Pánfilo Aborrezco conoce los secretos del mar como la palma de su mano. Tengo 71 años y desde los siete salía a pescar con mi padre. No sabría hacer otra cosa, dice.
El hombre, de piel curtida a fuerza de sol caribeño, habla con la mirada perdida en un punto lejano de esas aguas que hoy no ofrecen las riquezas de antaño. Pescar para mi no es un trabajo, lo hago para pasar el tiempo y mantenerme en forma, afirma.
La pesca es la principal actividad económica de la ciudad de Caibarién, de unos 40.000 habitantes y ubicada en la costa norte de la centro-occidental provincia de Villa Clara, pero los recursos marinos ya no son tan abundantes, debido, en parte, al exceso de capturas y el empleo de artes de pesca dañinas para el entorno.
Según especialistas, el uso de chinchorros, mallas de pequeños orificios y otras artes y métodos de captura incide en la productividad biológica y es causa directa de la degradación del medio y los recursos pesqueros.
Sí, han disminuido los peces, pero yo no creo que sea por sobrepesca ni por cómo se hacen las capturas. Eso tiene que ver también con el medio ambiente, opinó Aborrezco en conversación con IPS.
No anda descaminado en su apreciación. Los especialistas añaden a la sobreexplotación factores como la contaminación, el aumento de la temperatura del mar y el crecimiento de la salinidad debido a la menor afluencia de agua dulce.
Aborrezco no concuerda con la decisión de eliminar gradualmente el uso del chinchorro hasta 2007, cuando saldrá totalmente de circulación ese tipo de equipamiento que desde hace algunos años está prohibido también para la pesca privada.
Se trata de un arte de pesca que tiene al menos dos tipos de paños, uno de mayor paso de malla en las alas y otro de menor paso de malla en el copo, que es donde finalmente quedan atrapados los peces.
Los chinchorros se usan en zonas cercanas a la costa de los embalses, y pueden ser tirados por dos embarcaciones, cubriendo áreas de casi dos kilómetros, según la longitud de las redes. Se estima que rinden de tres a 20 toneladas por lance.
Esa amplia extensión aumenta los daños al hábitat marino, pues a su paso destruye los refugios de invertebrados y peces, remueve los sedimentos y aumenta el estrés de los animales que escapan a la captura.
De 1995 a 1998, los barcos chinchorreros de la pesquera de Caibarién aportaron 44 por ciento de la captura de escama (toda menos tiburones y rayas), con sólo tres o cuatro barcos pescando. Otro 25 por ciento correspondió a las redes o manteletas, en tanto otras artes, como tranques y nasas de placer, aportaron el 26 por ciento restante.
Si quitan el chinchorro se va a afectar la pesca. No habrá más capturas de chicharro. También disminuirá la pesca de biajaiba, cubereta y pargo, una de las especies que más se pesca con este arte, alerta Aborrezco.
Las regulaciones para hacer sostenible la pesquería y proteger el ecosistema incluyen el establecimiento de varias zonas de veda, lo que ha reducido a menos de la mitad las capturas permitidas a la empresa de Caibarién.
Actualmente, está vedada una parte de Sancti Espíritus (provincia vecina a Villa Clara) y tampoco se puede pescar a un kilómetro al norte y otro al sur del pedraplén, la carretera que une, por el mar, a Caibarién y cayo Santa María.
La veda incluye a toda la parte de la cayería frente a Santa María. Es una zona rica de peces que ahora no se puede trabajar y no se han dado las razones para esas medidas, afirma Aborrezco.
Estudios del Instituto de Oceanología del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente indican que la sobrexplotación pesquera en Cuba se hizo evidente en los años 70.
Hacia 1995, 38.9 por ciento de los recursos pesqueros de Cuba se encontraba en una fase decadente, 47,7 por ciento en fase de madurez con alto nivel de explotación y sólo 12,4 por ciento en fase de desarrollo, según esas fuentes.
En los años 80, un sistema más elaborado y estricto de regulaciones de pesca había contribuido a una cierta recuperación, pero comenzaron a surgir problemas como la degradación de las lagunas costeras por contaminación.
Estas áreas, que son la interfase entre la tierra y el océano, reciben agua dulce que se mezcla con la salobre, y constituyen generalmente zonas de cría de muchas especies comerciales.
En el caso de la bahía Buena Vista, en Caibarién, el principal foco contaminante es el ingenio azucarero del vecino municipio de Remedios, cuyos residuos llegan hasta el mar a través del río Guaní.
En tiempos de sequía esa suciedad se acumula en el lecho del afluente hasta que las primeras lluvias la arrastran de golpe hacia la bahía, un área poco profunda y vulnerable por estar bordeada de cayos, con grave daño para la vida marina.
La bahía de Buena Vista cobija a numerosas especies de interés comercial y es lugar de desove de peces y crustáceos, además de ser sitio de anidamiento de aves marinas.
Ese ecosistema es parte del archipiélago Sabana-Camagüey, que abarca desde la provincia de Matanzas, a 100 kilómetros de La Habana, hasta Camagüey, distante 530 kilómetros de la capital.
Un vasto programa de desarrollo y protección de la biodiversidad para toda esa región costera incluyó el estudio y propuesta de alternativas para hacer sostenible la actividad pesquera.
Alfredo Nieto, coordinador para Villa Clara de ese proyecto en el gubernamental Centro de Estudios y Servicios Ambientales (Cesam) explicó a IPS que las opciones incluyen el cultivo de esponjas y ostiones.
El camino es detener el deterioro de las especies, buscar su recuperación e iniciar el maricultivo de las especies que sea posible, señaló.
El proyecto de Manejo Integrado Costero en Sabana-Camagüey cuenta con apoyo del gobierno cubano, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y de otras instituciones.