Semillas nativas para la biodiversidad al cuidado de mujeres andinas

Sonia Pinto, agricultora de la comunidad campesinas de Quehuar, en la región peruana de Cusco, produce semillas nativas y criollas a partir de los conocimientos que le transmitieron sus abuelas y abuelos. Ella exhibió un conjunto variado de muestras en un encuentro de mujeres agricultoras de países andinos, en la ciudad de Cusco, antigua ciudad imperial peruana. Imagen: Mariela Jara / IPS

CUSCO, Perú – Frente a las inclemencias climáticas por el calentamiento global, la pobreza y la inseguridad alimentaria, las mujeres agricultoras de la región andina de Sudamérica están recuperando y fortaleciendo sus saberes ancestrales sobre el manejo de semillas nativas.

“Para nosotras la semilla, el agua y la tierra es lo más importante, sin eso no se puede sembrar ni tener alimentos. Las semillas son la base de la diversidad, pero se han ido perdiendo”, declaró a IPS la agricultora quechua Sonia Pinto.

Ella vive en la comunidad campesina de Quehuar, donde viven 20 familias quechuahablantes a 3100 metros sobre el nivel del mar, en el municipio de Andahuaylillas en el departamento de Cusco, cuya ciudad del mismo nombre se considera la capital histórica del Perú.

Con 33 millones de habitantes, el país andino es uno de los 17 megadiversos del planeta. Según el Ministerio del Ambiente, su patrimonio genético incluye 184 variedades de plantas nativas domesticadas por los pueblos originarios.

Por ejemplo, los tubérculos (papa, maíz mote, ulluco o papa lisa), granos y frutos diversos entre los que destacan el frijol, los pallares o frijoles anchos, el zapallo, la lúcuma. Todos han sido un aporte a la alimentación de la humanidad.

Pese a esta riqueza 30 % de su población está en pobreza, promedio que sube 10 puntos en las zonas rurales de acuerdo a cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística e Informática.

La gestión de esta crisis por parte del gobierno es fuertemente criticada por gremios y organizaciones de la sociedad civil, entre otras razones por incrementar la desigualdad y descuidar el desarrollo de comunidades rurales.

La desaprobación de la gestión de la presidenta Dina Boluarte supera 90 % al cumplir dos años como jefa de Estado, cargo que asumió tras la destitución del expresidente Pedro Castillo el 7 de diciembre del 2022, un profesor de origen rural actualmente detenido, procesado por un presunto intento de golpe.

La producción y conservación de las semillas nativas y criollas es una práctica ancestral que contribuye a preservar la agrobiodiversidad, amenazada por factores climáticos, políticos y económicos. En la imagen, un conjunto de frascos de semillas de granos andinos en la ciudad de Cusco, Perú. Imagen: Mariela Jara / IPS

Revalorar a la madre tierra

Mujeres que se dedican a la agricultura familiar en el sur andino peruano participaron en la ciudad de Cusco en un diálogo de saberes sobre sus prácticas agroecológicas, en un contexto de crecientes riesgos derivados del cambio climático, la falta de atención del Estado, y la inseguridad alimentaria.

El encuentro anual lo organizaron las no gubernamentales Centro Flora Tristán y Bartolomé de las Casas. Además de campesinas del departamento de Cusco estuvieron agricultoras de Bolivia y de Colombia.

Las experiencias de las casi 60 participantes coincidieron en las desigualdades que viven por su condición de género, la sobrecarga de trabajo por el incremento de labores productivas y de cuidado de las familias, y la necesidad de intercambiar sus saberes para fortalecer su actividad agroecológica.

Coincidieron en la necesidad de revalorar la madre tierra, a la que llaman Pachamama, pues es la que les brinda los alimentos para poder vivir. Y para ello consideraron sostener buenas prácticas agrícolas, así como fortalecer el manejo de las semillas nativas para poder producirlas, almacenarlas y conservarlas.

“Cuando empecé a sembrar hortalizas tenía que comprar las semillas de las agroveterinarias, eran semillas curadas, que le dicen mejoradas. Como en mi chacra (parcela productiva) trabajamos todo naturalmente, decidí transformar desde la base para que no haya rastros químicos”, explicó Pinto, quien hace 10 años incursionó en la agroecología.

En la Casa Campesina de Cusco, en esa ciudad peruana, cerca de 60 mujeres agricultoras andinas participaron en un diálogo de saberes sobre sus prácticas agroecológicas. Durante el encuentro hubo exposiciones, intercambio de experiencias y exhibición de sus productos. Imagen: Mariela Jara / IPS

Ese trabajo de base que menciona consiste en nutrir la tierra con abonos naturales elaborados con insumos propios como excremento de animales, cáscara de huevo, ceniza, entre otros, y solo entonces colocar las semillas, la gran parte producidas por ella misma. Y no solo de granos y tubérculos, sino también de hortalizas como cebolla, zanahoria,  remolacha y acelga.

