KARACHI, Pakistán – Apenas la joven pareja llegó a Al Sayyed Shabistan, una pintoresca casa de huéspedes en Taobat, el 30 de abril, aparecieron soldados que les instaron a irse: advirtieron que la guerra podría estallar en cualquier momento, y de hecho estuvo a punto de suceder, otra vez.
Yahya Shah, dueño de la casa de huéspedes y presidente de la asociación hotelera de Taobat, contó a IPS por teléfono: “La temporada turística recién comenzaba, pero desde hace dos semanas el pueblo parece un pueblo fantasma: todos se vieron afectados, los comerciantes, los restaurantes, los conductores”.
Taobat se ubica a solo dos kilómetros de la tensa Línea de Control, que no es una frontera internacional legalmente reconocida, sino una frontera de facto bajo control militar de ambos lados, entre las zonas controladas por India y Pakistán del antiguo estado principesco de Jammu y Cachemira.
La pequeña localidad se ubica en el punto donde el río Kishenganga de India cruza hacia Pakistán, donde pasa a llamarse Neelum.
Las tensiones aumentaron tras un ataque fatal el 22 de abril en Pahalgam, bajo administración india, perpetrado por el Frente de Resistencia (TRF, en inglés), en el que murieron 26 personas, de ellas 25 indias y una nepalesa.
India culpó a Pakistán de respaldar al TRF. Pakistán negó su implicación y pidió una investigación independiente. Mientras tanto, aumentaba la presión sobre el primer ministro indio, Narendra Modi, para responder con firmeza, ya que los atacantes seguían prófugos dos semanas después.
La pregunta en boca de todos, incluido Michael Kugelman, analista de Asia Meridional radicado en Washington es: “¿Cómo pudo llevarse a cabo un ataque tan horrendo contra objetivos civiles en una de las regiones más militarizadas del mundo?”

Cuando India cruzó la línea
El 7 de mayo, temprano por la mañana, la tensión acumulada entre los dos países desde el ataque de Pahalgam alcanzó un punto crítico cuando India lanzó una serie de ataques a gran escala contra Pakistán y la Cachemira bajo administración pakistaní.
India afirmó que atacó “campamentos terroristas” en Pakistán y aseguró: “No se atacaron instalaciones militares pakistaníes”.
La oficina del primer ministro Shehbaz Sharif anunció que las fuerzas armadas pakistaníes estaban autorizadas a tomar “acciones correspondientes” tras los ataques.
El ataque indio dejó 26 civiles muertos y 46 heridos. Además, el ejército pakistaní reportó haber derribado cinco aviones de combate indios. En ataques de represalia por parte de Pakistán, al menos 10 personas murieron en la Cachemira bajo administración india.
Medios internacionales citaron al gobierno local del lado indio para informar que tres aviones de combate se estrellaron en Jammu y Cachemira horas después de que India anunciara haber atacado “nueve infraestructuras terroristas pakistaníes al otro lado de la frontera”.
La comunidad internacional pidió moderación. Estados Unidos instó a ambas partes a “mantener abiertos los canales de comunicación y evitar una escalada”. El Reino Unido ofreció su apoyo “al diálogo, a la desescalada y a cualquier cosa que podamos hacer para contribuir a ello”.
Por su parte, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, afirmó que la comunidad internacional no puede “permitirse una confrontación militar” entre estas naciones con armas nucleares.
Finalmente, el 10 de mayo, los dos países acordaron “un alto el fuego total e inmediato”, que puso fin a los combates en varios puntos de la frontera, pero el clima de temor e incertidumbre que adquiere en ocasiones como esta tintes claramente prebélicos.
Y, además, las tensiones entre India y Pakistán repercuten en todo el sudeste asiático.
“Una situación tensa entre Pakistán e India siempre es motivo de preocupación para los demás países de la región”, dijo Reaz Ahmad, editor del Dhaka Tribune, con más de 30 años escribiendo sobre la política del sur de Asia.
Los bangladesíes solo “quieren que ambas naciones dejen de culparse mutuamente y de tomar represalias que solo empeoran la vida de los civiles”, añadió. Estos acontecimientos desafortunados, señaló Ahmed en referencia al clima de guerra recién superado, demuestran que “la población merece mucho más de sus líderes”.
