Biodigestores encienden la llama de las cocinas rurales salvadoreñas

Marisol y Misael Menjívar posan junto al biodigestor instalado en marzo en el patio de su casa, en El Corozal, un asentamiento rural localizado en las cercanías de Suchitoto, en el centro de El Salvador. Con ese equipo, complementado con un inodoro especial y una cocina, la pareja puede producir biogás para cocinar a partir de las heces, lo que les ahorra dinero. Al fondo se puede apreciar la letrina con el inodoro. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

SUCHITOTO, San Salvador – Una nueva tecnología llegada a caseríos de El Salvador permite a las familias rurales generar biogás con las heces que ellas generan y con eso encienden las cocinas, algo que al principio les sonaba a ciencia ficción y, también, a algo fétido.

En el campo son muy populares las llamadas letrinas aboneras, que separan los orines de las heces para producir abono orgánico. Pero… ¿gas para cocinar?

“A mí me parecía algo increíble”, contó a IPS Marisol Menjívar, mientras explicaba cómo funcionaba su biodigestor, que es parte de un sistema que incluye un inodoro y una estufa, instalado en el patio de su casa, en el caserío El Corozal, en las cercanías de Suchitoto, un municipio del central departamento de Cuscatlán.

“Cuando instalaron los primeros equipos, me emocioné al ver que tenían conectado una cocinita, y pregunté si podía tener uno yo”, agregó Marisol, de 48 años. Se lo instalaron en marzo.

El Corozal, con 200 habitantes, es uno de los ocho asentamientos rurales, llamados comunidades, que conforman la Asociación Rural de Agua y Saneamiento Laura López (Arall), una organización comunitaria encargada de proveer de agua a 465 familias que viven en el caserío.

Se trata de pequeños poblados de campesinos dedicados al cultivo de de maíz y frijoles, que durante la guerra civil salvadoreña, entre 1980 y 1992, tuvieron que salir de la región, debido a los combates.

Al final del conflicto, regresaron a rehacer sus vidas y a trabajar colectivamente para proveerse de servicios básicos, sobre todo agua potable, como lo han hecho muchas otras organizaciones, ante la falta de cobertura del gobierno.

“Cuando instalaron los primeros equipos, me emocioné al ver que tenían conectado una cocinita, y pregunté si podía tener uno yo”: Marisol Menjívar.

En este país centroamericano, de 6,7 millones de habitantes, 78,4 % de los hogares en el campo tienen acceso a agua por cañería, mientras que 10,8 % se abastece de pozos y 10,7 %, por otros medios.

Con pequeñas cocinas como esta, una veintena de familias de El Corozal, en el centro de El Salvador, están preparando sus alimentos con el biogás que ellas mismas producen, gracias a un programa gubernamental que ha llevado la tecnología a estos rincones rurales apartados. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Tecnología sencilla y verde

El programa de los biodigestores en el área rural está siendo impulsado por la estatal Autoridad Salvadoreña del Agua (Asa).

Desde noviembre de 2022 esa institución ha instalado en forma gratuita alrededor de 500 de esos mecanismos, en varios caseríos del país.

La finalidad es que las familias campesinas puedan producir energía sostenible, biogás sin costo, que les permita mejorar su economía y la calidad de vida. Y, también, cuidar del ambiente.

El programa entrega a cada familia un kit que incluye el biodigestor, el inodoro, llamado biotoilet, y una pequeña cocina de un quemador.

En El Corozal se instalaron cinco de esos kits en noviembre de 2022, para conocer si la gente los aceptaba o no. A la fecha se han entregado 21, y hay una lista de espera para cuando lleguen más de esos equipos, provistos por la Asa.

El Corozal, en el municipio de Suchitoto, en el centro de El Salvador, es un asentamiento rural donde llegó desde finales del año pasado la tecnología de los biodigestores familiares, con los que algunas personas están produciendo ya biogás para encender sus cocinas y preparar sus alimentos, sin costo, beneficiándose económicamente. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

“Con los primeros que montamos, la idea era que la gente viera cómo funcionaban, pues había mucho desconocimiento y hasta temor”, dijo a IPS el presidente de Arall, Enrique Menjívar.

En El Corozal abundan las familias con el apellido Menjívar, por esa tradición de que parientes cercanos van echando raíces en un mismo lugar.

“Aquí casi todos somos parientes”, añadió Enrique.

El biodigestor es una bolsa de polietileno, herméticamente cerrada, de 2,10 metros de largo, 1,15 metros de ancho y 1,30 metros de alto, en cuyo interior las bacterias se encargan de descomponer las heces u otros materiales orgánicos.

Ese proceso genera biogás, energía limpia que produce la combustión de las estufas.

Los inodoros están montados en una tarima de cemento, a un metro de altura, en letrinas en los patios de las casas. Están hechos de porcelana y poseen a un costado una perilla que abre y cierra el orificio de entrada de las heces.

Una de las principales ventajas que los biodigestores familiares han traído a los habitantes de El Corozal, en el departamento salvadoreño de Cuscatlán, es que todo el proceso comienza con inodoros limpios e higiénicos, como este montado en la casa de Marleni Menjívar, al contrario de las letrinas aboneras, que suelen generar plagas de moscas y cucarachas. A la izquierda del inodoro se aprecia la pequeña manija con la que se bomba agua para lavar las heces y dirigirlas al biodigestor. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

También tienen incorporada una pequeña bomba manual, parecidas a las de inflar llantas de bicicleta, y al accionar la manija bombea desde una cubeta el agua con la que se lava los residuos, que bajan a la tubería subterránea.

