SAN FRANCISCO, Estados Unidos – Con casi 18 millones de estudiantes en los campus universitarios de Estados Unidos este inminente otoño boreal, los defensores de la guerra contra Gaza no quieren oír ninguna contestación a ello. El silencio es complicidad, y así les gusta a los aliados de Israel.
Para ellos, el nuevo curso académico reinicia una amenaza al statu quo. Pero para los partidarios de los derechos humanos, es una nueva oportunidad de convertir la enseñanza superior en algo más que una zona de confort.
En Estados Unidos, el alcance y la arrogancia de la incipiente represión universitaria son, literalmente, impresionantes. Cada día mueren personas por la transgresión de respirar siendo palestinos.
El número de muertos en Gaza asciende a más de una «Kristallnacht (noche de los cristales rotos, la violencia contra los judíos en Alemania en 1938)» al día, durante ya 11 meses y contando y sin final a la vista. El destrozo de toda la infraestructura de una sociedad ha sido horrendo.
Hace meses, citando datos de la Oficina Central Palestina de Estadística, ABC News informó de que «25 000 edificios han sido destruidos, 32 hospitales obligados a dejar de prestar servicio, y tres iglesias, 341 mezquitas y 100 universidades y escuelas destruidas».
No es que esto deba perturbar la tranquilidad de los campus del país cuyos contribuyentes y dirigentes electos lo hacen todo posible. Los altos cargos de las universidades hablan con elocuencia sobre la santidad de la enseñanza superior y la libertad académica mientras reprimen las protestas contra las políticas que han destruido decenas de universidades en Palestina.
Una de las principales razones para reprimir la disidencia es que las protestas contra Israel incomodan a algunos estudiantes judíos. Pero los fines de la educación universitaria no deberían incluir siempre hacer que la gente se sienta cómoda.
¿Hasta qué punto deberían sentirse cómodos los estudiantes de una nación que permite el asesinato masivo en Gaza?
¿Qué diríamos de las afirmaciones de que los estudiantes del Norte con acento sureño no deberían haberse sentido incómodos por las protestas por los derechos civiles en el campus y las denuncias de Jim Crow en las décadas de 1950 y 1960? ¿O que los estudiantes blancos de Sudáfrica que estudiaban en Estados Unidos se sintieran incómodos por las protestas contra el apartheid en la década de los 80?
Uno de los cimientos del edificio de la supresión de la expresión y la vigilancia virtual del pensamiento es el viejo recurso de equiparar las críticas a Israel con el antisemitismo.
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Del mismo modo, se supone que la ideología del sionismo que intenta justificar las políticas israelíes obtiene un pase pase pase lo que pase, mientras que sus oponentes, incluidos muchos judíos, pueden ser denunciados como antisemitas.
Pero las encuestas muestran que hay más jóvenes estadounidenses que apoyan a los palestinos que a los israelíes. Las continuas atrocidades de las Fuerzas de «Defensa» de Israel en Gaza, que matan a una media diaria de más de 100 personas -en su mayoría niños y mujeres-, han impulsado a muchos jóvenes a actuar en Estados Unidos.
«Las protestas sacudieron los campus estadounidenses a finales del pasado curso académico», informaba en portada de The New York Times a finales de agosto.
Añadió: «Muchos administradores siguen conmocionados por las últimas semanas del semestre de primavera, cuando las acampadas, las ocupaciones de edificios y los enfrentamientos con la policía contribuyeron a que se produjeran miles de detenciones en todo el país».
En genera, dijo el diario, la acusación de «enfrentamientos con la policía» sirvió como eufemismo para referirse a la policía atacando violentamente a manifestantes no violentos.
Desde las nebulosas torres de marfil y suites corporativas habitadas por tantos presidentes de universidades y consejos de administración, el pueblo palestino apenas es más que una abstracción en comparación con prioridades mucho más reales.
Una frase discreta del Times arroja un poco de luz.
«Las estrategias que están saliendo a la luz pública sugieren que algunos administradores de escuelas grandes y pequeñas han llegado a la conclusión de que la permisividad es peligrosa, y que una línea más dura puede ser la mejor opción – o tal vez sólo la que tiene menos probabilidades de provocar la reacción de los funcionarios electos y los donantes que han exigido que las universidades tomen medidas más enérgicas contra los manifestantes», sentenció.
Mucho más claro resulta un nuevo artículo de Mondoweiss de la activista Carrie Zaremba, investigadora con formación en antropología.
«Los administradores universitarios de todo Estados Unidos han declarado un estado de emergencia indefinido en los campus universitarios», escribió.
Añadió que «las escuelas están desplegando políticas en preparación para sofocar el activismo estudiantil pro palestino este semestre de otoño, y remodelando las regulaciones e incluso los campus en el proceso para adaptarse a esta nueva normalidad».
«Muchas de estas políticas que se están instituyendo comparten una fórmula común: más militarización, más aplicación de la ley, más criminalización y más consolidación del poder institucional. Pero, ¿cuál es el origen de estas políticas y por qué son tan similares en todos los campus?», inquirió.
Según Zaremba, «la respuesta está en el hecho de que han sido proporcionadas por las industrias consultoras de «gestión de riesgos y crisis».
Ello, adujo, «con el apoyo tácito de los administradores, los grupos de defensa sionistas y las agencias federales. Juntos, despliegan el lenguaje de la seguridad para disfrazar una lógica más profunda de control y securitización».
Para contrarrestar estas medidas de arriba abajo será necesaria una intensa organización de base.
Resultará esencial ejercer una presión sostenida contra la represión en los campus, para afirmar continuamente el derecho a expresarse y protestar garantizado por la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos
La insistencia en adquirir conocimientos al tiempo que se gana poder para las fuerzas progresistas será vital.
Por eso el Fondo Educativo RootsAction (que ayudo a dirigir) lanzó en la primera semana de septiembre la Red Teach-In nacional, bajo el lema «El conocimiento es poder, y nuestros movimientos de base necesitan ambos».
Las élites que se horrorizaron por el levantamiento moral en los campus universitarios contra la matanza de Israel en Gaza están haciendo ahora todo lo que pueden para impedir un resurgimiento de ese levantamiento.
Pero el asesinato masivo continúa, subvencionado por el gobierno estadounidense.
Cuando los estudiantes insisten en que el verdadero conocimiento y la acción ética se necesitan mutuamente, pueden ayudar a hacer historia y no sólo a estudiarla.
Norman Solomon es director nacional de RootsAction.org y director ejecutivo del Institute for Public Accuracy (Instituto para la Exactitud Pública). Es autor de numerosos libros, entre ellos War Made Easy. Su último libro, War Made Invisible: How America Hides the Human Toll of Its Military Machine, fue publicado en verano de 2023 por The New Press.
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