Análisis

Otro tsunami sacude Sri Lanka… esta vez político

En Sri Lanka se produjo en noviembre un tsunami político, al conquistar una nueva alianza política más de dos tercios de los escaños en las elecciones legislativos, desplazando a una clase dominante por 60 años

LONDRES – Fue hace 20 años, el 26 de diciembre de 2004, cuando un gran tsunami asiático arrasó muchas de las provincias costeras de Sri Lanka, dejando miles de fallecidos, destruyendo hábitats e incluso arrastrando un tren lleno lejos de las vías.

Casi dos décadas después, el 14 de noviembre, otro tsunami sacudió a la nación sin previo aviso y dejando atónitos a gran parte de sus 22 millones de habitantes.

Pero este tsunami fue de otra índole. Tomó a gran parte del país por sorpresa, provocando un cambio tectónico en el panorama político después de la independencia y en las formas tradicionales de gobierno al desmantelar la vieja guardia corrupta.

Las elecciones parlamentarias del 14 de noviembre desplazaron a la longeva clase gobernante y al capitalismo comprador de los antiguos partidos políticos que habían dominado el gobierno de Sri Lanka desde 1948.

Si el tsunami de 2004 fue de naturaleza geológica, física y los daños que causó fueron internos, este nuevo fenómeno fue esencialmente político, con un impacto que se sintió no solo en las naciones vecinas, sino mucho más allá, especialmente en el mundo occidental, aunque por distintas razones.

Las elecciones de noviembre fueron ganadas por una alianza política formada apenas unos años antes, que desplazó a los principales partidos de Sri Lanka, dominantes durante más de 60 años. En su camino hacia el poder, marcaron historia.

El hombre de la tierra, Anura Kumara Dissanayake

No solo se debe a que la alianza obtuvo 159 bancas, logrando una mayoría de más de dos tercios en la legislatura de 225 miembros, sino también a que es la primera vez que esto ocurre desde la introducción de la representación proporcional hace décadas.

Tampoco se debe a que ganó 21 de las 22 circunscripciones distritales del país; ni siquiera a que fue el primer partido Sinhala-Budista del sur del país en obtener escaños parlamentarios en las circunscripciones predominantemente tamiles del norte, incluido el corazón tamil de Jaffna, el este y las áreas principalmente tamiles de plantaciones en las colinas centrales, derrotando a los partidos políticos tamiles establecidos desde hace mucho tiempo que perpetuaban la política nacionalista.

Este joven que hizo historia política en noviembre, fue parte de una alianza de izquierda compuesta por pequeños partidos políticos, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil y activistas, conocida como Poder Popular Nacional (NPP, en inglés). Amenazó con desterrar la política decadente y plegada de corrupción del pasado e implantar un sistema político y de gobierno completamente nuevo.

Hoy, por primera vez en la historia, Sri Lanka tiene un gobierno liderado exclusivamente por una alianza de izquierda.

NPP, que surgió como un partido político en 2019, liderado por Anura Kumara Dissanayake (conocido popularmente como AKD), integrante del antiguo partido marxista Janata Vimukthi Peramuna (JVP, Frente de Liberación del Pueblo), comenzó su camino con resultados humildes. En las elecciones presidenciales de ese año, apenas obtuvo un 3 % de los votos. Al año siguiente, lograron reunir tres escaños en la legislatura.

Sus adversarios parlamentarios de derecha fueron los que los ridiculizaban como el “partido de 3 %, por su pobre desempeño electoral, mientras los Rajapaksa, la familia política más poderosa del país, dominaban con un hermano como presidente, otro como primer ministro y un tercero como ministro de finanzas.

No obstante, en un giro extraordinario que sacudió a la clase política, un partido de hace apenas cinco años y que era despreciado como una molestia, ascendió al pináculo del poder.

La oposición del NPP los califican de marxistas violentos

Está capturando el poder ejecutivo y legislativo con bastante facilidad a través de una transformación democrática pacífica e imprevista que resonó en países vecinos, algunos de los cuales enfrentan disturbios y agitaciones internas.

Era una metamorfosis de una alianza virtualmente descartada por los votantes hace cinco años, lo que redujo a casi cero a los partidos de larga trayectorias con líderes experimentados. Parecía un cuento de hadas cuando se despertaron con la noticia.

Entre las elecciones de 2019 y 2024, la historia se interpuso. Esto permitió que el apoyo político, que el NPP había estado cultivando lentamente, transformara al antiguo partido marxista en una entidad política socialista, democrática y progresista.

A pesar de que, en el pasado, JVP había estado involucrado en insurrecciones armadas, la segunda de ellas sucedió a finales de la década de 1980, siendo un levantamiento prácticamente forzado por un gobierno derechista y pro-occidental que estaba decidido a aplastar cualquier disidencia democrática.

