La venta ilegal en Italia de semillas de maíz genéticamente modificado puso bajo investigación judicial a 10 firmas productoras de alimentos, cinco locales y cinco transnacionales.
La fiscalía de la septentrional ciudad de Turín descubrió esas semillas, llamadas alimento de Frankenstein por organizaciones no gubernamentales (ONG), en la investigación de 54 muestras.
El fiscal de Turín, Raffaele Guarienello, acusó a las 10 compañías de violar el decreto que prohibió el año pasado usar semillas de transgénicos, y de fraude comercial, porque los compradores de esas semillas ignoraban sus características.
El director de la asociación italiana de sociedades que se dedican a la venta de semillas, Marco Nardi, alegó que los integrantes de esa organización se esfuerzan por respetar las normas, y que el hallazgo de la fiscalía turinesa debe ser consecuencia de errores accidentales.
La misma línea de defensa adoptó Edoardo Ferri, representante en el país de la transnacional Monsanto, con sede en Estados Unidos y una de las acusadas por Guarienello.
Ferri destacó que el concepto de pureza absoluta no existe en agricultura y que los exámenes habrían detectado menos de 0,1 por ciento de semillas de transgénicos en las muestras.
Guarienello indicó que una semilla genéticamente modificada se multiplica fácilmente, y puede contaminar plantaciones enteras, y que por eso está prohibida la introducción al país y a los demás de la Unión Europea (UE) de transgénicos, incluso en cantidad infinitesimal, así como su producción.
Monsanto, con una facturación anual de más de 8.600 millones de dólares y presencia en más de 100 países, es uno de los líderes mundiales en biotecnologías que modifican el contenido genético de microbios, plantas y animales, para crear variedades empleadas sobre todo en agricultura, ganadería y medicina.
Las ventajas de las plantas transgénicas son crecimiento más rápido, mayor resistencia a frío, insectos y pesticidas, variaciones de sabor y prolongada conservación. En el caso de los animales, se logra por ejemplo aumentar el rendimiento por cabeza en términos de leche o carne.
Las aplicaciones médicas de la biotecnología apuntan, entre otras cosas, a la producción de nuevos fármacos y a la disponibilidad de órganos para transplantes.
Entre los riesgos están los asociados con posibles efectos imprevistos en seres vivos, de tipo tóxico o alérgico, y con la posibilidad de alterar en forma perjudicial ecosistemas.
El negocio de los organismos genéticamente modificados tuvo en 1975 una facturación de 75 millones de dólares, y ha crecido de modo explosivo en los últimos tiempos, con 235 millones en 1996, 670 millones en 1997, y 1.500 millones de dólares en 1998. Se prevé que la facturación en 2010 será 25.000 millones de dólares.
En el mundo hay más de 44 millones de hectáreas dedicadas a cultivos transgénicos, que se concentran en tres países: casi 30 millones de hectáreas en Estados Unidos, unos 10 millones en Argentina, y unos cuatro millones de hectáreas en Canadá.
Entre las plantas transgénicas comercializadas hasta ahora para uso agrícola hay dos variedades de remolacha resistente a los herbicidas, seis de colza, cinco de algodón, ocho de maíz, dos de papa resistente a insectos, una de achicoria, una de soja, y cinco de calabaza resistente a virus.
Los 15 Estados miembros de la Unión Europea (UE) han adoptado estrictas precauciones en relación con los transgénicos, pero autorizaron de 1991 a 2000 el desarrollo en condiciones experimentales de 1.616 plantas genéticamente modificadas.
Sólo se venden en la UE dos alimentos transgénicos para consumo humano, que son una variedad de soja y otra de maíz, y ocho que se emplean como pienso. El bloque aprobó en 1998 una moratoria del ingreso de alimentos genéticamente modificados, y desde entonces no ha autorizado la importación de ninguno.
Reconocer el potencial y las contribuciones, hasta ahora presuntas, de los productos genéticamente modificados a la producción alimentaria mundial no significa pasar por alto sus posibles riesgos, afirmó el director general de la Organización para la Agricultura y la Alimentación, Jacques Diouf.
Todas las nuevas tecnologías son instrumentos que pueden usarse con fines buenos o malos. Pueden ser regulados de forma democrática, en beneficio de las personas más necesitadas, o manipulados para favorecer a determinados grupos que controlan el poder político, económico y tecnológico, comentó.
Hasta ahora, los principales beneficiarios han sido impulsores privados de la biotecnología y grandes productores agrícolas, en su mayoría residentes en países desarrollados.
A comienzos de este mes, el gobierno de Zimbabwe rechazó una donación estadounidense de 10.000 toneladas de maíz, pese a que la mitad de los 12 millones de zimbabwenses sufren hambre, con el argumento de que ese cargamento contenía variedades transgénicas potencialmente peligrosas.
El presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, alegó que parte de ese maíz podía ser sembrado y extenderse en su país, con consecuencias catastróficas para la exportación de granos a la UE.
Los países de la UE criticaron la oferta alimentaria a Zimbabwe de Estados Unidos, e insistieron en que aún se desconocen los efectos ambientales y sanitarios que pueden causar organismos genéticamente modificados.
Washington arguye que el consumo de esos productos es habitual en Estados Unidos, sin que se verifiquen problemas de importancia, y que por eso no diferencia a los alimentos transgénicos de los demás.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señaló que los riesgos potenciales que preocupan a la UE parecen un problema fácil de superar en países en desarrollo, si se comparan con el peligro de desnutrición para más de 800 millones de personas.
Según el PNUD, los alimentos transgénicos pueden ser decisivos para reducir el hambre y la desnutrición, y esa agencia de la Organización de las Naciones Unidas insta a desarrollar variedades genéticamente modificadas de maíz, mandioca, sorgo y otras plantas para aliviar el hambre en Africa.
Pero Antonio Onorati, presidente de una red italiana de ONG, señaló que el uso de la biotecnología con fines humanitarios es poco probable, ya que el desarrollo de esa disciplina se concentra en manos de pocas transnacionales, con beneficio para los países ricos. (FIN/IPS/jp/mp/dv/02