ROMA – Ehmudi Lebsir recuerda que tenía 17 años cuando tuvo que caminar por el desierto durante más de 50 kilómetros para salvar la vida. Ha pasado medio siglo desde que este saharaui se viera obligado a dejar atrás su casa, en la entonces provincia española del Sahara Occidental.
El 6 de noviembre de 1975, seis días después de la entrada del Ejército de Marruecos en el territorio, centenares de miles de civiles de ese país fueron escoltados por unidades militares. Lo que se bautizó entonces como “la Marcha Verde” no fue sino la invasión y posterior ocupación militar de la tierra de los saharauis.
Conocido como “la última colonia de África”, el Sahara Occidental tiene la superficie del Reino Unido y es el último territorio colonial africano que aún no ha conseguido la independencia.
No obstante, el 31 de octubre se convirtió en un objetivo aún más inalcanzable.
Cuando se cumplía exactamente el medio siglo del inicio de la invasión marroquí, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución que respaldaba la reclamación de soberanía de Marruecos sobre el territorio apoyando su plan autonomista para el Sahara Occidental.
La Organización de las Naciones Unidas renuncia así a uno de sus principios más fundamentales: el derecho de autodeterminación de los pueblos. Esa había sido la apuesta de la entidad para los saharauis durante más de tres décadas.
“Tras un siglo de presencia española en nuestra tierra, nunca pensamos que Madrid acabara retirándose y abandonándonos a nuestra suerte. No hay marcha atrás: o tenemos un Estado independiente o seremos tumba para los nuestros”: Ehmudi Lebsir.
Lebsir habla con IPS por videoconferencia desde el asentamiento de Tinduf, en el oeste de Argelia.
A casi 2000 kilómetros al sudoeste de Argel, esa inhóspita zona desértica donde los termómetros alcanzan los 60 grados ha sido lo más parecido a un hogar para el pueblo saharaui durante 50 años.
“Era un dilema: establecernos en Argelia como refugiados, o levantar allí una estructura de Estado, con sus ministerios y su parlamento. Fue este último donde se aprobó la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática (Rasd), en febrero de 1976”, recuerda Lebsir, alto representante del Frente Polisario.

Fundado en 1973, Naciones Unidas reconoce al Polisario como el “representante legítimo del pueblo saharaui”.
A su llegada Tinduf en 1975, a Salem le encomendaron la misión de poner en marcha el sistema de educación en los campamentos de refugiados. Monitorearía en Cuba la situación de los estudiantes saharauis allí; luego pasaría 10 años en el Parlamento saharaui antes de prestar servicios en los Ministerios de Justicia y Cultura de la Rasd.
“Tras un siglo de presencia española en nuestra tierra, nunca pensamos que Madrid acabara retirándose y abandonándonos a nuestra suerte. No hay marcha atrás: o tenemos un Estado independiente o seremos tumba para los nuestros”, zanja el saharaui.
Tras la declaración de independencia del Frente Polisario en 1976, la ONU abordó el conflicto mediante una resolución que reafirma el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación.
Sin embargo, la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (Minurso) no ha sido capaz de llevar a cabo la misión para la que fue creada en 1991.
Tomás Bárbulo también tenía 17 años cuando las tropas marroquíes entraron en el territorio. Hijo de un militar español destinado en El Aaiún —la capital del Sahara Occidental, a 1100 kilómetros al sur de Rabat—, el joven había vuelto con su familia a Madrid tres meses antes de aquel 6 de noviembre.
“Los saharauis han sobrevivido al napalm y al fósforo blanco; a la persecución, al exilio, al expolio sistemático de sus recursos naturales, a los intentos de diluir su identidad con la llegada de cientos de miles de colonos… ”, denuncia el periodista y escritor en conversación telefónica con IPS desde Madrid.
Autor de La historia prohibida del Sahara (Destino, 2002) —uno de los libros de referencia sobre este pueblo—, Bárbulo apunta a como responsable principal del estancamiento del conflicto a “posiciones inalterables de Marruecos, a menudo con el beneplácito de las potencias del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”. La ONU, dice, “se ha rendido ante Rabat».
Resulta paradójico cuando ni siquiera dicha entidad reconoce la soberanía marroquí sobre el territorio. “Territorio en proceso de descolonización inconclusa” ha sido siempre la fórmula.

