CUSCO, Perú – Paulina Locumbe, una campesina de 42 años que vive en una zona de los Andes del sur de Perú, aprendió desde niña a realizar la cosecha seca, una de las prácticas ancestrales con las que enfrenta estos tiempos de inseguridad alimentaria que afecta a millones en el país andino.
“Tengo tarwi (Lupinus mutabilis), alverjas (guisantes) y habas secas guardadas desde hace seis años, eso hemos comido en la pandemia y lo mismo haré ahora porque como no he sembrado por falta de lluvia, no voy a tener cosecha este año”, contó a IPS en su comunidad, Urpay, situada en el municipio de Huaro, en el departamento de Cusco, a más de 3100 metros sobre el nivel del mar.
Ella, al igual que gran parte de los más de dos millones de agricultores familiares en el Perú, 30 % de ellos, mujeres, ha sido golpeada por múltiples crisis que han disminuido sus cultivos y puesto en riesgo su derecho a la alimentación.
Un estudio de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicado en enero, estimó que más de 93 millones de personas en América Latina y el Caribe sufrieron de inseguridad alimentaria grave en el 2021, cifra superior en casi 30 millones respecto al 2019.
En comparación a Mesoamérica y el Caribe, la situación era más alarmante en Sudamérica, donde la población afectada pasó de 22 millones en el 2014 a más de 65 millones en el 2021.
“Las productoras han enfrentado un 2022 muy duro, ha sido un año terrible con escasez de agua, granizadas, heladas e incremento de plagas y enfermedades. Estos factores van a disminuir en un 40 y 50% las cosechas que tenían previstas de la siembra de maíz, papa, hortalizas, quinua”: Janet Nina Cusiyupanqui.
En Perú, con 33 millones de habitantes, la inseguridad alimentaria ya alcanzaba a casi la mitad de su población según alertó la FAO en agosto del año pasado, superando largamente los ocho millones de pre pandemia, debido sobre todo al aumento de la pobreza y las barreras para acceder a una dieta saludable.
Ante esa adversa realidad, las mujeres de las zonas andinas del Perú, como las que residen en diferentes comunidades campesinas quechuas del departamento de Cusco, en el sur del país, están saliendo adelante gracias a los conocimientos adquiridos de sus madres y abuelas.
Poner en práctica esos saberes les asegura el alimento diario en un contexto de amenaza permanente a la actividad agrícola como son los eventos naturales extremos por el cambio climático -sequías y granizadas los más recientes-, el alza del costo de vida y la crisis política en el país que mantiene aún más desatendidas de lo habitual las necesidades del sector.
Producir para garantizar el sustento diario
Yolanda Haqquehua, productora de la comunidad campesina de Muñapata, en el municipio de Urcos, responde por teléfono a IPS muy temprano cuando acaba de regresar con la alfalfa que cortó de su chacra (pequeña finca productiva) para alimentar los 80 cuyes (Cavia porcellus) que cría y que constituyen un alimento nutritivo desde tiempos ancestrales.
“Yo no los vendo, es para nuestro consumo”, explicó sobre el uso de este roedor andino domesticado desde antes de los incas. “Lo preparo en los cumpleaños y en el día a día cuando necesitamos carne, sobre todo para mi niña que tiene ocho años. Además utilizo el guano (excremento) para hacer el abono natural que aplico a mis cultivos”, agregó.
Haqqehua, de 36 años y madre de Mayra Abigail, ha visto cómo el precio del aceite, arroz, azúcar ha subido en los mercados. Si bien eso le preocupa mucho, ha encontrado soluciones en su propio entorno diversificando su producción y procesando de manera natural algunos alimentos.
“Cultivo hortalizas variadas en invernadero y a campo abierto para nuestra comida diaria. Tengo rabanito, espinaca, cebollita china, acelga, lechuga roja, habas, alverjitas, y las hierbas aromáticas perejil y culantro”, relató.
Además cuenta con cultivos de papa y de maíz, que el año pasado pudo cosechar en cantidad, lo que no cree se repita este 2023 por los devastadores efectos en los primeros meses del año del cambio climático en las alturas andinas.
“Felizmente saqué bastante papa y para que no se malogre hicimos chuño y es lo que estamos comiendo ahora”, dijo.
El chuño es papa que se seca con la helada, en las bajas temperaturas bajo cero que se registran en el mes de junio, y que almacenadas adecuadamente se conservan por años.
“Lo guardo en baldes bien cerrados. También hago secar el maíz y lo comemos como mote, sancochado (hervido); o como canchita, tostado. Y así igual con la alverjita. Es como tener un pequeño almacén de reserva”, detalló.
