EL CAIRO – El primer día de la festividad musulmana del Final del Ayuno, con el culmina el Ramadán, Sabre Nasr, un joven egipcio de 20 años, se sintió enfermo y con fiebre alta en Jartum, la capital sudanesa.
Sabre, que se había trasladado desde Egipto al vecino Sudán para perseguir su sueño de convertirse en dentista después de que sus notas en el instituto le impidieran matricularse en una universidad egipcia, no pudo encontrar atención médica a pesar de que su temperatura alcanzó unos peligrosos 40 grados centígrados.
Uno de sus amigos, Ahmed, intentó buscar asistencia en los hospitales cercanos de Jartum, la capital, pero todos estaban cerrados. El padre de Nasr seguía la situación por teléfono e, impotente, pedía a Ahmed que siguiera ayudando a su hijo.
Ahmed no encontró transporte, así que cargó con su amigo durante tres kilómetros para intentar que recibiera atención médica. Pero por desgracia, volvieron a casa sin haber obtenido atención y Sabre falleció varias horas después.
Sabre era uno de los 5000 jóvenes egipcios que estudian en Sudán, a lo que se unen 10 000 trabajadores del país en la nación africana, con la que comparte en el sur una frontera de 1273 kilómetros de longitud.
A Sabre y a su amigo les pilló desprevenidos, como a la mayoría, el estallido del cruento conflicto entre el ejército sudanés y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), el 15 de abril. Ambos grupos habían participado juntos en el derrocamiento del gobierno civil en 2021.
La tensión entre el ejército y las FAR llegó a su punto álgido tras un acuerdo negociado internacionalmente para devolver el país al gobierno civil, cuando las FAR se negaron a unirse al ejército sudanés.
Al fracasar los intentos de alto el fuego, el conflicto continúa en las calles de Jartum, lo que provoca una crisis humanitaria. El Comité Internacional de Rescate estima que 334 000 personas han sido desplazadas dentro de Sudán, y se calcula que casi 65 000 han cruzado las fronteras como refugiados.
Nasr Sayed, padre de Sabre, contó a IPS en El Cairo que el amigo de su hijo era un héroe que arriesgó su vida para atenderlo y que cuando salió a la calle por primera vez para comprar medicamentos, los combatientes de las FAR lo detuvieron, lo golpearon y le confiscaron el dinero y el teléfono, pero esto no lo disuadió de intentar salvar a su amigo.
El afligido padre afirma que intentó ponerse en contacto con la embajada egipcia para obtener medicamentos para su hijo antes de su muerte, para que le ayudaran a transportar su cuerpo a Egipto tras su fallecimiento, o incluso para enterrarlo en Sudán. Pero todo fue en vano.
El 31 de abril, el Ministerio de Asuntos Exteriores egipcio anunció que 6399 connacionales habían sido evacuados por vía aérea o terrestre.
También afirmaron que las Fuerzas Armadas egipcias volaron en 27 misiones para evacuar a los ciudadanos atrapados en la nueva ola del conflicto armado en ese país.
Mohamad el Gharawi, agregado administrativo adjunto en la embajada egipcia en Jartum, fue asesinado cuando se dirigía a la sede de la embajada para monitorear la evacuación de egipcios en Sudán, informó el Ministerio de Asuntos Exteriores egipcio el 24 de abril.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
Ahmed Saber Ahmed, constructor de unos 40 años, se trasladó a Kalakla, al sur de Jartum, en 2008 para trabajar en el sector de la construcción. Él y su familia permanecen en la ciudad y se han convertido en blanco de numerosos saqueos, y el barrio en el que viven es un foco de guerra. Él culpa de ello a las fugas de las cárceles durante el conflicto.
«Mi familia y yo estamos atrapados aquí, y estamos tratando de manejar nuestras vidas con lo que podemos comprar al doble de los precios (habituales)», dijo Ahmed a IPS desde su localidad. «El dinero que tenemos está congelado en el banco, que lleva cerrado desde el comienzo de la guerra», explicó, y además la aplicación bancaria que utiliza no funciona.
«Estamos rodeados de vehículos blindados por un lado y de depósitos de armas por el otro, y a pocos kilómetros están los almacenes centrales de reserva y los depósitos de municiones de las Fuerzas Armadas sudanesas, así que no podemos salir ni movernos para buscar recursos, ni tampoco trasladarnos a los puntos de evacuación anunciados por las autoridades egipcias», explicó.
Añadió que tiene tres hijos, entre ellos una bebe de seis meses que depende de la leche artificial para nutrirse. “Todas las farmacias estaban cerradas desde el comienzo del conflicto, así que no puedo conseguirle leche”, detalló.
“Cuando me planteé ir a los puntos de recogida de evacuados, descubrí que los conductores exigían tarifas de hasta 300 dólares por persona. Ni siquiera tengo 1500 dólares para salvar a mi familia», dijo exasperado.
«Estamos atrapados, sin dinero, indefensos, aislados y esperando pacientemente nuestro destino», dijo Ahmed por teléfono.
Muhyiddin Mukhtar, un joven sudanés, decidió ofrecerse como voluntario en el Hospital del Sur de El Fasher después de presenciar cómo decenas de sus vecinos eran asesinados por hombres armados y en motocicletas.
Mukhtar afirma que su familia decidió quedarse porque marcharse sería difícil y peligroso, por no hablar de los elevados costes que su familia no tenía como afrontar.
«Si decides irte, el lugar más cercano a nosotros es Chad, y cuesta 200 dólares por persona hasta llegar a la frontera», dijo Mukhtar. «Un amigo íntimo mío huyó a Egipto con el resto de su familia, donde sufrieron una grave explotación por parte de los conductores, y cada persona pagó 600 dólares hasta llegar a la frontera del paso de Arqin», en el norte sudanés.
Tras el estallido de los combates en las zonas cercanas, Iman Aseel se vio obligada a huir de su casa en Jartum.
«Cuando la situación empeoró, mi hermana, mi tía y yo decidimos huir a Egipto», explicó Iman. «No nos exigían permiso para entrar en Egipto porque mi tía tenía tres hijos, pero el marido de mi tía sí tuvo que ir al paso fronterizo de Halfa para obtener el permiso».
Según Eman, que viajaba en el tren desde Asuán, 800 kilómetros al sur de El Cairo, su transporte hasta el cruce le costó 1,4 millones de libras sudanesas (2335 dólares), que no tenían. «Así que el marido de mi tía se vio obligado a vender gran parte de lo que tenía y sus cosechas a bajo precio para conseguir el dinero lo antes posible», dijo.
«Nos fuimos con lo puesto», narró Iman, de 18 años, «y en cuanto se estabilice la situación, volveremos a nuestra patria inmediatamente», aseguró con convicción.
Munir Dhaifallah, conductor de autobús que transporta personas de Sudán a Egipto, llevó a Iman y a su familia a Asuán.
Según él, algunos propietarios de autobuses se aprovecharon de la situación y subieron considerablemente sus precios debido al riesgo y a los altos precios del combustible.
La familia de Munir se ha negado a abandonar Kordofán del Norte, un árido estado del centro de Sudán.
«Era nuestro destino, según mi madre. Si estábamos destinados a morir, sería mejor que muriéramos y nos enterraran en nuestra patria», afirmó.
Munir suele conducir durante 24 horas, luego descansa dos días antes de volver a la misma ruta.
Los precios han comenzado a descender en estos primeros días de mayo, según Munir, porque mucha gente ya se ha marchado y los extranjeros han sido evacuados. “Quedando solo los pobres”, afirmó.
T: MF / ED: EG