LAMAY, Perú – “Aquí en la altura hay mucha helada y todo es muy triste, pero estoy muy contenta desde que tengo mi invernadero y siembro hortalizas de forma sana, siento que estamos venciendo las dificultades del clima”, dice a IPS Anacleta Mamani, campesina quechua de la comunidad de Poques, a poco más de una hora por carretera desde Cusco, la que fue la capital imperial de Perú.
Poques es una de las 13 comunidades campesinas del municipio de Lamay, situado a casi 3000 metros sobre el nivel del mar, y perteneciente a la provincia de Calca, en el suroriental departamento de Cusco. Como en la mayor parte de la sierra rural andina de Perú, la pobreza y falta de atención del gobierno nacional es latente en la zona, una situación de desventaja que se agrava con la crisis climática.
Este país sudamericano de 34 millones de habitantes es altamente vulnerable al cambio climático pese a que su emisión de gases de efecto invernadero representa menos de 1% del total mundial, según una medición de 2021 del Ministerio del Ambiente.
Según esa misma entidad que cita cifras del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), en Perú unas 5,5 millones de personas están expuestas a inundaciones y otras 2,6 millones a sequías.
“Hace tiempo que las lluvias, la granizada, la helada, llegan cuando no es su época y hacen mucho daño. El año pasado el viento era tan fuerte que tumbó los maizales y ya no pudimos cosechar”: Anacleta Mamani.
Entre las más afectadas se encuentran quienes se dedican a la agricultura familiar pues dependen de los recursos naturales, particularmente las mujeres por las desigualdades de género que limitan su capacidad de respuesta.
“Antes sembrábamos para el diario solo papa, maíz, quinua; ahora también tenemos harta variedad de hortalizas que no sabíamos comer, pero con las técnicas que hemos aprendido nos ayudamos ante la crisis del clima que mucho nos está golpeando”, relató Mamani, quien con otras 120 familias compone la población de su comunidad, situada en el Valle Sagrado de Cusco y que destaca por sus paisajes y tradiciones.
Ella es una de las 80 productoras que conforman un proyecto de capacitación impulsado por el no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, orientado a desarrollar sus capacidades agroproductivas para que puedan enfrentar el cambio climático y a la vez lograr mayor participación y decisión en las organizaciones comunales.
“Hemos aprendido que lo primero es trabajar la tierra, hay que excavar hasta los 60 centímetros y remover bastante para que el suelo se suavice y pueda respirar, porque si no las plantitas mueren aunque se les riegue. Esa es la primera buena práctica de la agroecología que estamos aplicando en los invernaderos”, describió Mamami con orgullo.

Agroecología en el día a día
Quechuahablante, nacida en Poques hace 59 años y dedicada toda su vida a las labores agrícolas y familiares, no tuvo oportunidad de ir a la escuela. Hoy se siente reivindicada porque está enriqueciendo su conocimiento ancestral como alumna de la Escuela Agroecológica que desarrolla el Centro Flora Tristán con el apoyo de la española Cooperación Vasca para el Desarrollo y la institución Mugen Gainetik,
“Hace tiempo que las lluvias, la granizada, la helada, llegan cuando no es su época y hacen mucho daño. El año pasado el viento era tan fuerte que tumbó los maizales y ya no pudimos cosechar, solo pérdida hemos tenido”, recordó agitando las manos, mientras la ingeniera Janet Nina, traducía sus palabras al castellano para IPS.
El estatal Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi), reportó que la temperatura en Perú en el 2024 fue la más alta de los último 60 años. Las consecuencias se reflejaron en sequías y fuertes precipitaciones que tuvieron impacto en áreas como la agricultura familiar causando pérdida de cultivos e inseguridad alimentaria.
Las 80 campesinas capacitadas pertenecen en total a cuatro distritos o municipios: San Salvador, Coya y Calca, además de Lamay. Cada una cuenta con un invernadero de 100 metros cuadrados, equipado con un módulo de riego tecnificado por goteo y en el que también se han capacitado para su uso sostenible.
“Regamos lo justo, ya no se desperdicia el agua. Yo riego mi coliflor, mi brócoli, mi repollo, mi lechuga, mi zanahoria, mi tomate en la mañanita, antes de que el sol queme muy fuerte, porque de mi casa tengo que caminar largo hasta el invernadero”, refirió Mamani.