Seleccionar las mejores mazorcas de maíz, realizar el proceso de secado, almacenamiento y conservación es resultado de un aprendizaje de toda la vida. “Mis padres así lo hacían y estamos continuando lo que nos enseñaron. Con todo eso nos ayudamos para nuestra seguridad alimentaria, porque si no, no tendríamos qué comer”, puntualizó.
Agroecología para fortalecer los saberes andinos
Janet Nina Cusiyupanqui, ingeniera agrónoma nacida en la provincia cusqueña de Calca, es una joven quechua de 34 años, bilingüe, que tras estudiar becada en la universidad Earth de Costa Rica, regresó a su tierra para compartir sus nuevos conocimientos.
Actualmente brinda asistencia técnica a las 100 integrantes de la Escuela Agroecológica que el no gubernamental y feminista Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán desarrolla en seis comunidades campesinas de la provincia cusqueña de Quispicanchi: Huasao, Muñapata, Parapucjio, Sachac, Sensencalla y Urpay.
“Las productoras han enfrentado un 2022 muy duro, ha sido un año terrible con escasez de agua, granizadas, heladas e incremento de plagas y enfermedades. Estos factores van a disminuir en 40 y 50 % las cosechas que tenían previstas de la siembra de maíz, papa, hortalizas, quinua”, expresó a IPS en en esta ciudad imperial de Cusco.
Remarcó que las mujeres son actoras protagónicas ante la inseguridad alimentaria. “Saben procesar los alimentos y conservarlos, lo que resulta una estrategia clave en estos momentos de crisis. A ese conocimiento suman el manejo de técnicas agroecológicas con las que producen de forma diversificada, sana y libre de químicos”, aseguró.
La especialista manifestó que si bien van a tener una menor cosecha, esta será variada, por lo que dependerán menos del mercado. A ello se añade su práctica del intercambio de productos y del ayni, una tradición ancestral colaborativa: “me das un poco de lo que no tengo y te pago con algo que te falta o con trabajo”.
No rendirse ante la adversidad
A sus 53 años, Luzmila Rivera no había visto nunca una granizada tan espantosa. En febrero, poco antes de los carnavales, cayó sobre las comunidades altoandinas de Cusco una lluvia de pedazos de hielo más grandes que una canica que “todo lo malogró”.
En la comunidad campesina de Paropucjio donde vive, a más de 3300 metros sobre el nivel del mar, sintió interminables los 15 minutos de golpeteo sobre su techo de calamina, que se llenó de huecos. “Antes ha caído granizada, pero no así. Con su fuerza ha tumbado las flores del tarwi y no vamos a tener cosecha”, lamentó.
Esta es una leguminosa de cultivo andino ancestral, también conocida como chocho o altramuz, con un alto valor nutricional, superior a la soja. Se consume fresca y también se almacena después de secarla.
Rivera confía en que la siembra de papa realizada en los meses de octubre y noviembre se logre para obtener una buena cosecha en abril y mayo.
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Y como las demás productoras altoandinas de Cusco, también procesa para almacenar. “Tengo mi maíz seco guardado del año pasado, siempre selecciono los mejores para sacar semilla y para consumo. Habas también he almacenado, después de cosechar lo seco al aire libre y en una semana ya se puede guardar”, reveló.
Así se provee de la base para su alimentación de los próximos meses. “Preparo las habas en guiso como si fuera lenteja o garbanzo, lo pongo en la sopa o en el desayuno junto con el maíz sancochado, que le llamamos mote, muy rico y sano es”, dijo convencida.
En otra comunidad campesina sobre los 3100 metros de altitud, Choquepata, en el municipio de Oropesa, Ana María Zárete, de 41 años, también gestiona un invernadero de hortalizas ecológicas en el marco de la propuesta del Centro Flora Tristán de promover el acceso a la tierra y capacitación agroecológica para la autonomía de las mujeres rurales.
Para ella es valioso tener a su alcance, de manera permanente, verduras de todo tipo. “Esto es nuevo para nosotras, antes no sembrábamos ni comíamos hortalizas. Ahora nos beneficiamos de esta producción variada que es de nuestras propias manos, todo es sano, ecológico, no nos envenenamos con químicos”, afirmó.
Conocimiento, saberes y experiencias que colocan a las mujeres quechuas de Cusco en la primera línea ante la inseguridad alimentaria, pero que, como sostuvo la ingeniera Nina Cusiyupanqui, siguen careciendo del reconocimiento de las autoridades del Estado, que mantienen las condiciones de desigualdad y desventaja en que se hallan.
ED: EG