KABUL – El campamento de Sarai e Shamali, en Kabul, es un asentamiento temporal para refugiados. El campamento recibe una media de 100 afganos al día, devueltos a la fuerza desde Pakistán e Irán, donde la mayoría había buscado asilo cuando los talibanes tomaron el poder en Afganistán hace casi tres años.
La deportación ha dejado a estas personas en una situación desesperada, enfrentadas a graves dificultades económicas, sin hogar y sin medios para ganarse la vida.
Mastora, de 32 años, pasó toda su vida en Pakistán con su familia, donde su marido vendía cuero y vivían cómodamente. Ahora, devueltos a la fuerza a Afganistán, lo han dejado todo en Pakistán y no tienen nada.
«No tenemos casa, ni medios de subsistencia, ni siquiera dinero para el transporte, y los talibanes no nos proporcionan ninguna ayuda», dice Mastora.
IPS entrevistó a siete mujeres para este reportaje; tres de ellas fueron retornadas a la fuerza desde Irán y cuatro desde Pakistán. Mastora, madre de cinco hijos, fue una de las entrevistadas.
Nació en Pakistán, adonde sus padres se trasladaron hace 40 años desde un Afganistán asolado por la pobreza en busca de una vida mejor.
Mastora y su familia forman parte de los cientos de miles de afganos expulsados de Pakistán desde que el año pasado el país anunció repentinamente una deportación forzosa de los refugiados afganos indocumentados del país, desarraigando a familias que llevaban décadas viviendo en Pakistán.
Irán también decidió devolver a los refugiados afganos que vivían en el país.
Pakistán expulsó a más de 500 000 afganos en la primera fase de la deportación, en noviembre del año pasado. Las autoridades del país han anunciado una segunda fase de expulsión para julio de este año que afectaría a 800 000 afganos que, según afirman, son migrantes ilegales.
Todas las mujeres entrevistadas carecían de un lugar donde vivir; solo cuatro habían conseguido alquilar una casa tras varios días viviendo en la miseria. El gobierno del Talibán en Afganistán no les ha proporcionado ninguna ayuda.
De las siete mujeres entrevistadas, solo una había recibido el equivalente a 28 dólares de las Naciones Unidas cuando salió de Pakistán.
La llegada de los deportados ha tenido un impacto inmediato en Kabul, donde el coste de los alquileres y los precios de los inmuebles han aumentado considerablemente.
La razón por la que muchos afganos huyeron a los vecinos Pakistán e Irán se debió en gran medida al colapso económico tras la toma del poder por los talibanes, la persecución a la que se enfrentaban muchos de ellos y la consiguiente dura opresión de las mujeres bajo su régimen islamista de línea dura.
Sin embargo, los afganos están siendo devueltos a la fuerza a un país donde las condiciones solo han empeorado.
Madina Azizi, activista civil y licenciada en Derecho, huyó a Afganistán hace un año. «Estuve en Pakistán más de nueve meses», dijo, «y ahora me han obligado a regresar a Afganistán y temo por mi seguridad. En Pakistán no vivía de un día para otro con el temor de que los talibanes vinieran a por mí», añadió.
Además de los problemas económicos, las mujeres también están muy preocupadas por el futuro de sus hijas en Afganistán, donde los talibanes han restringido la educación de las niñas.
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Shakiba y Taj Begum han sido deportadas de Pakistán. Las dos son analfabetas, pero sus maridos tienen estudios y, según ellas, por eso conocen el valor de la educación.
«Estuve siete años en Pakistán; mi hija tiene 16 años y estudiaba noveno curso. En Pakistán, mi marido y yo trabajábamos para construir el futuro de nuestros hijos, pero ahora aquí no tenemos nada, no tenemos trabajo, no tenemos techo, y me preocupa el futuro de mis dos hijas, dice Shakiba.
Begum también expresa preocupaciones similares. «Estuve cuatro años en Pakistán. Tengo una hija que estudiaba séptimo curso en Pakistán; mi marido era sastre. Nuestra vida era mucho mejor de lo que es ahora en Afganistán. Hace dos semanas que volvimos y aún no hemos encontrado casa. No hemos recibido ninguna ayuda. No sabemos qué hacer», afirmó.
Malai, Feroza y Halima, deportadas desde Irán, dicen que abandonaron Afganistán después de que los talibanes tomaran el poder porque ya no les permitían trabajar. En Irán, sin embargo, todas tenían un empleo remunerado. Malai trabajaba como limpiadora con su marido, Feroza laboraba en un restaurante y Halima en una peluquería.
«Ahora apenas podemos arreglárnoslas. Si conseguimos comida para el desayuno, nos cuesta tener para la noche. Cuando conseguimos comida para un día, también tenemos que racionarla para el día siguiente. Vivimos con grandes dificultades. A menudo sobrevivimos con té y pan durante días», dicen con parecidas palabras las mujeres.
Ellas también han relatado cómo sus hijas e hijos no tienen trabajo y no reciben ninguna ayuda. A las niñas no se les permite seguir estudiando.
Debido a las dificultades económicas y los riesgos para la seguridad a los que se enfrentan las mujeres obligadas a regresar a Afganistán, expertos en inmigración y activistas por los derechos de las mujeres piden a las autoridades paquistaníes e iraníes que detengan la deportación forzosa de afganas.