La energía llega pero el río se seca para pobladores amazónicos de Brasil

Maria Aparecida dos Anjos apunta donde llega el agua en las crecidas del arroyo, ahora reducido a un hilo de agua en lo que antes era un gra cauce, en la comunidad de Santa Helena del Inglés, una de las poblaciones ribereñas del río Negro, un gran afluente del Amazonas, en Brasil. Imagen: Mario Osava / IPS

MANAUS, Brasil – El caudal del “igarapé” siempre bajaba tres meses cada año, ahora ya son dos años seguidos de sequía, se lamenta Maria Aparecida dos Anjos, mirando al hilo de agua, que en las crecidas alcanza los pilotes de su casa de madera, a 50 metros de distancia y una pendiente de más de 10 metros de altura.

El arroyo, “igarapé” para los pobladores ribereños, desemboca en el río Negro, el gran afluente norteño del Amazonas, cuyo caudal bajó más de 15 metros en relación al nivel del período lluvioso, afectando el transporte fluvial indispensable y la alimentación basada en la pesca de los habitantes locales.

La sequía sin precedentes interrumpió temporalmente la creciente bonanza de las 30 familias de la comunidad Santa Helena del Inglés, desde que recibieron la electricidad del programa gubernamental Luz para Todos, en 2012, reforzada em 2020 por la energía solar brindada por la no gubernamental Fundación Amazonia Sostenible (FAS).

“Energía es vida, o quizás mejor el río es vida, pero sin energía no funciona”: Nelson Brito de Mendonça.

La posada comunitaria Vista Rio Negro, con ocho habitaciones, tuvo que suspender sus actividades desde agosto, este año, a causa de la sequía. El ecoturismo es una fuente importante de ingresos para comunidad, cercana a Anavilhanas, un archipiélago fluvial atractivo por sus bellezas.

La mitad de los ingresos de la posada se distribuye a la comunidad, la otra mitad se destina a salarios, gastos comunes y mantenimiento.

“El sufrimiento para arribar a la posada”, teniendo que caminar centenares de metros en el suelo irregular y el fango, ante el alejamiento de la orilla del río, sería difundido por los huéspedes y “no vendría más nadie”, explicó Nelson Brito de Mendonça, de 48 años, 22 de ellos como presidente de la comunidad, cuando IPS visitó el lugar.

Atracadero de la posada de Santa Helena del Inglés, donde llega el río Negro en el período de lluvias en la Amazonia brasileña. Actualmente ni se ve el río a centenares de metros y el agua está al menos 15 metros por debajo de su nivel durante las crecidas. Imagen: Mario Osava / IPS

Comunidades solo accesibles por el río

Santa Helena solo es accesible por el río. Un barco rápido tarda hora y media para recorrer los 64 kilómetros de distancia entre la comunidad y Manaus, la capital amazónica de 2,2 millones de habitantes. El complemento “del inglés” se debe a una pareja británica que vivió allí en el pasado.

“Antes la posada recibía huéspedes eventuales en el período seco, el cierre total solo ocurrió en 2023 y 2004”, los dos años de sequía severa, destacó Keith-Ivan Oliveira, de 54 años, gerente del establecimiento, ubicado a la entrada de la comunidad, con un atracadero donde llega el agua, pero ahora a centenares de metros del río.

Él espera reabrir la posada en enero. Para eso “el agua tiene que subir mucho, si no los barcos grandes no llegan”, ante el riesgo de atascarse en los bancos de arena, comentó.

El ecoturismo, también practicado de forma particular por varias familias locales en sus pequeños “chalés (viviendas individuales)”, solo se hizo viable por la energía eléctrica, especialmente la de fuente solar que complementó la transmitida por cables, insuficiente y frecuentemente interrumpida por árboles tumbadas por la lluvia y los vientos.

El aire acondicionado, indispensable para la comodidad del turista en el calor amazónico, consume mucha energía.

La posada Vista Rio de Negro, inaugurado en 2014 como una fuente de ingresos para la comunidad Santa Helena del Inglés, en que viven 30 familias de pescadores, cultivadores de mandioca y artesanos en la Amazonia brasileña. Imagen: Mario Osava / IPS

Sin energía, ni agua ni alimentos

“Otras comunidades sufren escasez de agua, nosotros no porque tenemos las dos fuentes de energía, la red de cables y la solar. Si falta luz no hay agua, que entonces se bombeada”, sostuvo Oliveira.

Santa Helena consume agua de un pozo de 86 metros de profundidad y que llega a tres depósitos elevados en la parte más alta de la comunidad. De allí el agua escurre por gravedad a los locales de consumo.

Para Dos Anjos, que a los 59 años encabeza una familia local típica, con ocho hijos y seis nietos, la mayoría viviendo en Santa Helena, la electricidad representa el bienestar de disponer de un refrigerador y no tener que conservar las carnes en sal, además de ventiladores contra el calor, televisión y otros electrodomésticos.

Lucilene Ferreira de Oliveira, de 39 años y también ocho hijos, se beneficia doblemente. Es cocinera en la posada, que le permite un ingreso de cerca de 700 reales (120 dólares) mensuales cuando está abierta, y en su casa prepara comida hecha que vende en la comunidad. El refrigerador y el horno eléctrico le son indispensables.

Keith-Ivan Oliveira, gerente de la posada Vista Rio Negro, en la entrada de la fábrica de hielo en construcción que dispondrá de energía solar propia e incrementará la productividad de la pesca de los pobladores ribereños y reducirá sus costos, en la comunidad Santa Helena del Inglés, en la Amazonia brasileña. Imagen: Mario Osava / IPS

Ella destaca la mejora educacional para los niños. “La escuela pasó a contar con aire acondicionado, que se activa cuando hace mucho calor, un beneficio para todos”, apuntó.

