PAREDONES, Chile – Crece el número de organizaciones que agrupan a mujeres pescadoras chilenas quienes buscan ser reconocidas como trabajadoras, visibilizar su dura realidad y escapar a la precariedad en la que viven.
Son mujeres que han estado siempre presentes en las faenas pesqueras, pero han sido ignoradas, calificadas como ayudantes del proceso y relegadas social y económicamente.
Los pescadores artesanales registrados en Chile son 103 017 y de ellos 26 438 son mujeres que trabajan como recolectoras de orilla, fundamentalmente como algueras, y en tareas asociadas.
Una estadística del gubernamental Servicio Nacional de Pesca (Sernapesca) indicó que al 2023 había en Chile 1850 organizaciones de pescadores artesanales, de las cuales 81 agrupaban tan solo a mujeres.
El sector pesquero en este alargado país sudamericano de 19,5 millones de habitantes exportó 3,4 millones de toneladas de pescados y mariscos en 2021, con ingreso de 8500 millones de dólares.
Chile es uno de los 12 mayores países pesqueros del mundo y su pesca industrial es la más relevante económicamente.
Mientras, la pesca artesanal se desarrolla en 450 caletas o ensenadas donde operan grupos de pescadores y que van desde el extremo norte hasta al sur austral, en una extensión de 4000 kilómetros en línea recta.
La recolección de algas, efectuada principalmente por mujeres, se extiende desde diciembre hasta abril. En los siete meses restantes las algueras apenas subsisten con lo ahorrado y deben reinventarse para obtener algún ingreso.
Las invisibilizadas mujeres de mar
Marcela Loyola, de 55 años, es la vicepresidenta de la Agrupación de Mujeres de Mar en el pueblo costero de Bucalemu, perteneciente al municipio de Paredones, a 257 kilómetros al sur de Santiago, y parte de la región de O’Higgins, limítrofe con el sur del área metropolitana capitalina.
Esta Agrupación reúne a 22 algueras y también a fileteadoras de pescados, tejedoras que cosen y colocan los anzuelos espaciadamente en las redes de pesca y desconchadoras de mariscos, quienes extraen su carne comestible.
“El principal problema es que las mujeres pescadoras éramos invisibles en todo el país. Siempre hemos estado a la sombra de nuestros maridos. Hay una falta de reconocimiento hacia las mujeres también desde la autoridad, la sociedad y las políticas”, dijo a IPS en la caleta de Bucalemu.
Para Loyola, “hay muchos sindicatos, pero sus proyectos llegaban solamente a los hombres, pero jamás en algo que sirva a las mujeres. Y no tenemos salud, previsión, nada”.
Su Agrupación impulsó junto a Sernapesca una actividad para legalizar a las trabajadoras y trabajadores en la pesquería artesanal.
“Hicimos una jornada de postulación y vino mucha gente porque no tenían carné (permiso). Solo en Bucalemu se inscribieron 60. Algunos tenían credencial para pescadores, pero no permiso como amarrador o amarradora de cochayuyo (alga parda comestible) u otras actividades conexas”, explicó.
Bucalemu fue también sede el 31 de mayo de un Encuentro Nacional de Mujeres de la Tierra y el Mar, al cual asistieron más de 100 delegadas provenientes de diferentes puntos de Chile.
Gissela Olguín, de 40 años y coordinadora de la nacional Red de Mujeres del Mar de la región de O’Higgins, dijo a IPS que esta cita apuntó a defender la soberanía alimentaria en cuanto a los recursos del mar.
“Trabajamos para aprender las mujeres del mar lo que tiene que ver con la soberanía alimentaria. Desde el derecho a la tierra, al agua y a las semillas analizamos cómo la gente del mar hoy se ve amenazada porque se repite la desigualdad del modelo del campo ahora en la costa”, relató la lideresa.
Área de manejo solo de mujeres
Delfina Mansilla, de 60 años, preside el Sindicato de Mujeres Algueras del municipio de Pichilemu, también en O’Higgins y a 206 kilómetros al sur de Santiago, que reúne a 25 socias y tiene a cargo el área de manejo La Puntilla, la única entregada a mujeres en la zona central chilena.
Esta dirigente contó telefónicamente a IPS desde su localidad que el área de manejo tiene a las algas cochayuyo (Durvillaea antárctica) y el huiro (Macrocystis integrifolia), junto con los moluscos bivalvos llamados locos (Concholepas concholepas) sus productos principales.
El cochayuyo se extrae adentrándose en el mar con traje de buzo y utilizando un cuchillo para cortar el tallo adherido a las rocas a fin de que el alga vuelva a crecer. En el caso del huiro debe usarse una barreta de hierro, llamada por las algueras y pescadores chuzo.