También tiene cultivos de zapallito italiano (Cucurbita pepo), beterraga o remolacha, acelga (ambas de la especie Beta vulgaris) y vainitas (Phaseolus vulgaris) entre otras hortalizas, que constituyen un gran surtido de alimentos que ya incorporó a la alimentación de su hogar.
Los excedentes, que son crecientes, hasta ahora los usa como trueque con otras familias de la comunidad, pero a partir de mayo también los venderá en mercados cercanos, lo que le ayudará a tener ingresos propios.
En la capacitación, aprendió además el manejo de abonos naturales.
“Selecciono las cáscaras de frutas, de papas, de huevos y de todo lo que uso en mi cocina; guardo la ceniza del fogón, los huesos de los animales, los excrementos de las gallinas, de la oveja, de los cuyes (Cavia porcellus), con todo eso preparamos el abono que echamos a la tierra para tener plantas sanas, fuertes y sabrosas”, reveló.
Todo este saber lo comparte con su entorno, directamente con su esposo, su hija y su hijo, y sus respectivas familias. Es una dinámica que replican las demás productoras de la Escuela Agroecológica, con lo que se expande este modo de producción que permite hacer frente a los impactos del cambio climático.
“En el invernadero de mi mamá hay un clima especial, podemos tener muchas hortalizas y así alimentarnos mejor, los cultivos están protegidos de los cambios del clima y podemos seguir produciendo agroecológico, cuidando nuestro ambiente, nuestra Pachamama, nuestra agua para las futuras generaciones”, indicó a IPS Avelina Cruz, de 36 años, quien participa de las enseñanzas de su madre con su esposo y su hija adolescente.
Explicó que su pareja trabaja en la ciudad de Cusco y llega a la comunidad los fines de semana, cuando aprovechan para poner en práctica lo aprendido y sembrar sus hortalizas.
“Lo hacemos con mucho cuidado porque si no, como dice mi mamá, la planta habla. Cuidar la naturaleza es poner un granito de arena para que el cambio climático no nos destruya”, afirmó Cruz.

Poner el cuerpo
Elena Villanueva, socióloga y responsable del proyecto, valoró el rol de las mujeres rurales andinas ante la crisis climática. “Ellas no son responsables de esta situación que afecta la seguridad alimentaria e hídrica, y la salud humana, sin embargo, no dudan en ponerse en la primera línea para tomar acción”, dijo.
En una entrevista con IPS en la ciudad de Cusco, destacó la importancia de la agroecología como un modelo de producción sostenible que contribuye a la recuperación de los ecosistemas.
“Es una alternativa frente a un sistema de producción agrícola industrial, extractivista, basada en el monocultivo, que incrementa el calentamiento global y vulnera el bienestar de las mujeres y familias campesinas”, remarcó.
Alerto que “estamos en un momento muy crítico en que varios de los países más industrializados y con mayor responsabilidad del cambio climático están retrocediendo en sus compromisos de reducción de emisiones, sin tener en cuenta las consecuencias en las poblaciones en mayor vulnerabilidad”.
Planteó que las políticas nacionales coloquen en el centro el impulso a la agricultura familiar, que proporciona los alimentos a casi 70 % de las mesas peruanas. “Es necesario que nuestras autoridades vuelvan la vista al campo, fomenten la práctica agroecológica y cierren las brechas de género”, demandó.
En las zonas rurales las mujeres acceden a menos cantidad de tierra, agua, semillas y otros recursos, y soportan sobrecargas laborales que obstaculizan su liderazgo y participación política.

Sin apoyos
En Perú están reconocidos 55 pueblos originarios, 51 de la Amazonia y cuatro de zonas andinas. Entre estos se encuentra el más numeroso, el pueblo quechua, al que con todas sus variantes pertenecen cerca de cinco millones de personas a nivel nacional, incluyendo a migrantes del campo a la ciudad.
Cerca de 14 % de la población peruana tiene como lengua materna el quechua. Perú incluyó por primera vez en su último Censo Nacional, del 2017, la pregunta de autoidentificación étnica.
Las mujeres rurales andinas son en su gran mayoría quechuas, herederas de un conocimiento ancestral de las técnicas agropecuarias. Pero algunas de ellas, debido a la alta migración en busca de oportunidades y a cambios en las dinámicas comunales, han ido quedando rezagadas o resultan insuficientes frente a los desafíos que presenta el cambio climático.
La lectura de las señales de la naturaleza orientaba la planificación agrícola, pero en la actualidad, con la alteración de los patrones climáticos e hidrográficos, este saber resulta insuficiente y las mujeres enfrentan un desorden que les genera preocupación permanente pues en la agricultura familiar basan su sustento y el de sus comunidades.
El alcalde del distrito municipal de Lamay, Glicerio Delgado, expresó su voluntad de mantenerse enfocado en el desarrollo del campo y en fortalecer el trabajo agrícola para incrementar la resiliencia ante el cambio climático, aunque reconoció las limitaciones por falta de apoyo de las autoridades nacionales.
“Hay mucho trabajo por hacer, por ejemplo, masificar los invernaderos, realizar obras de siembra y cosecha de agua para garantizar la agricultura familiar que están liderando las mujeres, pero hasta ahora no hay respuesta del Ministerio de Economía y Finanzas a los fondos solicitados”, deploró.
Mientras, en los cuatro municipios cusqueños, Anacleta Mamani y sus 79 compañeras seguirán poniendo el cuerpo para sustentar sus hogares haciendo el camino agroecológico e irse fortaleciendo en el proceso para estar mejorar preparadas ante los embates climáticos.
ED: EG