ARGENTINA: Militares subordinados, transición concluida

Cuando el presidente Carlos Menem entregue este viernes el mando a su sucesor, Fernando de la Rúa, habrá concluido en Argentina la transición democrática comenzada en 1983, que transformó sustancialmente a las Fuerzas Armadas.

La imagen de ex militares ya ancianos convocados una y otra vez por la justicia por los crímenes cometidos durante la última dictadura son una rémora del pasado. La sociedad parece haber encontrado la forma de aislarlos, aún cuando el indulto los liberó de la prisión.

Los militares dejaron de ser un factor de poder en la sociedad argentina, aceptaron una drástica reducción presupuestaria y se subordinaron al gobierno como no lo hicieron en ningún otro país de la región, dijo Rosendo Fraga, experto en asuntos militares.

Este cambio constituye un factor definitivo para considerar cerrado el período de transición a la democracia que se había iniciado en 1983 con el presidente Raúl Alfonsín, añadió Fraga.

Alfonsín debió afrontar dos sublevaciones militares y Menem una, al comienzo de su gobierno en 1990. Pero con la condena del cabecilla del movimiento golpista, Mohamed Alí Seineldín, quien continúa en prisión, el foco quedó neutralizado.

Para que este proceso tuviera lugar, Argentina debió padecer la dictadura más cruenta de la región. Entre 1976 y 1983, los militares secuestraron, torturaron e hicieron desaparecer a por lo menos 10.000 personas.

Pero los organismos humanitarios, que nacieron para enfrentar al régimen militar constituidos básicamente por familiares de las víctimas, aseguran que los desaparecidos son cerca de 30.000.

Además de la represión ilegal, los desatinos cometidos por la dictadura, sumados a la fallida invasión armada a las islas Malvinas -ocupadas por Gran Bretaña- en 1992, marcaron un límite claro a las intervenciones militares en la vida civil.

El historiador estadounidense Robert Potash, experto en asuntos militares de Argentina, marcó grandes diferencias entre el ejército actual y el de hace una década.

"Tiene una dimensión menor, un menor presupuesto y una formación educacional distinta. Sus prerrogativas legales se redujeron y perdió el gran poder que tenía", señaló Potash, quien valoró el cambio cultural que se observa en las nuevas generaciones de cadetes.

El punto de inflexión en el cambio de las Fuerzas Armadas fue el discurso del comandante en jefe del ejército, general Martín Balza, en 1995. El militar, que este viernes pasará a retiro después de ocho años de gestión, se presentó en la televisión y leyó una histórica autocrítica.

Balza declaró que "el fin nunca justifica los medios" y que por más vandálico que sea el terrorismo, se lo debe combatir "con la fuerza que emerge del orden jurídico".

Pero su declaración más impactante, que fue interpretada como una autocrítica institucional, fue cuando señaló que el militar "sólo debe obediencia a órdenes legítimas impartidas por autoridades legítimas" y que quien cumple una orden inmoral incurre en una inconducta.

Esta nueva filosofía impregnó la formación de los nuevos cadetes que siguen la carrera de oficiales. El liderazgo de Balza, quien fue tentado reiteradamente por el partido de gobierno para postularlo a cargos electivos, permitió avanzar en esta reforma.

El general ordenó cambiar los programas de estudio para reducir a 15 por ciento los contenidos estrictamente militares y ahora quienes quieran hacer la carrera de oficiales deben cursar en forma paralela administración de empresas o economía.

Durante su gestión, la más larga de la historia de la jefatura del ejército en Argentina, se eliminó el servicio militar obligatorio, se incorporó a las mujeres a la carrera de oficiales y se estableció que no se discriminará a nadie por su preferencia política, religiosa o sexual.

Estas últimas determinaciones resultaron un cambio drástico en este país, al menos en la normativa.

Según el propio Balza, en el ejército argentino el fascismo había arraigado fuertemente y la homosexualidad o el judaísmo eran una traba para ingresar a la carrera militar.

Con Balza, el ejército sumó militares argentinos a las fuerzas internacionales de paz en Chipre, Croacia, Kuwait, Sahara y Medio Oriente.

Al mismo tiempo, se impulsó a los militares argentinos a dejar de lado la desconfianza y la competencia con las Fuerzas Armadas de los países vecinos, con los que el poder civil estaba tendiendo lazos de integración económica, política y social.

Fue así que se realizaron ejercicios conjuntos con fuerzas militares de Brasil, Chile y Uruguay, y están previstas operaciones de entrenamiento con fuerzas británicas.

Todos estos cambios se realizaron en el marco de un ajuste que no tuvo pausa. El presupuesto militar anual pasó en esta década de 5.000 millones de dólares a poco más de 3.000 millones, un hecho que empujó a suboficiales y oficiales al doble empleo.

Una muestra de los cambios sufridos por las Fuerzas Armadas, tanto por su desprestigio primero como por la merma de su influencia después, fue la constante reducción de efectivos que se registró desde la guerra de las Malvinas en 1982.

De los más de 160.000 efectivos que tenía entonces, la institución pasó a contar con poco más de 70.000 al final de la década. Las bajas fueron en las tres fuerzas.

Algunos se volcaron a la política, pero no fueron justamente los que tenían mayor apego por la democracia. Este fue el caso del ex general Antonio Bussi, acusado por graves violaciones de los derechos humanos, que fue gobernador de la norteña provincia de Tucumán y diputado.

También el ex militar rebelde Aldo Rico, quien se sublevó contra Alfonsín, consiguió ingresar en la política como diputado y ahora fue designado ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito del país.

Otro de los cambios sustanciales de la reforma militar fue la que asignó al presidente el cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Así, los jefes de las tres fuerzas rinden cuenta a su jefe, un civil, por intermedio del ministro de Defensa.

Pero la subordinación no parece ser sólo una cuestión de formas y estructuras. Balza se ha negado sistemáticamente a responder preguntas que considera políticas.

"Nunca voy a hablar de política mientras esté en el ejército", dijo Balza esta semana, a pocos días de su retiro, para dejar su lugar al general Ricardo Brinzoni.

Por el momento, dijo que se dedicaría a escribir sus memorias, pero muchos creen que su popularidad, y su imagen de hombre honesto, podrían tentarlo a quitarse la mordaza que se autoimpuso, y lanzarse a la política.

Sería el fin de una parábola de cambio en una sociedad que hasta hace dos décadas vivía bajo la sombra de una amenaza permanente -la de las irrupciones violentas de los militares en la vida civil- y que hoy está a las puertas de un cuarto gobierno democrático consecutivo. (FIN/IPS/mv/ag/ip/99

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