El JVP formaba el núcleo duro del emergente NPP, liderado por Dissanayake, un socialista decidido a convertir a Sri Lanka en una democracia centrada en las personas, aunque las otras 20 organizaciones que conformaban el NPP parecían más inclinadas a seguir la ideología de Anura.

En 2022, las protestas públicas contra el entonces presidente, Gotabaya Rajapaksa, comenzaron a expandirse, desencadenadas por sus políticas increíblemente incoherentes e incomprensibles, que resultaron en escasez de alimentos y productos básicos, como el combustible. Las manifestaciones masivas estallaron en Colombo, donde miles de personas acamparon frente a la secretaría presidencial durante meses.

Fue una oportunidad crucial para que el NPP democrático y progresista, que desde hacía tiempo abogaba por la abolición de la presidencia ejecutiva y el retorno al sistema parlamentario, se uniera al movimiento de protesta conocido como “Aragalaya” y consolidara su credibilidad como un movimiento popular decidido a erradicar el antiguo orden y construir una nueva Sri Lanka.

Incapaz de sofocar las protestas, el presidente Rajapaksa huyó del país, no sin antes nombrar como primer ministro a un oponente político, Ranil Wickremesinghe, aunque este último seguía siendo parte de la élite gobernante. Posteriormente, Wickremesinghe fue elegido presidente por la mayoría parlamentaria liderada por la familia Rajapaksa, como lo permitía la constitución.

Las políticas autoritarias de Wickremesinghe, respaldadas por el ejército y la policía para reprimir la disidencia pública, junto con su acuerdo con el FMI que impuso mayores medidas de austeridad y profundizó la pobreza, prometiendo prosperidad económica solo en un futuro incierto, provocaron un creciente rechazo por parte de la población hacia su gobierno.

Originario de un remoto pueblo rural de Sri Lanka y de una familia pobre que vivía en una aldea, Anura Kumara Dissanayake, al igual que muchos de sus compañeros del JVP y más tarde del NPP, es un auténtico hijo de la tierra, el primer líder de este tipo en la historia de Sri Lanka.

A pesar de las dificultades para educarse en escuelas rurales y más tarde en una escuela provincial, Dissanayake logró ingresar a la universidad y obtuvo una licenciatura en física, un logro poco común para alguien de su origen.

Si el presidente Wickremesinghe hubiera tenido la oportunidad de posponer las elecciones nacionales, lo habría hecho, como ya había postergado las elecciones locales durante su presidencia interina, temiendo una derrota electoral. Pero la constitución se lo impidió.

Al ver la masiva participación en los mítines públicos del NPP, el gobierno de Wickremesinghe y otros sectores que aspiraban a la victoria parlamentaria entraron en pánico.

Comenzaron a tildar al NPP de marxista y subversivo, evocando su pasado de violencia armada y advirtiendo sobre un posible regreso a esas prácticas. Demonizaron al NPP y pintaron una imagen aterradora de un país bajo un régimen autoritario.

Sin embargo, estos intentos de sembrar el miedo entre la población de Sri Lanka y los posibles inversores extranjeros fracasaron, en parte debido a la importancia geopolítica de Sri Lanka en el bullicioso océano Índico.

Esto no ha impedido que los oponentes del NPP los etiqueten como marxistas violentos, ignorando convenientemente su propio pasado, cuando dirigieron grupos paramilitares armados responsables de asesinatos y torturas de cientos de civiles a finales de la década de 1980.

Quienes han leído algunos informes de medios indios y occidentales recordarán cómo estos denominaron al NPP como el gobierno marxista de Sri Lanka y continúan haciéndolo. Sin embargo, más de 60 % de los votantes en Sri Lanka dieron la espalda a estas visiones apocalípticas, ya fueran promovidas por líderes políticos locales y su prensa leal, o por medios indios y occidentales, que probablemente esperaban el regreso de políticos pro-occidentales y la perpetuación de regímenes corruptos.

Ahora temen que el NPP cumpla su promesa de perseguir a los corruptos y llevarlos ante la justicia por el saqueo de los bienes del Estado.

Aunque las prioridades inmediatas del NPP incluyen continuar las negociaciones con el FMI para rescatar la economía y abordar otros problemas domésticos, la política exterior no parece estar en lo más alto de su agenda. No obstante, atrapado como siempre entre India y China, el partido deberá enfrentarse a importantes desafíos en este ámbito, los cuales no podrá ignorar por mucho tiempo.

 Neville de Silva es un experimentado periodista de Sri Lanka que ha ocupado cargos de alto nivel en Hong Kong en The Standard y trabajado en Londres para Gemini News Service. Ha sido corresponsal para medios internacionales como The New York Times y Le Monde. Más recientemente, fue subcomisionado de Sri Lanka en Londres.

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