Esa tubería lleva la biomasa por gravedad al biodigestor, ubicado a unos cinco metros de distancia.

El sistema puede ser alimentado también con residuos orgánicos, por medio de un tubo con un orificio colocado en uno de los extremos, que hay que abrir y luego cerrar.

Una vez producido, el biogás llega por medio de un conducto metálico a la pequeña cocina, de encendido automático, montada dentro de las casas.

“Ni siquiera uso fósforos, solo muevo la perilla y ella enciende sola”, comentó Marisol, dedicada a las tareas de la casa y del cuidado. Su familia incluye a su esposo, Manuel Menjívar, un agricultor de subsistencia, y la pequeña hija de ambos.

En El Corozal se han instalado biodigestores para familias de cuatro o cinco miembros, y con ese equipo se genera durante la noche 300 litros de biogás, suficientes para usarlo durante dos horas al día, según las especificaciones técnicas de Coenergy, la compañía que importa y comercializa los aparatos.

Sin embargo, hay kits para que lo usen dos familias juntas, que por el parentesco viven a la par y acuerdan compartir el equipo, que incluye, además del inodoro, un biodigestor más grande y una cocina de dos quemadores.

Con equipos más sofisticados, se podría generar electricidad con el biogás producido de la basura de los rellenos sanitarios o del estiércol de las granjas, aunque esto aún no sucede en El Salvador.

Marleni Menjivar se dispone a calentar un poco de agua en su cocina ecológica, observada de cerca por su hijita de 4 años, en El Corozal, en el centro de El Salvador, a donde ha llegado un innovador programa gubernamental para producir biogás. Con esta tecnología, las personas ahorran dinero, al comprar menos gas licuado y benefician al ambiente. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Ahorro y cuido del ambiente

Las familias de El Corozal que ya instalaron el equipo están contentas, por los beneficios que les ha traído.

El primero que valoran es el ahorro económico que conlleva el cocinar con gas producido por ellos mismos, sin costo.

Antes, esas familias preparaban los alimentos ya sea en estufas de leña, para cocciones prolongadas, o en cocinas regulares a base de gas licuado, a un costo de 13 dólares el tanque o “tambo”.

Por ejemplo, Marleni Menjívar usaba dos de esos tambos al mes, sobre todo por el alto consumo que demandaba el negocio familiar de elaboración de quesos artesanales, entre ellos el requesón, un tipo fresco muy popular localmente.

Diariamente ella debe cocer 23 litros de suero láctico, el líquido remanente de la coagulación de la leche. Esa fase consume el biogás producido durante la noche.

Para las comidas del día Marleni sigue usando la estufa a gas licuado, pero ahora solo compra un tanque en lugar de dos, un ahorro de alrededor de 13 dólares mensuales.

“Ese ahorro es importante para las familias aquí en el campo”, sostuvo Marleni, de 28 años y madre de una niña de 4 años. El grupo familiar lo complementan su hermano y su abuelo.

“Además ahorramos agua”, agregó.

En efecto, el inodoro del kit requiere de solo 1,2 litros de agua por descarga, menos que los convencionales.

Además, los suelos se protegen de la contaminación que suelen generar las letrinas de fosas sépticas, muy usadas en la zona rural, pero con filtraciones y poco higiénicas.

Eso no pasa con la nueva tecnología.

Los líquidos resultantes del proceso de descomposición van a dar, por medio de una tubería subterránea, a una fosa que funciona como filtro, con varias capas de grava y de arena. De ese modo se evita la contaminación de los suelos y de los mantos acuíferos.

También, como un subproducto del proceso de descomposición, se puede obtener un fertilizante líquido orgánico para aplicar a los cultivos.

La mayoría de familias en la comunidad campesina de El Corozal han sido beneficiadas con cocinas de una hornilla, que funcionan con biogás producido en biodigestores familiares. Además, se han entregado equipos más grandes, como este de dos quemadores. Sobre ellas se pueden colocar una plancha y preparar uno de los platillos favoritos de los salvadoreños: las pupusas, las tortillas de harina de maíz rellenas de frijoles, queso y cerdo, entre otros ingredientes. Imagen: Coenergy El Salvador

Comprobar in situ: cero hedores

Debido a la falta de información, al principio las personas tenían la preocupación de que si el biogás de las cocinas provenía de un proceso de descomposición de las heces, lo más probable, pensaban, era que tuviera mal olor.

Y, lo peor, quizá la comida también.

Pero poco a poco se fueron desvaneciendo esas dudas y temores, en la medida en que las familias iban viendo cómo funcionaban los primeros equipos.


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“Eso era lo primero que preguntaban, si el gas tenía mal olor, o si lo que cocinábamos tenía mal olor”, aseveró Marleni, al recordar cómo los vecinos llegaban a su casa a comprobarlo por ello mismos, cuando a ella le instalaron el kit, en diciembre de 2022.

“Era por la poca información que se tenía, pero luego comprobamos que no era así, despejamos la duda y vimos que no había nada de eso”, añadió.

Dijo que, como casi todos en el caserío, anteriormente había una letrina abonera en casa. Pero al mismo tiempo generaba hedor y plagas de cucarachas y moscas.

“Todo eso se ha eliminado, los baños son completamente higiénicos, limpios, incluso nosotros le mandamos a poner cerámica para que se viera más bonito”, acotó.

Remarcó que la higiene es importante para ella, pues su hijita ahora puede ir sola al baño, sin la preocupación de que merodeen las cucarachas y las moscas.

ED: EG

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