La electricidad también favoreció la conexión a internet que permite clases virtuales, necesarias ya que la escuela local contempla solo los cinco primeros años de la enseñanza primaria brasileña.

Elizabeth Ferreira da Silva, de 16 años y nieta de Dos Anjos, está concluyendo el noveno y último año de la primaria por internet. Los conocimientos que acumuló en ese medio le facilitó el trabajo que realiza en la comunicación de la posada, esencial en la atracción de turistas lejanos, incluso extranjeros.

En realidad la comunidad probó la energía solar antes, en 2011, pero era una planta muy pequeña y que pronto quedó inutilizada por un rayo. Ahora cuenta con una planta moderna de 132 paneles y 54 baterías de litio, instalada por la UCB Power, empresa especializada en almacenaje de energía, que comparte el proyecto con la FAS.

Los paneles solares de la planta que abastecerá la fábrica de hielo en la comunidad amazónica de Santa Helena del Inglés, en el estado brasileño de Amazonas. Tendrá capacidad para producir tres toneladas diarias. Imagen: Mario Osava / IPS

Hielo empodera la pesca

Además Santa Helena ya cuenta con otra planta, de 84 paneles, para la operación de una fábrica de hielo que se espera inaugurar en algunos meses, con capacidad para tres toneladas diarias.

Es otro proyecto impulsado por la FAS y vital para incrementar los ingresos de los pueblos ribereños de la Amazonia, pescadores por naturaleza.

“Con nuestro hielo ya no tendremos que comprarlo en Manaus, para conservar el pescado y venderlo a un mejor precio”, celebró Mendonça. Los ribereños muchas veces pierden el pescado por falta de hielo y “ya tuvimos que darlo gratis a las empresas de comercio”, acotó.

“Energía es vida, o quizás mejor el río es vida, pero sin energía no funciona”, sentenció, al admitir que la fábrica de hielo solo se concreta porque la comunidad logró ayuda para disponer de la segunda planta solar.

La red de cables de distribución eléctrica llegaron a la comunidad amazónica brasileña de Santa Helena en 2012, pero con potencia insuficiente y frecuentes interrupciones. Las plantas solares instaladas después superaron el déficit, pero fomentan actividades que aumentan la demanda y exige más energía. Imagen: Mario Osava / IPS

Los ribereños conquistan la independencia como pescadores y reducen sus costos de conservación y transporte, lo que resulta más utilidades y mejor productividad y calidad del pescado, resumió Oliveira.

Ese proceso apunta al inicio de las transformaciones en Santa Helena y las otras 18 comunidades de la Reserva de Desarrollo Sostenible del Río Negro (RDS), área de preservación ambiental de103 086 hectáreas en que sus pobladores permanecen, aprovechando sus recursos naturales pero de forma sostenible.

La reserva se creó en 2008 después que once ribereños fueron detenidos por la extracción ilegal de madera y desataron un movimiento por los derechos de pueblos tradicionales, fuentes de ingreso y vida digna.

Las negociaciones con las autoridades del estado de Amazonas, en la capital Manaus, dieron como resultado la creación de la RDS. Con eso los pobladores de la reserva ganaron el derecho exclusivo a la pesca en el tramo local del río Negro y la salida de las empresas que realizaban una pesca industrial y depredadora.

Los ribereños se volvieron pescadores en escala comercial y hoy disponen de 13 barcos, casi todos con capacidad para cinco toneladas de pescado. La fábrica de hielo alza la actividad a nuevo peldaño, aunque la sequía amenace temporalmente la actividad.

La extracción de madera quedó limitada al uso personal y a bosques de manejo sostenible. Pesca, ecoturismo y la siembra de mandioca (yuca), con las que se elabora harina en las varias “casas de harina”, son las principales fuentes de ingreso.

Lucilene Ferreira de Oliveira, cocinera de la posada, también produce comidas para venta en su casa, actividad que exige energía suficiente para sus refrigeradores y el horno eléctrico, en la pequeña comunidad de Santa Helena del Inglés, en el noreste amazónico de Brasil. Imagen: Mario Osava / IPS

Ejemplo

Ese es un modelo a ser replicado en las numerosas comunidades ribereñas amazónicas, según Valcleia dos Santos Lima, superintendente de desarrollo sostenible de comunidades de la FAS.

La comunidad de Bauana, en el municipio de Carauari, sudoeste de la Amazonia brasileña, ya se instaló una planta de 80 paneles fotovoltaicos y 32 baterías. En ese caso se trató de activar “una cadena productiva, de fábricas que benefician aceite de andiroba y murumuru”, dijo a IPS esta graduada en gestión de políticas públicas.

Se trata de dos especies amazónicas, respectivamente un árbol y una palmera (Carapa guianensis y astrocaryum murumuru, en sus nombres científicos) que producen aceites de uso medicinal y cosmético en sus frutos.

Energía es clave para que los amazónicos prosperen, para agregar valor a los productos de la bioeconomía y promover el turismo de base comunitaria. Además casi un millón de habitantes de la Amazonia no disponen de electricidad y 313 de las 582 comunidades en que actúa la FAS la tiene limitada a cuatro horas diarias, recordó Lima.

“En ese contexto es importante que la energía renovable pueda atender las demandas sociales y así también las demandas de la economía y de empleo”, concluyó.

ED: EG

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