Tras el ataque en Pahalgam, India y Pakistán cerraron fronteras, suspendieron visados, expulsaron visitantes y degradaron sus misiones diplomáticas: medidas habituales en enfrentamientos previos. Pero además, esta vez India suspendió el tratado del agua de 1960, lo que llevó a Pakistán a amenazar con abandonar otro acuerdo de 1972.

El debate de la ‘vena yugular’
Moonis Ahmar, exdirector del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad de Karachi, responsabilizó a los líderes de ambos países por “engañar a sus pueblos” y polarizarlos con tanto discurso de odio. “¿Cuál era el sentido de volver a sacar de la nada el tema de la ‘vena yugular’?”, reprochó.
Se refería a la afirmación del jefe del Estado Mayor del ejército pakistaní, el general Asim Munir, de que Cachemira es la vena yugular de Pakistán, hecha en un acto con la diáspora apenas días antes de la tragedia de Pahalgam. Fue considerada una expresión provocadora y un “desencadenante” de la masacre.
“Pero eso es lo que es y el general solo reiteró la postura asumida por el Quaid”, defendió el ministro de Defensa Khawaja Muhammad Asif, en alusión al fundador del país, Muhammad Ali Jinnah.
Al explicar la expresión, Asif dijo que Cachemira despierta tanto emociones profundas como preocupaciones económicas.
Al evocar la masacre menos conocida ocurrida durante la partición, recordó: “Miles de musulmanes fueron masacrados en la región de Jammu por turbas y paramilitares dirigidos por el ejército del gobernante dogra Hari Singh”.
Añadió que los aldeanos musulmanes de la provincia de Jammu se vieron forzados a evacuar hacia el oeste de Pakistán, donde fueron alojados en campos de refugiados en los distritos de Sialkot, Jhelum, Gujrat y Rawalpindi.
Asif, oriundo de Sialkot, subrayó que la importancia económica de Cachemira no puede subestimarse. “Cachemira es nuestra fuente de vida: todos nuestros ríos, incluido el Jhelum, el Sutlej y hasta los afluentes más pequeños que atraviesan mi ciudad natal, nacen allí”, dijo, y reconoció que el reciente anuncio de India de retirarse del pacto representaba una “amenaza real”.

¿Cuál es el origen del conflicto?
A lo largo de los años, muchos historiadores de ambos países han analizado las fracturas históricas, políticas y emocionales que dividen a India y Pakistán desde 1947. Pero Cachemira sigue siendo el principal obstáculo, incluso 78 años después.
“En el momento de la partición de la India británica, en agosto de 1947, los 565 estados principescos tenían la opción de unirse a India, a Pakistán o mantenerse independientes, siempre que su pueblo tuviera el derecho a decidir”. Jammu y Cachemira, un estado de mayoría musulmana gobernado por un rey hindú, el maharajá Hari Singh, optó inicialmente por la independencia.
Después de que milicias tribales de Pakistán invadieran partes de Jammu y Cachemira en octubre de 1947 —supuestamente con apoyo encubierto del ejército pakistaní y el aliento de algunos musulmanes locales— la situación descendió rápidamente al caos y la violencia. Ante la amenaza, el maharajá Hari Singh firmó el Instrumento de Adhesión, cediendo la soberanía del estado a India a cambio de ayuda militar.
El gobierno indio, liderado por el entonces primer ministro Jawaharlal Nehru, accedió a prestar ayuda, pero pidió al maharajá que firmara primero el Instrumento de Adhesión. El rey aceptó.
El documento otorgaba un estatus especial a Jammu y Cachemira, y le permitía tener su propia constitución, bandera y control sobre su administración interna, salvo en materia de defensa, asuntos exteriores, finanzas y comunicaciones. Estas disposiciones quedaron consagradas en los artículos 370 y 35A de la Constitución india.
“Estas normas no eran solo cláusulas legales; eran una protección vital que impedía que personas no residentes compraran bienes inmuebles en la región, y esto se hacía para preservar la identidad distintiva, la propiedad local y los derechos indígenas del pueblo cachemir”, explicó Naila Altaf Kayani, experta en asuntos de Cachemira, en diálogo con IPS desde Muzaffarabad, en la Cachemira bajo administración pakistaní.
