Producción de alimentos afianza equidad de las mujeres en La Habana

Plantas frutales, medicinales y de condimentos cultivadas en la sede del proyecto sociocomunitario Vida, en La Habana. Además de responder a problemas sociales, la iniciativa promueve elevar la educación ambiental de cada habitante de la comunidad y capacitar a las personas en técnicas agroecológicas como la permacultura y la reutilización de los recursos, incluida el agua. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

LA HABANA – Favorecer el empoderamiento de las mujeres y la producción sostenible de alimentos para el autoconsumo familiar son algunas acciones de transformación que impulsa Vida, un proyecto social y comunitario liderado por un grupo de ellas en la periferia de la capital cubana.

Una encuesta inicial reflejó el malestar ciudadano por problemas que marcaban la cotidianeidad de residentes en Alturas de la Víbora y Vieja Linda, zonas del Consejo Popular Los Pinos, en el municipio de Arroyo Naranjo, uno de los 15 que conforman La Habana.

“Las personas se sentían molestas por los vertederos en las esquinas donde abundaban ratas e insectos, había mucha hierba en los alrededores de las casas, niños y jóvenes no tenían espacio para practicar deportes”, explicó a IPS la coordinadora del proyecto, Natalia Caridad Quintana.

Además, “estas mujeres estaban sometidas a una violencia muy grande en los hogares. Sus esposos no les permitían participar en reuniones o actividades. Adolescentes y muchachas jóvenes eran madres de varios hijos o se dedicaban a la prostitución. Otras, adultas mayores, eran minimizadas o sentían que no servían para nada”, precisó la metróloga de 58 años.

Junto con dificultades para acceder a centros culturales, deportivos y recreativos, además de jóvenes desvinculados del estudio o el trabajo, otros indicadores mostraron que “se desconocía cómo mejorar la alimentación con esfuerzos propios, aprovechando de forma eficiente balcones, jardines y patios”, añadió.

Después de analizar profundamente los resultados del sondeo, recordó la coordinadora, alguien insistió que “era necesario transformar la vida de todas esas personas y eliminar malos comportamientos. Fue así que quedó bautizado el proyecto”, nacido en 2010.

Si bien en un inició le tocó lidiar con las incomprensiones y desinterés de no pocas personas del barrio, líderes religiosos comunitarios y funcionarios públicos, Quintana encontró esenciales apoyos en especialistas en medicina y psicología, así como en vecinos que devinieron en voluntarios para encauzar el plan de transformaciones.

También recibió el respaldo de su esposo Gilberto Elías Peña, y de Gilberto y Vida Estefan, hijos ya adultos del matrimonio.

“Lo que para otros puede resultar problemas ajenos, nosotros debemos convertirlos en oportunidad para rehabilitar, hablar de esperanzas, autoestima, equidad y el valor de la vida”: Natalia Caridad Quintana.

Según Quintana, acercarse al no gubernamental Centro Félix Varela favoreció ponerse en contacto con los fundamentos de la educación popular y con la red de Mapas Verdes, metodología para visualizar los valores locales de las comunidades, su problemáticas socioeconómicas y ambientales y lograr la sensibilización de los individuos hacia el entorno.

Rememoró el primer taller sobre masculinidades en 2013, dirigido a los varones.

“Recuerdo las caras de asombro de los pocos arriesgados que vinieron. Algunos advirtieron a mi esposo que ‘tuviera cuidado’, que me estaba metiendo en un tema delicado. Teníamos que desmontar muchos estereotipos. En talleres posteriores hemos visto a muchos llorar cuando se les ofrece información sobre sus conductas”, señaló.

En colaboración con especialistas del estatal Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), la sede del proyecto acoge charlas sobre educación integral de la sexualidad y enseña en el uso de métodos anticonceptivos para evitar embarazos no deseados e infecciones de transmisión sexual.

Igualmente,  busca modificar la baja percepción de riesgo ante prácticas sexuales sin protección y la poca autonomía en este ámbito, sobre todo de las adolescentes y jóvenes hasta los 20 años, debido a inequidades de género.

Natalia Caridad Quintana, fundadora del proyecto familiar Vida, se enfrentó al comienzo a incomprensiones y desinterés de no pocas personas del barrio, líderes religiosos comunitarios y funcionarios públicos. En contraste, tuvo el respaldo de su familia, vecinos, especialistas en medicina, psicología y voluntarios para encauzar el plan de transformaciones. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Adultas mayores también cuentan

Con 22,3 % de sus 11 millones de habitantes por encima del umbral de los 60 años, este país insular del Caribe es una de las naciones más envejecidas de América.

Vida ha cimentado una alianza con la Cátedra del Adulto Mayor de la Universidad de La Habana, con el objetivo de sumar a estas personas al mejoramiento de la comunidad y aportar conocimientos sobre autoestima, autocuidado, salud mental y física.

Unas 25 personas de la zona se han graduado de la Cátedra del Adulto Mayor. Solo en la primera graduación, en 2019, recibieron sus títulos 16 mujeres y un hombre.

“He aprendido a cómo convivir, socializar y ayudarnos entre todos”, valoró Mercedes Martínez, quien al dialogar con IPS confirmó que su salud e imagen personal “han cambiado mucho, para bien”, desde su incorporación este año a la universidad.

“Estaba en casa con problemas de salud y prácticamente ociosa. Con el taichí mejoró mi salud física y mental”, precisó esta jubilada de 67 años, técnico medio en derecho.