“El principal problema que tenemos es que a los hombres les molesta nuestra área de manejo y entran buceando. Hay gente que no respeta a las mujeres y entra igualmente a un área que nos dieron a nosotras y que por años hemos cuidado”, dijo.
Estas mujeres venden los locos a restaurantes de Pichilemu mientras que el cochayuyo lo transan “en verde (la extracción estimada, aún sin extraer ni amarrar)”, con comerciantes intermediarios de Bucalemu.
Según Olguín, ha habido un incremento importante en la organización de las mujeres a nivel nacional gracias a la Ley de Equidad de Género aprobada el 2020 con el número 20820.
“La mujer ha estado invisible dentro del trabajo del sector pesquero y más aún dentro de la organización pesquera porque los sindicatos tienen mujeres, pero éstas son minoría”, aseguró.
Esta ley, explicó, abrió la posibilidad para que las mujeres puedan capacitarse y organizarse.
Olguín reafirma que pese a esos avances la mentalidad machista persiste en la pesquería.
“Creen que la mujer no puede estar en los botes o tienen espacios más reducidos para ellas en la caleta. Es una conducta de hombres que siguen pensando que las mujeres solo ayudan al quehacer pesquero, pero no trabajan en él”, aseveró.
Situación crítica de las algueras
La dirigente califica como precaria la situación de las mujeres algueras.
“Las mujeres que trabajan en el mar, van a unos rucos que son unas casuchitas con condiciones mínimas y viven ahí, duermen ahí. No tienen agua ni luz y cada cual tiene que arreglárselas como puede. Lo mismo con el tema sanitario, tienen que hacer baños improvisados”, relató.
Añadió que es un trabajo duro porque el horario lo fija el mar. Las primeras mareas bajas pueden ser a las 7:00 de la mañana o a veces a mediodía en pleno verano con todo el sol sobre sus cabezas.
“Siempre las condiciones son un poco extremas. Tirar algas para afuera cuando se corta el cochayuyo es un trabajo que requiere mucha fuerza física”, describió.
Como es un período corto de trabajo, las mujeres prefieren permanecer en los rucos, moradas improvisadas con palos y géneros que se levantan sobre la arena u otro suelo asemejan a unas carpas.
“Aquí las mujeres dejan de ir al mar solo cuando ya su cuerpo se lo impide. Conozco señoras de más de 70 años que todavía andan en la orilla porque es la forma de subsistir”, añadió.
Otro factor determinante es el precio del alga que fijan los compradores y que oscila entre 200 a 500 pesos el kilo (entre 20 y 50 centavos de dólar).
Para lograr un buen pago, las algueras trabajan muchas horas a fin de extraer más producto. “Es un sector muy precarizado, que no tiene seguridad social ni reconocimiento cultural”, concluyó Olguín.
La amenaza sobre las algas
La doctora en Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Chile, Alejandra González, dijo a IPS que algunas especies de macroalgas pardas y rojas presentes en las costas chilenas son materia prima para la industria alimentaria, farmacológica y médica.
Este valor comercial y su alta demanda, provoca una extracción directa “generando reducción de las poblaciones naturales y fragmentación con una tasa de recuperación lenta de sólo aquellas que sobrevivieron a la cosecha”.
“Este escenario, hace que las poblaciones estén menos capacitadas para enfrentar cambios en el ambiente, quedando vulnerables a eventos como Enos (El Niño), olas de calor, aumento de marejadas, cambios en el PH del agua de mar, muchos de ellos asociados a cambio climático”, aseveró.
Entre las mayores amenazas a las macroalgas, están la destrucción del hábitat debido, por ejemplo, a construcciones costeras portuarias o edificaciones; la contaminación causada por la urbanización y las especies invasoras, asociadas a movimientos de navíos y migraciones.
Son también una amenaza la sobreexplotación relacionada con el aumento de la población humana, el cambio climático generado por el aumento del dióxido de carbono (CO2) y sus efectos colaterales como aumento de temperaturas, marejadas y cambios químicos.
Según González, la mayor amenaza para las algas es la combinación de todas estas variables.
La especialista plantea que el Estado chileno ha desarrollado diversas estrategias de conservación y manejo de praderas naturales de algas, pero estas medidas son insuficientes.
“En el norte de Chile la explotación de las macroalgas pardas desde praderas naturales es mayor, debido a que el secado es gratuito en las mismas playas, pero también está afectado por eventos de la corriente de El Niño. Mientras que en el sur se requiere invertir en galpones o sistemas de secado, siendo más eficiente cultivarlas dado que existen mas bahías mansas”, aseveró.
La especialista cree, asimismo, que las medidas para recuperar las praderas naturales de algas no parecen eficientes ni eficaces “ya sea por vacíos legales, dificultades de fiscalización in situ y/o otras variables ambientales adicionales como todas aquellas asociadas a cambio climático”.
ED: EG