Pero incluso antes de 2019, sobre todo entre 1952 y 1986, y mediante 47 órdenes presidenciales, las garantías históricas previstas en el Instrumento de Adhesión del maharajá se habían ido diluyendo progresivamente, y el estatus especial de Jammu y Cachemira se fue erosionando.
“India desmanteló efectivamente las Reglas de Sujeto del Estado que habían estado vigentes durante mucho tiempo en Jammu y Cachemira”, dijo Kayani.
En 2019, India derogó por completo estos artículos y Jammu y Cachemira se convirtió en un territorio de la unión, gobernado directamente por el gobierno central, a diferencia de los estados, que tienen gobiernos electos con mayor autonomía.
¿Algún día India y Pakistán harán las paces?
Tanto Asif como Ahmar dudan que el conflicto en Cachemira se resuelva en vida de ellos. Y hasta que eso no suceda, la espina seguirá clavada. Pero lo que más desconcierta a Ahmar es la relación “inestable e impredecible” entre Pakistán e India.
“Los dos países oscilan entre el silencio total y una calidez repentina, sin un diálogo constante como el que mantienen la mayoría de las naciones”, dijo.
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Irónicamente, es en los peores momentos de la relación bilateral cuando tanto los líderes indios como los pakistaníes obtienen mayores beneficios políticos, señaló Kugelman.
“Delhi puede reforzar su postura de mano dura contra el terrorismo y su reputación de administración fuerte y desafiante con una respuesta enérgica, y en Pakistán, los líderes civiles y militares —que no gozan de gran popularidad— pueden conseguir respaldo público al unir al país frente a una amenaza india”, dijo.
¿Una fórmula olvidada o un nuevo plan de paz?
Ahmar opinó que este es el punto más bajo en las relaciones entre India y Pakistán que haya presenciado.
Sin embargo, “si por algún milagro la fórmula de cuatro puntos de Pervez Musharraf vuelve a cobrar impulso, tal vez podamos empezar de nuevo, con un tono más amistoso”, dijo, en referencia a la cumbre de Agra celebrada en julio de 2001, convocada por el primer ministro indio Vajpayee.
Las cuatro propuestas incluían una desmilitarización gradual de ambas partes; sin cambios en las fronteras, pero permitiendo la libre circulación de personas de Jammu y Cachemira a través de la Línea de Control; autogobierno sin independencia; y un mecanismo de supervisión conjunta en la región que incluyera a India, Pakistán y Cachemira.
Pero hasta que eso ocurra, Ahmar consideró que lo mejor sería poner el territorio bajo supervisión internacional hasta que se decida su destino. “Yo propondría colocar la región bajo el Consejo de Administración Fiduciaria de la ONU durante al menos diez años”, dijo.
Este órgano está compuesto por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU —China, Francia, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos— y su objetivo es guiar a los territorios hacia el autogobierno o la independencia, ya sea como estados independientes o uniéndose a países vecinos.
El último territorio en fideicomiso, Palaos, obtuvo su independencia en octubre de 1994. “El Consejo de Administración Fiduciaria puede haber completado su misión en Palaos, pero sigue existiendo en papel, conforme al capítulo XII de la Carta de la ONU”, añadió Ahmar.
La columnista Munazza Siddiqui, también productora ejecutiva del canal privado Geo News, propuso otra opción.
“Convertir la Línea de Control en una Frontera de Trabajo (una línea demarcada temporalmente de forma informal que separa zonas, a menudo en regiones en disputa o durante un alto el fuego, distinta de la Línea de Control, que es una línea militar de control; algo intermedio entre la Línea de Control y una frontera internacional), similar a la que existe entre el Punjab pakistaní y la Cachemira bajo administración india, reconocida bajo acuerdos de la ONU”, planteó.
“El objetivo es entonces cambiar el enfoque hacia la cooperación bilateral en otros ámbitos”, señaló, y añadió: “Este enfoque puede ayudar, con suerte, a reducir la violencia que históricamente ha rodeado el conflicto de Cachemira”.
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