“Después de cosechar las semillas y limpiarlas, las envuelvo en la ceniza que queda de la leña donde cocinamos, mezclo, cierno y luego las guardo en botellas oscuras de vidrio y las dejo en un cuarto con poca luz. Cada botellita tiene su nombre. Así me enseñó mi abuelita y de esa forma yo también le enseño a mi hija, tiene 13 años y ha aprendido bastante y me sigue los pasos”, refirió orgullosa.

En Quehuar sus 20 familias se dedican a la agricultura a pequeña escala, pero varias mantienen todavía prácticas convencionales, emplean insumos químicos para abonar y combatir las plagas y enfermedades. Pinto les comparte sus experiencias sobre los beneficios de transitar a una forma de producción natural.

“Yo les he mostrado las variedades de semillas nativas y criollas que tengo, 10 de frijolitos, tres de quinua, tres de beterraga (remolacha roja), de maíz, de zanahoria, de perejil…. Les enseño cómo se produce, y también cómo se limpian las que son híbridas. Algunas se convencen y vienen a mi chacra (parcela productiva) a aprender”, explicó.

Ella vive con su esposo, que tras resistencias iniciales la apoya en su trabajo, con su hija y su hijo de 10 años, y con su madre. “La pachamama nos da alimentos para comer sano y nutrirnos, y nos queda para vender y tener ingresos para la familia”, remarcó.

Rita Galarza, mujer quechua de Bolivia, practica la selección y conservación de semillas de papa y maíz siguiendo las enseñanzas de su padre, e incorporando nuevos saberes gracias a su capacitación por organizaciones no gubernamentales. De esa manera cuida a la Pachamama, la madre tierra. Imagen: Mariela Jara / IPS

Un saber ancestral

Rita Galarza vive en la comunidad de Caranota, en el municipio de Anzaldo, a 65 kilómetros de la ciudad boliviana de Cochabamba. Es una mujer quechua que desde hace 13 años, cuando se separó de su esposo por su violencia, ha sido como ella resalta, madre y padre para sus seis hijos, tres mujeres y tres hombres, la mayor de 23 y el último de 12.

Capacitada por el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca), ha logrado ser una emprendedora agroecológica.

Su comunidad está a 3200 metros sobre el nivel del mar y ha logrado ampliar su producción de tubérculos y maíz a una gran diversidad de hortalizas, y, sobre todo, hacerlo empleando prácticas sostenibles que, como ella reitera, “cuidan a la Pachamama que tanto nos da”.

En diálogo con IPS durante el encuentro, recordó las enseñanzas de su padre: “Cuando era pequeño él sembraba papa y elegía la semilla, era una semilla interminable y lo seguimos teniendo porque es original de nuestra tierra”.

Ella cuenta con semillas nativas de maíz: blanco, amarillo, rojo y uno que llama chichillanco por su color jaspeado. Y de papa tiene cinco variedades.

“Me gusta elegir la semilla de papa, las miro a todas una por una, y selecciono las que tienen el ojo más grande (hendiduras). Yo cosecho unos 15 o 20 sacos y de allí selecciono tres para semilla, y eso es sagrado, lo guardo en lugar seco y aunque no haya comida no lo tocamos”, detalló.

Antes de almacenar la papa para la semilla, elabora un preparado para prevenir que le entren gusanos.

“En mi pueblo hay una planta que se llama chuluchulu que la machuco bien y la mezclo con la ceniza de otra plantita que le decimos caralú. Es un biocida natural que preserva la semilla los tres o cuatro meses hasta la próxima siembra”, agregó.

Galarza está orgullosa de haber educado a sus seis hijos, todos son quechuahablantes y viven con ella a excepción de uno que emigró a Estados Unidos. El último es el único que falta culminar sus estudios.

“Les he enseñado a estar orgullosos de lo que son, la madre tierra nos ha hecho aparecer hablando quechua y así sean ingenieros diplomados no deben tener vergüenza. Yo no estudié nada, mi mamá me dejo al cuidado de los animales, yo a mis hijos les dado por igual sus estudios y los conocimientos para vivir de la tierra, en respeto con ella”, puntualizó.

Las hortalizas producidas con semillas limpias de químicos es un motivo de orgullo para las mujeres agricultoras de diferentes países andino, pues contribuyen no solo a la alimentación saludable de sus familias, sino de sus comunidades. Imagen: Mariela Jara / IPS

Articulación para ser más fuertes

Katherine Pozo, residente en la ciudad de Cusco y perteneciente al Centro Flora Tristán, sostuvo que la agroecología conducida por las mujeres rurales es una alternativa de modelo de desarrollo frente al que privilegia el monocultivo para la exportación.

“Se trata de cuidar la tierra, el suelo y las semillas, y el eje no es solamente buscar un rédito económico, sino promover la soberanía alimentaria de los pueblos”, enfatizó.

Mencionó los crecientes desafíos a la agricultura familiar que precariza aún más las vidas ya en situación de pobreza de las familias y mujeres campesinas.

“Las sequías, las nevadas, granizadas y otros eventos naturales agravados por el cambio climático requieren respuestas articuladas de las propias mujeres no solo de Perú sino de toda la región andina”, manifestó.

ED: EG

 

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