ISRAEL: Olmert, el sobreviviente

El logro más destacado de Ehud Olmert es haber permanecido dos años como primer ministro de Israel contra casi todos los pronósticos.

Olmert, a cargo de la jefatura de gobierno tras las elecciones de marzo de 2006, ha convertido la supervivencia política en una forma de arte, desafiando a agoreros dirigentes partidarios, periodistas especializados y académicos israelíes.

Pocos creyeron que seguiría allí al cabo de la guerra que Israel lanzó contra el Partido de Dios chiita y prosirio de Líbano en julio y agosto de 2006.

Olmert se embarcó en esa campaña como respuesta al asesinato de ocho soldados israelíes y el secuestro de otros dos a manos de Hezbolá. Pero no logró derrotarlo, mientras miles de misiles disparados por el brazo armado de ese partido caían a diario en el norte de Israel.

La conflagración concluyó con el cese del fuego alcanzado gracias a la mediación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
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La imagen de Olmert se hizo añicos. El índice de aprobación de su gestión, según las encuestas, cayó a porcentajes de un solo dígito, los más bajos jamás registrados para un primer ministro israelí en funciones.

Pocos creyeron que sobreviviría a la divulgación de las primeras conclusiones de un grupo de trabajo oficial que analizó el desempeño del gobierno y del ejército en la guerra de Líbano.

Hace un año, ese panel atribuyó a Olmert "serias fallas de juicio, responsabilidad y prudencia". Pero el gobernante capeó la tormenta y logró cierta estabilidad política para el desempeño de su gabinete.

Lo que no sobrevivió fue uno de los compromisos que asumió en la campaña electoral de 2006: retirar al ejército israelí y a los colonos judíos de buena parte de Cisjordania, tal como lo había hecho el ex primer ministro en toda la franja de Gaza en agosto de 2005.

El plan quedó archivado inmediatamente después de la guerra de Líbano. La retirada de Gaza había sido una decisión unilateral del gobierno israelí, al punto que Sharon se negaba a negociar los detalles con las autoridades palestinas.

La vasta mayoría de israelíes aplaudieron entonces la medida, pues entendían al mismo tiempo que la ocupación de territorio árabe ya no era viable y que los palestinos carecían de confiabilidad como negociadores.

Sin embargo, Israel también se había retirado unilateralmente de los territorios que ocupaba en el sur de Líbano en mayo de 2000, y la renovada violencia en esa zona echó por tierra el apoyo de la ciudadanía a nuevas medidas unilaterales.

El hecho de que insurgentes palestinos comenzaran a disparar cohetes a Israel desde Gaza poco después de la retirada de ese territorio debilitó aun más el apoyo al plan de repliegue de Cisjordania que había formulado Olmert.

No obstante, el primer ministro parece no haber abandonado la idea. Según él, si Israel no se desvincula de Gaza y Cisjordania, donde viven unos 3,5 millones de palestinos, el país podría ser comparado con la Sudáfrica del apartheid.

En ese sentido, Olmert alega que la balanza demográfica de Israel se inclina rápidamente a favor de la población árabe, y que la actual mayoría judía corre riesgo de convertirse en una minoría.

Según diversos cálculos, dentro de un decenio la suma de árabes residentes en Israel y en territorio ocupado superará la población judía de este país y de los asentamientos en Palestina.

Si colapsara la solución de dos estados, que implica la creación de una Palestina independiente, habrá "una lucha al estilo sudafricano por derechos electorales igualitarios, y apenas eso ocurra Israel estará acabado", dijo Olmert el año pasado.

"Las organizaciones judías, que fueron nuestra base de poder en Estados Unidos, serán las primeras en ponerse en nuestra contra, porque dirán que no pueden apoyar a un estado que no apoya la democracia y la igualdad del voto para todos sus residentes", agregó.

Lo que Olmert les decía a sus conciudadanos era que Israel dejaría de existir como estado judío una vez que se consolidara una mayoría árabe.

Estas declaraciones, pronunciadas en vísperas de la cumbre de paz de Annapolis patrocinada a fines del año pasado por Estados Unidos, respondían al intentos del primer ministro por conseguir apoyo para la renovación de las negociaciones con sus interlocutores palestinos.

El diálogo, efectivamente, se reanudó, pero con dificultades, y en cuatro meses no han logrado ningún avance tangible.

La guerra de Líbano no ha sido el único problema de Olmert. Hasta hace unas semanas, anunciaba que sobre la mesa de negociaciones estarían todos los asuntos centrales del conflicto palestino-israelí: las futuras fronteras de un estado palestino y el destino de Jerusalén, de los refugiados palestinos y de los asentamientos judíos.

Pero, luego de que el partido judío ortodoxo Shas amenazó con retirarse del gobierno, Olmert sostiene que Jerusalén ya no es negociable.

Para Olmert, la ecuación es simple: si Shas abandona el gabinete, quedaría privado de la mayoría parlamentaria y se vería condenado a unas elecciones anticipadas que tiene pocas posibilidades de ganar.

Las encuestas señalan como sólido favorito en eventuales comicios al líder del derechista partido Likud, Benjamin Netanyahu, mientras que el centrista Kadima, de Olmert, reduciría su presencia parlamentaria de 29 escaños a 12. A nadie sorprende, por lo tanto, que Olmert no tenga prisa por ir a las urnas.

Algunos consideran que la mejor —o la única— posibilidad de que Olmert gane en los comicios sería alcanzar un acuerdo con la Autoridad Nacional Palestina. Pero si eso no sucede, se hundirá.

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