Opinión

Groenlandia: breve relato de un interés histórico de EEUU

Este es un artículo de opinión de Manuel Manonelles, profesor asociado de Relaciones Internacionales de la española Blanquerna-Universidad Ramon Llull.

El deshielo en el océano Ártico, incrementa el interés geoestratégico por la zona y en particular por Groenlandia, perteneciente a Dinamarca, que el presidente estadounidense, Donald Trump, pretende ahora adquirir o anexionarse. Pero no es la primera vez que Washington lo intenta y, de hecho, busca lograrlo desde 1867. Imagen: Publio Rodriguez / Flickr

BARCELONA, España – «… Estoy convencido de que la importancia de Groenlandia para los intereses de Estados Unidos crecerá. Gracias a la geografía y los lazos históricos (…), Estados Unidos tiene ventaja cuando compite por la influencia en Groenlandia (aunque los chinos ahora hayan empezado a hacer visitas regulares) …». Esta cita de un cable diplomático de la embajada de Estados Unidos en Copenhague a Washington podría haber sido enviada hace unos meses, justo antes del anuncio repentino del presidente Donald Trump de sus intenciones de «comprar» o «anexionar» Groenlandia de Dinamarca, pero no es el caso.

Este mensaje tiene 17 años, concretamente es del 16 de mayo de 2008. Se trata de uno de los varios cables relacionados con Groenlandia que conocemos gracias a WikiLeaks, porque el interés de Estados Unidos no es nuevo, sino una constante en la política exterior estadounidense desde, como mínimo, hace 150 años.

La primera discusión conocida dentro del gobierno de Estados Unidos sobre la adquisición de Groenlandia se remonta a 1867.

El mismo año en que Estados Unidos compró Alaska al Imperio Ruso por la suma de 7,7 millones de dólares, se efectuaron consultas internas dentro del gobierno federal de Estados Unidos sobre la compra de Groenlandia (y también de Islandia) por unos 5,5 millones de dólares. El Departamento de Estado publicó incluso un informe sobre el tema en 1868. Sin embargo, como sabemos, esta propuesta no prosperó.

El autor, Manuel Manonelles
El autor, Manuel Manonelles

En 1910 tuvieron lugar nuevas discusiones de nuevo infructuosas y, repentinamente, otra compra tuvo lugar en 1916. Esta vez, el gobierno de Estados Unidos compró a Dinamarca, por la suma de 25 millones de dólares, no Groenlandia… sino las Indias Occidentales Danesas, en el Caribe, conocidas hoy como las Islas Vírgenes Estadounidenses.

La relevancia de esta adquisición, en el caso de Groenlandia, es sustancial, ya que una de las disposiciones del tratado internacional que selló este acuerdo, conocido como el Tratado de las Indias Occidentales Danesas, especificaba que el gobierno de Estados Unidos «no se opondrá a que el gobierno danés amplíe sus intereses políticos y económicos en toda Groenlandia».

Y es que en 1916 Dinamarca controlaba gran parte de Groenlandia, pero no toda. Ahora bien, después del acuerdo con Estados Unidos sobre las Indias Occidentales y el consentimiento de Washington, Dinamarca inició una serie de movimientos diplomáticos que le permitieron declarar su soberanía plena sobre todo el territorio de la isla. Solo Noruega cuestionó esta actuación, pero perdió su causa ante la Corte Internacional de Justicia en 1933.

En abril de 1940, la Alemania nazi ocupó Dinamarca y, después de eso, Estados Unidos ocupó Groenlandia para evitar que fuera tomada por Alemania, o eventualmente por Canadá, o incluso por el Reino Unido.

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1945, el gobierno danés esperaba la retirada de las tropas estadounidenses, pero en lugar de eso —y para su sorpresa—, en 1946 recibió una nueva propuesta de compra de Groenlandia por parte de Estados Unidos, en este caso, por la suma de 100 millones de dólares.

Una vez más, no resultó, y todos los esfuerzos diplomáticos de Copenhague por lograr la retirada militar estadounidense también resultaron infructuosos.

Con la creación de la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte) —y con Dinamarca como uno de sus miembros fundadores— y el auge de la Guerra Fría, Copenhague cambió su política, aceptó el statu quo y firmó un acuerdo con Estados Unidos, en 1951, que permitía a los estadounidenses continuar con sus intensas actividades militares y de defensa en Groenlandia.

En 1955, se produjeron discusiones serias dentro del gobierno de Estados Unidos sobre una nueva oferta de compra, y parece que en 1970 el vicepresidente Nelson Rockefeller habría estado detrás de otro intento sin resultados.

Con el fin de la Guerra Fría, el interés de Estados Unidos por Groenlandia disminuyó drásticamente, y Washington desmanteló casi todas sus bases militares en la isla, excepto la de Pituffik (en ese momento conocida por el nombre danés de Thule).

Con el inicio del nuevo milenio, los efectos crecientes del cambio climático y el aumento del interés geoestratégico de la región del Ártico, Washington reanudó su interés por la mayor isla del planeta.

No obstante, en este caso, en lugar de proponer una nueva compra a Dinamarca —y después de tantos fracasos en este sentido—, Estados Unidos se centró en una política más sutil de apoyo indirecto al movimiento independentista de Groenlandia.

Todo ello con la visión de que una Groenlandia independiente y débil sería fácilmente influenciada por Estados Unidos.

La sorpresa llegó en 2019, cuando durante su primera administración (2017-2021) el presidente Trump volvió a poner la cuestión en el debate público, e incluso cuando canceló a última hora un viaje oficial a Copenhague después de que la primera ministra danesa rechazara públicamente esta posibilidad.

Con Joe Biden como presidente, la cuestión se olvidó hasta hace muy poco, cuando el presidente Trump, de vuelta a la Casa Blanca el 20 de enero,  volvió a ponerla sobre la mesa, esta vez con un enfoque todavía más agresivo.

No es casualidad, por lo tanto, que Estados Unidos abriera un consulado en Nuuk, la capital de Groenlandia, en 2020.

Una apertura llevada a cabo a pesar de que la población total del país es de unos 50 000 habitantes, y de que el número de residentes estadounidenses es extremadamente bajo, más allá de los pocos militares de Estados Unidos, actualmente desplegados en la aislada base de Pituffik.

Pero la cuestión aquí es la siguiente. Después de tantos intentos fallidos de Estados Unidos de comprar Groenlandia durante los últimos 150 años, ¿qué hace pensar a Trump que ahora tendrá éxito?

Además, la actual política de la Casa Blanca, tan descarada y agresiva, ¿es realmente la adecuada para que Estados Unidos recupere influencia o incluso obtenga algún tipo de nuevo papel en Groenlandia? ¿O esta política pone en peligro los intereses de Washington en la región a largo plazo?

Y por último, pero no menos importante, más allá del gobierno danés, los groenlandeses quizás también tengan algo que decir, y por los resultados de las recientes elecciones, parece que no están muy dispuestos a aceptar sin resistencia el expansionismo de Trump.

RV: EG

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