FELIPE CARRILLO PUERTO, México – La caravana El Sur Resiste cruzó la península mexicana de Yucatán para hermanar las resistencias contra el Tren Maya. Sus consignas chocaron con el fuerte apoyo que demuestra una gran parte de la población a este proyecto. La división social tiene su origen en la promesa de progreso, y de paso, erosiona las tradiciones ancestrales de la cultura maya.
Bajo el agobiante sol del trópico, dos centenas de personas marchan por las calles de Felipe Carrillo Puerto. Como si el calor no fuera suficiente agobio, a su paso escuchan reclamos en contra de su manifestación y de sus consignas en este territorio del sureste mexicano.
El contingente incluye a organizaciones civiles, representantes de pueblos indígenas y activistas. Forman parte de la caravana El Sur Resiste, que recorre el trazado del Tren Maya para manifestar su rechazo a la megaobra.
También los acompañan activistas de Alemania, Bélgica, Chipre, Estados Unidos, Grecia, Italia y Reino Unido. Todos, simpatizantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y del Congreso Nacional Indígena, que en 2021 visitaron la Europa Indómita en busca de apoyo internacional para su resistencia contra proyectos como el Tren Maya y el Corredor Interoceánico.
A su paso, cantan consignas como: «¡Ese tren no es maya. Ese tren es militar!» o «¡Selva sí, tren no!».
Algunos de quienes los miran pasar, enfadados, replican: «Viva AMLO (el presidente Andrés Manuel Lópe Obrador)» o «Sí al tren». Los más atrevidos rayan en la xenofobia «¡Pero si esos ni son de aquí, regrésense a su país!». La escena se repite en otras ciudades y poblaciones por las que ha pasado la caravana, como Valladolid, en el estado de Yucatán, o Candelaria y Xpuji, en el de Campeche.
El tren goza de amplia popularidad en estos estados, a los que llegó con la promesa de empleos y desarrollo. Sin embargo, entre sus pobladores hay agrupaciones que no están de acuerdo con él y que creen que esas promesas no serán suficientes para remediar las afectaciones ambientales que el tren representa y el exterminio cultural que viene asociado con el ecocidio, según dicen.
«En los últimos años hay más polarización. Dices algo y hay un bando que te responde con lo contrario. Sobre todo, hay mucha conflictividad», dice al respecto, Rodrigo Patiño, de la Red de Articulación Yucatán, que da seguimiento a la instalación de megaproyectoos energéticos, solares y fotovoltáicos en la región, así como sus implicaciones sociales.
«Hay mucha gente que nos dice: es que tú no quieres el progreso, pero con datos e información técnica le vas demostrando sí hay oportunidad para el debate, pero es muy complicado, porque esta polarización de información ha generado muchas divisiones, sobre todo entre las organzaciones que trabajamos en la zona», explica.
Divide y ¿producirás energía?
La llegada del tren significará una mayor demanda energética en toda la península, necesaria no solo para su operación, sino para todos los desarrollos urbanos, turísticos e industriales que ya está creando y para el aumento de la población flotante que se espera con el incremento del turismo.
En los últimos años la Red de Articulación Yucatán ha identificado por lo menos 40 megaproyectos eólicos y fotovoltáicos en tierras de uso común y zonas de gran biodiversidad. Además el gobierno Federal ya trabaja en la construcción de dos plantas de ciclo combinado para dar respaldo a las plantas de energía renovables.
«Hay muchas afectaciones. Muchas de las propuestas de estos proyectos se están haciendo en tierras de uso común, en ejidos y eso causa conflictos en las comunidades, entre los que están a favor y quiénes no están de acuerdo. Así se va fragmentando el tejido social», añade Rodrigo Patiño.
Por ejemplo, se quiere instalar proyectos fotovoltaicos en zonas donde hay una gran masa forestal, lo que significará una mayor deforestación de la selva. Mientras que la instalación de generadores eólicos podría tener serios problemas con la cimentación, que se hará en el suelo cárstico y poco profundo de la península; también representa riesgos para las aves migratorias y para los murciélagos, ambos actores primordiales en los ecosistemas de la península.
Progreso ¿para quién?
El primero de mayo la caravana El Sur Resiste hizo una parada en Valladolid, en el estado de Yucatán, uno de los tres que se dividen la suroriental península de Yucatán.
Desde uno de sus parques, rodeado de edificios coloniales, diferentes organizaciones de la península hicieron un repaso de los problemas que implicará la construcción del tren, más allá de la deforestación, problema que ha acaparado la atención y crítica de los medios nacionales.
«Desde aquí queremos decirle al Estado que no están viendo por el futuro de nuestras infancias y adolescencias. Quienes tenemos más años de experiencia pudimos gozar de una selva más nutrida, más viva, pero también de una ciudad más nuestra. Hoy observamos que nuestras infancias se están quedando sin territorio», dice desde el micrófono una integrante del Colectivo Colibrí,
Esa organización pide no ser reconocida debido al clima de persecución que viven, principalmente por parte de la policía del estado, que un mes y medio antes detuvo extrajudicialmente a varios activistas que se manifestaban en contra de las granjas porcícolas que contaminan la región.
«Las nuevas generaciones están imposibilitadas para comprar un terreno en esta ciudad. La gentrificación la estamos viviendo. Ya nos sentimos ajenos a una ciudad en la que vivimos, en la que crecimos y en la que había mucha tranquilidad, en la que todos nos conocíamos. Ahora vemos a mucha gente externa, que nos hace incluso sentir que estamos ajenos a un lugar que era nuestro, y eso duele», añade.
Esta cooptación del derecho al territorio no solo se traduce en un menor acceso a la vivienda, sino en la pérdida de una forma entera de entender al mundo y a la sociedad, heredada por generaciones y que muchos conocen como identidad maya.
«Hay algo que como que está un poco malinterpretado, porque se cree que ya no existe, que es algo que solo está en los museos, pero realmente, el mundo indígena es real y es actual, pero sí se está perdiendo y está en riesgo», comenta al respecto Ileana May, una joven que forma parte del Centro Comunitario U kúuchil k Ch’i’ibalo’on, que desde hace 13 años rescata y promueve los saberes antiguos de los pueblos mayas.
«El más cruel de los despojos, es el de la ancestralidad», añade Ileana que desde hace poco empezó a reconocerse como maya.
Añade que «como mujeres de ciudad hemos sido despojadas de nuestros saberes, idiomas y creencias».
«Juntas, encontrándonos con mujeres de las ruralidades, estamos poco a poco recuperándolos y nos damos cuenta que no es una cuestión tan lejana o antigua como nos quieren hacer ver. Es una relación día a día de la que, muchas veces, nuestros padres nos fueron alejando por vergüenza, por desconocimiento o por la idea de la modernidad y el progreso», destaca.
Esta forma de entender su relación con el territorio ha sido la punta de lanza de la resistencia no solo al Tren Maya, sino a otros proyectos que amenazan la región y que para centros culturales como el suyo, o para iniciativas como está caravana resultan esenciales.
Este artículo se publicó originalmente en la publicación digital mexicana Pie de Página.
RV: EG