron la destrucción del patrimonio documental.
La historiadora Daniela Navarrete arguye que "es normal que nos centremos en las vidas humanas, las carreteras, viviendas y demás; todo ello es parte de la vulnerabilidad", pero ésta también "pasa también por nuestra riqueza cultural, y esa reflexión pluridisciplinaria no la hemos hecho aún", dijo a Tierramérica.
Los antiguos barrios de Tegucigalpa, El Edén, la Concordia, Miramesí, El Jazmín y el Barrio Abajo fueron muy golpeados por Mitch. Y el mes pasado, cuando cayeron aguaceros que ocasionaron daños de más de 100 millones de dólares, residentes de esas zonas debieron ser desalojados porque se detectaron fallas geológicas.
El edificio de la iglesia católica San Cayetano, en El Edén, se vino abajo ante la mirada impávida de los vecinos, que intentaban regresar a sus hogares, pese a las fisuras en el suelo y las viviendas.
El Edén, Miramesí y La Concordia, parte del centro histórico, presentan fallas desde inicios del siglo pasado y encierran enormes riquezas culturales.
El 7 de este mes, el IHAH presentó la obra "Un balance cualitativo del huracán Mitch", de la escritora hondureña Leticia Oyuela, fallecida hace menos de un año.
En el libro, Oyuela recuerda el origen de Tegucigalpa como centro minero —fundada por los españoles en 1578 sobre un poblado ya existente—, el porqué de su emplazamiento en una zona montañosa y de sus calles angostas y empinadas que daban la sensación de una urbe incrustada en el corazón de la montaña, rodeada de bosques de pino.
Esos bosques ya no existen, sustituidos por suburbios marginales. La deforestación incidió en la pérdida del clima fresco y el aire puro de la capital, emplazada a unos 990 metros sobre el nivel del mar.
Esa configuración de nuevos centros urbanos, apunta Navarrete, se agudizó tras el huracán. Hoy se los conoce como las "colonias del Mitch", y muestran la ausencia de planificación urbana y el nacimiento de un tejido social que no ha sido analizado.
El Instituto Nacional de Estadísticas divide los centros urbanos en tres categorías: grandes, medianos y pequeños. Para ser tales, deben tener más de 2.500 habitantes y servicios básicos como agua, energía, y alcantarillado.
Se presume que tras el huracán, al menos 80 de casi 100 centros urbanos identificados sufrieron grandes daños, deterioro del patrimonio cultural y, sobre todo, pérdida de archivos.
El desborde del caudaloso río Choluteca, que cruza Tegucigalpa, arrasó con bibliotecas, epistolarios familiares, muebles antiguos, casas coloniales del siglo XVII, que caracterizaban el barrio andaluz de la Joya, y el museo de pintura de la poeta y escritora Clementina Suárez (1902-1991).
De la colección de Suárez apenas se rescataron 20 obras, incluidos valiosos lienzos de artistas salvadoreños, hondureños y costarricenses. El IHAH está restaurando cinco de esas piezas.
El Choluteca destruyó el histórico centro que albergaba las oficinas de la empresa estatal de electricidad, cuyos muros fueron arrancados de cuajo. Se salvó el mural del pintor Arturo López Rodezno, alusivo a las relaciones de producción y explotación laboral, hoy sumido en el abandono y destinado a refugiar a vagabundos y niños de la calle.
Sólo ahora "entendemos que los huracanes no se quedan en las costas, debemos educarnos para el riesgo y para la protección del patrimonio cultural porque nos quedaremos sin historia si no aprendemos las lecciones", apuntó el geógrafo Ramón Rivera, de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Los desastres naturales pueden haber causado la desaparición del imperio de los mayas, que tuvo en el occidente hondureño uno de sus principales asentamientos, recordó Navarrete. "No queremos que eso se repita", concluyó.
* La autora es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 15 de noviembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.