“Prisión a cielo abierto”
Si bien organizaciones como la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) estiman entre 170 000 y 200 000 el número de saharauis en el desierto argelino, resulta imposible aportar cifras desde el territorio ocupado por Marruecos dado que Rabat no reconoce la existencia del pueblo saharaui.
Tampoco es fácil saber conocer la realidad de un lugar calificado a menudo como “una enorme prisión a cielo abierto”.
En su informe de julio sobre el Sahara Occidental, António Guterres, secretario general de la ONU, denunció que Marruecos lleva vetando a la visita de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (Acnudh) al territorio desde 2015.
“Acnudh continúa recibiendo alegaciones relacionadas con violaciones de derechos humanos, incluida la intimidación, la vigilancia y la discriminación contra individuos saharauis, particularmente la de aquellos que abogan por la autodeterminación», subrayó Guterres en ese documento.
A pesar de los vetos y las restricciones, las violaciones de los derechos humanos en el Sahara Occidental han sido denunciadas numerosas organizaciones internacionales de los derechos humanos.
En su informe de 2024, Amnistía Internacional acusa a Rabat de seguir restringiendo “la disidencia y los derechos a la libertad de asociación y de reunión pacífica en el Sahara Occidental”, así como de “reprimir manifestaciones pacíficas con violencia”.
Por su parte, Human Rights Watch denuncia tribunales que se basan “casi por completo” en las confesiones de activistas para condenarlos a largas penas de prisión, y sin investigar las afirmaciones de estos de que habían firmado dichas confesiones bajo tortura policial.
A sus 36 años, Ahmed Ettanji es uno de los rostros más conocidos del activismo saharaui en los territorios ocupados. Se trata de un estatus que ha pagado con 18 detenciones y numerosos episodios de tortura.
En conversación telefónica con IPS desde El Aaiún, Ettanji admite que solo la proyección con la que cuenta entre numerosas organizaciones internacionales de los derechos humanos le permiten seguir esquivando la cárcel, “o algo peor”.
“Se cumple medio siglo de bloqueo militar férreo, de asesinatos extrajudiciales, así como todo tipo de abusos; los desaparecidos se cuentan por miles y las detenciones por decenas de miles”, denuncia el joven. “Los intereses económicos de las potencias siempre pesan más que los derechos humanos”, lamenta.
También recuerda que, tras 50 años de ocupación, hay generaciones enteras nacidas en el desierto argelino, así como familias divididas que solo han podido reencontrarse a través de videoconferencias. Pero no todo son malas noticias para Ettanji.
“Nacidos en plena ocupación, generaciones como la mía estaban destinadas a ser las más asimiladas, las más promarroquíes. Pero no es así. La apuesta por la autodeterminación sigue viva entre los jóvenes”, apunta el activista.

“Región Autónoma del Sahara”
Por el momento, la única alternativa ofrecida por Rabat ha sido esa propuesta autonómica que acaba de respaldar la ONU el último día de octubre. Se trata de un proyecto planteado en 2007 y respaldado por la administración de Donald Trump en 2020, durante su primer mandato.
No se especifica cómo sería esa “Región Autónoma del Sáhara” más allá de que dispondría de competencias administrativas, judiciales y económicas propias. La propuesta cuenta el rechazo del Polisario, pero ello no evita que los saharauis sigan sin ser dueños de su destino.
A ojos de los saharauis, que semejante decisión se tomara justo el día en el que se cumplían 50 años desde el inicio de la invasión militar del Sahara Occidental sonaba más a un acto de crueldad premeditada que a una mera chanza del destino.
Es gente como Garazi Hach Embarek, hija de una enfermera vasca que atendió a los primeros desplazados hace medio siglo y uno de los fundadores del Frente Polisario.
Ahora dedica gran parte de su tiempo a dar charlas de sensibilización sobre la cuestión del Sahara Occidental en escuelas, universidades, ayuntamientos o cualquier foro que le sirva de altavoz.
En una entrevista concedida a IPS en Urretxu —a 400 kilómetros al norte de Madrid—, Hach Embarek no oculta su decepción. “Vivimos en un momento convulso en el que todo vale, pero esto no es ni justo ni legal. Bajo el pretexto de una supuesta paz no se busca sino justificar una injusticia˝, denuncia la activista.
“El colonialismo sigue vivo”, añade. “No somos más que víctimas de políticas mal gestionadas en la última colonia de África”.
ED: EG







