MEDIO ORIENTE: Nuevas palabras para antiguas políticas

Para alcanzar la paz en Medio Oriente, la comunidad internacional debe aislar a Irán. Ese fue el mensaje que portó el primer ministro británico, Tony Blair, en su última gira por esa región.

La temperatura de la guerra de palabras entre Occidente e Irán se elevó con el llamado de Blair a una "alianza de moderación", consistente en que dictaduras árabes sofoquen el desafío planteado por los "extremistas" apoyados por Teherán.

Hay poco de nuevo en la estrategia de Blair. Aunque contradice su apoyo inicial a la recomendación de iniciar negociaciones con Irán y Siria, formulada por el Grupo de Estudios sobre Iraq designado por el Congreso legislativo estadounidense.

Blair se desdijo rápidamente de su respaldo a las conclusiones del Grupo copresidido por el ex secretario de Estado (canciller) estadounidense y connotado republicano James Baker y el ex legislador demócrata Lee Hamilton, luego de que el presidente George W. Bush relativizara el alcance de esos consejos.

A fines de 1991, una lluvia de artículos en la prensa israelí pintaban a Irán como la mayor amenaza estratégica para Israel.
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Este enfoque contrasta con la política tradicional de Israel, según la cual Irán era un estratégico aliado no-árabe, y que había sobrevivido tanto a la Revolución Islámica (1979) como a la guerra Iraq-Irán (1980-1988).

Meses antes de que las discusiones entre israelíes y palestinos en Oslo tomaran estado público en 1993, el entonces primer ministro de Israel Yitzhak Rabin (1922-1995) comenzó a arguir que la ideología fundamentalista de Irán había reemplazado al comunismo como principal amenaza ideológica para Occidente.

Irán estuvo "avivando todas las llamas en Medio Oriente" y "la lucha (de Israel) contra el terrorismo islámico asesino" tuvo por objetivo "despertar al mundo dormido" ante el peligro del fundamentalismo chiita.

El entonces secretario de Estado estadounidense (canciller) Warren Christopher, como ahora Tony Blair, adoptó esta retórica en los esfuerzos de Washington por avanzar en el proceso de Oslo.

"Donde sea que uno mire encuentra la mano malvada de Irán en esta región", dijo en 1995.

El énfasis en la ideología chiita del régimen en Teherán sirvió, entre otras cosas, para convencer a las monarquías árabes sunitas de que el revisionismo político de Irán constituía una amenaza mayor que la ocupación israelí de tierras palestinas.

Consecuentemente, los árabes no deberían optar por la paz con Israel a fin de combinar su fortaleza para hacer retroceder a Irán, se argumentaba.

Blair parece seguir el mismo camino hoy. A mediados de los años 90, muchos fueron receptivos a este mensaje debido al amplio apoyo de Irán a grupos que usaban la violencia y el terror contra Israel luego del proceso de Oslo.

Hoy, la retórica excesiva del presidente Mahmoud Ahmadinejad, el programa iraní de enriquecimiento de uranio y la conferencia de revisionismo histórico sobre el Holocausto judío realizada en Teherán vuelven a la región más permeable a la reiteración, por parte de Blair, del mensaje de Rabin y Christopher.

Pero promover la paz entre israelíes y palestinos construyendo alianzas para aislar a Irán es una estrategia que ya fracasó. Y es probable que vuelva a precipitarse ahora.

Washington llegaba en esos años a la cúspide de su poder. La Unión Soviética había colapsado y, en el "Nuevo Orden Mundial" entonces en ciernes, Estados Unidos era la única superpotencia mundial.

La potencia norteamericana acumulaba también poder diplomático. James Baker logró reunir una amplia coalición —que incluyó a numerosos estados árabes— para expulsar a Iraq, entonces gobernado por Saddam Hussein (1979-2003) de Kuwait, invadido el 2 de agosto de 1990.

Baker también había mantenido su palabra de que la cooperación árabe contra Iraq conduciría a una campaña en favor de la paz entre israelíes y palestinos.

Por otro lado, Irán era débil. Todavía se estaba recuperando de la guerra con Iraq y sus relaciones con los estados árabes y Europa seguían siendo gélidas.

Aislar a Irán demostró ser mucho más difícil de lo que Washington había previsto. A pesar de sus esfuerzos, la política de contener a Irán fue un enorme fracaso.

Ahora el tablero se dio vuelta. La credibilidad de Washington y Londres está en el punto más bajo de la historia. El ejército de Estados Unidos se ha visto superado en Iraq ante una guerra civil que eliminó cualquier duda sobre las falencias del experimento neoconservador en Medio Oriente.

La guerra de Israel contra el movimiento chiita libanés Hezbolá, en julio y agosto, hizo poco para que el Estado judío ganara amistades en el mundo árabe. Y la impotencia de los gobiernos árabes prooccidentales de influir sobre Washington aumentó la división entre esos regímenes y sus pueblos.

Irán, por otro lado, está en ascenso. Fuerzas políticas cercanas al régimen islámico ganan elecciones en toda la región. Desafió exitosamente, hasta ahora, la presión de Estados Unidos y la Unión Europea para detener su programa de enriquecimiento de uranio.

También demostró su poder de disuasión en Líbano durante la guerra de Israel contra Hezbolá. Mientras, los clérigos de Teherán nadan en históricas ganancias petroleras.

Irán puede, tarde o temprano, equivocarse por confiar demasiado en sus fuerzas. En cierto sentido, su retórica excesiva contra Israel y Estados Unidos ya se le volvió en contra.

Tal vez haya logrado disuadir a Estados Unidos de atacarle, al señalar que el costo de cualquier intervención militar contra Irán sería devastador y tendría importantes repercusiones regionales. Pero ese discurso también aumentó la ansiedad entre sus vecinos árabes, que ahora se inclinan aun más a aislarlo y contenerlo.

Es improbable que, en las actuales condiciones, más desafiantes, tenga éxito una estrategia que fracasó bajo circunstancias mucho más favorables.

En cambio, más que aumentar la estabilidad en la región, muchos creen que seguir este curso conlleva el riesgo de llevar a un clímax el enfrentamiento entre Occidente e Irán, con una guerra regional como su resultado último.

De modo perturbador, algunos elementos en Arabia Saudita parecen preferir ese choque a aceptar en el vecino Iraq una democracia encabezada por chiitas.

Hasta ahora, Bush y Blair han resistido la política que podría evitar una guerra regional y ayudar a estabilizar Iraq, un enfoque integral que daría participación a todos los estados de la región.

Todavía parecen preferirse las pujas políticas por sobre la construcción del consenso.

Pero todavía está por verse quién perderá más en la continuación de esta política, de la que nadie sale ganador.

Aunque ninguna parte es inmune a los cálculos erróneos, algunos podrían decir que, hasta ahora, Bush y Blair superan por lejos a sus competidores en este campo.

(*) Trita Parsi es autor de "Treacherous Triangle — The Secret Dealings of Iran, Israel and the United States" ("Triángulo traicionero: Las relaciones secretas de Irán, Israel y Estados Unidos"), a publicarse por Yale University Press en 2007.

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