A su juicio, tanto la universidad como el proyecto Vida “incentivan en una, sobre todo en las mujeres, poder ayudar, sentirse fuerte y enfrentar las situaciones y problemas cotidianos”.

Elena Aidé Céspedes, de 79 años, una de las primeras mujeres en abrazar a Vida, recordó que su tesina de graduación, en 2019, la centró en la nutrición de las personas adultas mayores y la conservación de alimentos.

“Analicé cómo nos alimentamos, el respeto a los horarios de las comidas. Abordé la importancia de saberes ancestrales para encurtir, hacer vinagres o deshidratados, soluciones a la mano de muchas mujeres, junto con la posibilidad de sembrar nuestros propios condimentos”, argumentó Céspedes en su diálogo con IPS.

Esta enfermera obstetra afirma sentirse orgullosa de haber recibido en sus manos, al nacer, a un porcentaje considerable de hoy residentes en la comunidad.

Opinó que, si bien la labor de instituciones como el Ministerio de Salud Pública han contribuido a que las mujeres interioricen la importancia de la prueba citológica, “Vida también trabaja para que ellas piensen más en su salud personal y la de sus familias”.

Martha Beatriz Grass alimenta a sus cerdos en el patio de su vivienda, ubicada en el barrio de Alturas de la Víbora, en La Habana. Agradece al proyecto Vida incentivar en sus integrantes la cría de animales, a fin de contribuir al autoconsumo en los hogares. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Producción sostenible de alimentos

Después de jubilarse, hace ocho meses, Martha Beatriz Grass reconoció que se deprimió  “porque no sabía qué hacer. Natalia me embulló (animó) con el proyecto, y me sumé también a la universidad del adulto mayor y al taichí. He revivido”.

Con 61 años, esta exsecretaria contó a IPS que comenzar a criar cerdos en el patio de su vivienda “constituye un aporte para la economía familiar. Hemos aprendido como vacunarlos y desparasitarlos. Mi hija, mis nietos, y mi yerno me apoyan mucho en esta actividad”.

Quintana recordó que en Los Pinos existe un número considerable de madres solteras y que muchas mujeres son el sostén de los hogares, por lo cual ocupan un lugar importante en la vida de la comunidad.

Un grupo de 35 mujeres, muchas de ellas con sus hijas, conforman una red de productoras que aprovechan espacios en los patios de sus viviendas para sembrar frutales, vegetales, condimentos o plantas medicinales, además de criar ganado menor y aves de corral.

Tales prácticas contribuyen a la alimentación familiar y, desde el nivel local, conectan con los planes nacionales que aspiran a mejorar la seguridad alimentaria en un país que importa de 70 % a 80 % de los alimentos que consume.

Como parte de la filosofía del grupo, se incentiva compartir las producciones con adultos mayores, personas enfermas o con alguna discapacidad.

“El proyecto Vida también surgió como una forma de elevar la educación ambiental comunitaria y el cuidado de la naturaleza. Nos interesa capacitar a las personas en técnicas agroecológicas como la permacultura y la reutilización de los recursos, incluida el agua”, sostuvo la coordinadora Quintana.

Mientras camina por el patio de su vivienda y abunda sobre las propiedades de cada una de las numerosas especies que ha logrado cultivar, comentó sobre los planes para instalar allí un biodigestor, “aprovechar las excretas de los animales y que el biogás resultante beneficie a nuestra casa y de algunos vecinos”.

Para esta y otras actividades productivas mediante prácticas sostenibles, Vida desarrolla sinergias con las no gubernamentales Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, el Movimiento de Alimentación Sostenible, la Sociedad cubana para la promoción de las fuentes renovables de energía y el respeto ambiental (Cubasolar) y la Asociación Cubana de Producción Animal (Acpa).

Bertha Betancourt Wilson, integrante del proyecto sociocomunitario Vida, riega plantas medicinales. Un grupo de 35 mujeres, muchas de ellas con sus hijas, conforman una red de productoras que aprovechan los espacios disponibles en sus viviendas para sembrar frutales, vegetales, condimentos o plantas medicinales, además de fomentar la cría de ganado menor y aves de corral. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Enfoque social

De acuerdo con Quintana, otra prioridad es el trabajo con niñas, niños y adolescentes, “a quienes enseñamos a dibujar, hacer harina de yuca, vinagres, jabones naturales, poner un botón o hacer un dobladillo. Es esencial que aprendan el valor de dar sin esperar nada a cambio y a compartir lo que se tiene, no lo que sobra”.


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Sobre el programa No regreso, vinculado con personas exconvictas de todos los géneros, precisó que “la vida nos ha demostrado que es importante trabajar con esas personas. Hemos logrado que se incorporen al trabajo 965 de ellas, y no solo exreclusos, sino también jóvenes que no querían estudiar o laborar”.

“Sabemos que en nuestro entorno todavía existen casos de mujeres maltratadas, víctimas de violencia física o de abusos solapado”, precisó Quintana.

Añadió que “otras se convierten en madres desde edades adolescentes. Muchas provienen de familias donde tuvieron un padre alcohólico y abusivo, y luego tienen un esposo con similares características y el ciclo continúa después con hijos que las hacen sentir invisibles y desechables”.

“Por eso nuestro proyecto busca incorporarlas y adiestrarlas con conocimientos, que tengan un espacio para su liberación. Lo que para otros puede resultar problemas ajenos, nosotros debemos convertirlos en oportunidad para rehabilitar, hablar de esperanzas, autoestima, equidad y el valor de la vida”, subrayó.

ED: EG

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