NUEVA YORK – Esta cuarta semana de septiembre, la 79 Asamblea General de las Naciones Unidas celebra casi 20 años desde que el organismo resolvió por primera vez restringir la pesca de arrastre de fondo en los montes submarinos del mundo.
Son las montañas submarinas que se elevan miles de metros sobre el lecho marino y comprenden algunos de los ecosistemas marinos de mayor riqueza biológica del planeta.
Liderados por Palaos y otras pequeñas naciones insulares vinculadas al océano desde hace muchas generaciones, en las décadas siguientes se firmaron una serie de acuerdos que ampliaron la protección de las profundidades marinas, las oscuras y frías aguas por debajo de los 200 metros.
Esos acuerdos culminaron el año pasado con la adopción de un tratado para proteger la biodiversidad marina en zonas situadas fuera de las jurisdicciones nacionales.
Son logros importantes que debemos celebrar. Pero llevamos suficiente tiempo en la diplomacia como para saber que esos acuerdos son a menudo sólo el principio de un largo y tortuoso camino hacia su plena aplicación.
Hoy, por ejemplo, la pesca de arrastre de fondo no sólo continúa en los montes submarinos, sino que se practica en aguas cada vez más profundas, a pesar de las pruebas científicas de los graves daños que causa a los corales y otros hábitats.
De hecho, la última Evaluación Mundial de los Océanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) concluyó que «la pesca, especialmente el arrastre de fondo, constituye la mayor amenaza actual para los ecosistemas de los montes submarinos».
Una historia similar se está desarrollando en otros lugares de las profundidades marinas. No hace mucho, se pensaba que la presión aplastante y la oscuridad casi total de la capa mesopelágica del océano, a veces denominada «zona crepuscular (200-1000 metros de profundidad)», eran inhóspitas para la vida.
Sin embargo, los avances tecnológicos, como los sumergibles y los vehículos teledirigidos, ofrecen ahora una ventana a un mundo lleno de peces, calamares y gambas de aguas profundas.
Se calcula que este reino marino alberga hasta 95 % del peso de todos los peces del océano y hasta 10 millones de especies diferentes, un nivel de biodiversidad similar al de las selvas tropicales.
Ahora también sabemos que el medio marino profundo es fundamental para la salud de la red alimentaria del océano en general, incluidas las poblaciones de peces de las que dependen innumerables personas de todo el mundo para su alimentación y empleo.
Además, nuevas investigaciones han revelado que la asombrosa biomasa del mesopelágico desempeña un papel indispensable en el sistema climático al mantener fuera de la atmósfera enormes cantidades de gases que atrapan el calor en un proceso conocido como la bomba de carbono.
Sin embargo, como la sobrepesca, la contaminación y el rápido calentamiento de las aguas siguen haciendo mella en las poblaciones mundiales de peces, los países se plantean cada vez más autorizar a sus flotas a explotar las profundidades marinas para satisfacer la insaciable demanda de productos pesqueros utilizados en fertilizantes, acuicultura y suplementos dietéticos.
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El peligro de la sobreexplotación no termina a 1.000 metros de profundidad. Las empresas mineras llevan mucho tiempo intentando ampliar su radio de acción desde la tierra hasta las profundidades marinas.
Hoy, por ejemplo, la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, afiliada a la ONU, que regula la minería de aguas profundas, está ultimando normas para gestionar las operaciones comerciales en los fondos oceánicos.
Ya ha permitido viajes de exploración minera en la vasta zona Clarion-Clipperton del Pacífico, donde los buques dragan el fondo marino a 4000-5000 metros bajo la superficie en busca de nódulos de níquel, manganeso, cobre y cobalto que, sin subvenciones públicas, nunca darían beneficios.
Como en otros lugares, las actividades podrían causar daños irreversibles al ecosistema y liberar potencialmente carbono que lleva milenios almacenado de forma segura. Si se aprueba, la minería a gran escala podría comenzar en pocos años.
Sorprendentemente (y no sin ironía), una investigación financiada en parte por una empresa minera descubrió recientemente la presencia de «oxígeno oscuro» en la misma zona del fondo marino.
Durante mucho tiempo se ha entendido que el oxígeno era creado por los organismos vivos en presencia de luz mediante el proceso de fotosíntesis.
Sin embargo, un estudio publicado este verano sugiere que las propiedades electroquímicas de los mencionados nódulos pueden generar oxígeno en total oscuridad.
Los hallazgos podrían tener implicaciones de gran alcance que nos ayuden a comprender los orígenes de la vida y demuestren lo mucho que está en juego en la minería.
A medida que hemos ido desentrañando los misterios de las profundidades marinas en las dos últimas décadas, la sensatez de los compromisos de la comunidad internacional para protegerlas está más clara que nunca.
Nuestra tarea imperativa hoy es aplicarlos plenamente antes de que sea demasiado tarde.
T: MF / ED: EG