Coca: de hoja sagrada a bomba de tiempo

El bolo recargado vendido de quién machaca la hoja al que la consume. Foto: Mónica Oblitas / PxP

LA PAZ – Hubo un tiempo en que la hoja de coca era considerada sagrada. Su uso estaba restringido a los sacerdotes, atravesando todos los momentos ceremoniales de las sociedades andinas; al Inca, rey absoluto sobre la Tierra y a los doctores de la corte incaica. Era un regalo de Inti, el Rey Sol. Una hoja  divina.

Con la invasión de los españoles y la destrucción del imperio incaico, las  clases más populares pudieron acceder a la hoja, de la que la mayoría de los españoles renegaban en un principio por considerarla despreciativamente “cosa de indios”.

Pero, para los mitayos, esclavizados en las mitas (minas), y para los pongos (sirvientes), en las haciendas, la coca era un asunto de vida o muerte. Con ella mataban el hambre y el cansancio de un trabajo extenuante.

La hoja de coca es una planta originaria de Sudamérica y juega un importante papel en las sociedades andinas. Además de  sus virtudes medicinales (estimulante, anestesiante y también quita el hambre), posee un rol protagónico en el intercambio social y en las ceremonias religiosas. Se cree que su uso se extendió a todo el territorio andino, con el imperio de Tiwanaku y luego con el imperio Incaico.

La hoja de coca más antigua fue hallada en la costa norte del Perú y data de 2500 AC. Se tiene evidencia de que la coca es la planta doméstica más usada desde tiempos prehistóricos andinos hasta la fecha, en los actuales territorios de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay y Brasil.

Con el pasar de los años, el acullico (akulliku, masticado en quechua) se hizo cada vez más popular. Aunque este acullico era más profano, estaba de todas maneras conectado con las divinidades como el Tío de la Mina, la Pachamama (Madre Tierra) y los ancestros. Quiénes acullicaban eran mineros y transportistas, trabajadores con mucho desgaste físico, campesinos y agricultores, sobre todo; pero esto ha cambiado.

Un joven introduce en su boca varias hojas de coca machucada. Foto: Mónica Oblitas / PxP

Un caso “común”

Daniel Torres K., nacido en La Paz, sede del gobierno de Bolivia, es ingeniero civil y tiene 50 años. Está casado y tiene dos hijas. Desde hace un año, trabaja en una hacienda ganadera en un régimen de tres semanas dentro del monte y una semana en la ciudad de Santa Cruz.

Siempre ha sido un hombre corpulento; pero, después de un par de meses en el monte, su esposa se percató de que estaba bajando de peso. No le dio importancia, porque el desgaste físico en el trabajo que realiza Daniel es fuerte; pero, luego de una larga separación, se alarmó: un demacrado Daniel había bajado casi 15 kilos en cuatro meses.

Y es que el hombre, como miles de bolivianas y bolivianos de diversas edades y estratos sociales a lo largo de todo el país, mastica todo el tiempo un “bolo” de coca, al que va sumándole de a poco una sustancia, que en el campo es lejía, pero que en la ciudad se moderniza con bicarbonato, Nescafé o Aspirina.

Esta mezcla hace que Daniel sienta que se emborracha menos cuando consume alcohol, no esté cansado y no tenga hambre ni sed. El “bolo” está empezando a causar fisuras en su matrimonio, pero para él se ha convertido en una adicción.

Daniel es un adulto de 50 años y está consciente de lo que le causa el “bolo” tanto a nivel de salud como emocionalmente. El panorama se hace más complicado  cuando son niños de 12 o 13 años los que empiezan a bolear y además lo hacen en un mercado de venta libre y sin ninguna regulación respecto a estos combos de coca y energizantes.

Bolos recargados con empaque de lujo que se venden en supermercados. Foto: Mónica Oblitas / PxP

La “coca social”

La versión reloaded de la hoja de coca tiene un proceso tosco. La hoja de coca se machuca y se mezcla con un energizante (bicarbonato, Aspirina, Nescafé, harina de coca y a veces hasta diésel) más una bebida también energizante (Red Bull, Ciclón, Black, etc.) y, casi siempre, alcohol.

“La golpeamos hasta que quede bien partidita y pecosa”, dice Jenny Quispe, vendedora de coca machucada, mientras su ayudante martilla, debajo de un cuero y sobre un tronco, la bolsita plástica verde.

“Luego la vendemos con el bico (bicarbonato) y la estevia que ellos añaden a su gusto. Generalmente, la compran junto a Ciclón o Black (que son bebidas energizantes) para ‘mojarla’. Es lo que más se vende. Antes salía más la coca normal con bico, pero esto es ahora lo que más sale”, detalló.

Estos combos oscilan entre los 10 y los 50 bolivianos, (alrededor de 1,5 y 7 dólares) y pueden llevar las hojas solo despuntadas (sin la punta de la hoja), hasta despuntadas y despaladas (sacando la vena del medio y dejando la hoja limpia sin ninguna veta), con el sabor a elegir y acompañadas de un termo con la bebida energizante.

¿Quiénes son los clientes de este nuevo mercado? Según el Estudio Integral de la Hoja de Coca en Bolivia, realizado por el Consejo Nacional de Lucha Contra el Tráfico Ilícito de Drogas (CONALTID), los consumidores mayoritarios se encuentran en la franja de los 35 a 55 años (45 %) y entre las personas de 18 a 29 años (40 %), siendo frecuente su consumo “tanto entre hombres como en mujeres de zonas urbanas y rurales, de distintos niveles educativos y desde la juventud hasta la adultez”.

“Es como tener las pilas cargadas todo el tiempo: no te cansas, puedes estudiar más, puedes beber más (alcohol). Yo he tenido un par de temblores, pero se me han pasado rápido, creo que el ‘bolo’ me ayuda mucho, sobre todo cuando salgo en la noche”, cuenta Rafael Salinas, oriundo de Santa Cruz y estudiante de Ingeniería.

Al bolo de coca se le suma un shot doble de alcaloides (estimulantes) de cafeína, nicotina, alcohol, taurina y más cafeína (del Red Bull). Un combo de estimulantes mortal.

“Los choferes de micro viven a plan de ‘bolo’ y ‘energizantes’. Andan semi dopados todos los días. Me parece que por eso manejan como manejan y se portan como se portan, pero igual pasa con guardias de discotecas, etc.”, cuenta Antonio López, vecino de Santa Cruz.

Para ningún vecino de esta ciudad es desconocido que, en el caso de los choferes de los transportes públicos (micros), estos tienen una actitud agresiva para conducir, no respetan las señales, ni las velocidades máximas y son causantes de muchos accidentes.

El “bolo recargado”, aunque muy metido en la cotidianeidad de los bolivianos, parece haber empezado en tierras colombianas. Los vendedores de la coca machucada dicen que la práctica la trajeron colombianos dedicados hoy a diversos negocios en Bolivia.

El proceso de machucado de la hoja. Foto: Mónica Oblitas / PxP

Tradición en retroceso

Carlos Crespo, investigador y docente de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) en la ciudad de Cochabamba, quién acullica coca de forma tradicional, es uno de los impulsores de la Red de Comercialización de Coca Orgánica, que hasta ahora no ha podido implementarse.

“No hay ningún control de la calidad de coca para los consumidores tradicionales, no sabemos si la coca que estamos masticando ha tenido químicos como herbicidas, etc. Como acullicador, tengo que confiar en la palabra de quién me vende la coca, no me queda otra”, dice.

Al respecto, Joaquín Chacin -profesor universitario que es experto en política de drogas e investigador asociado al CESU-UMSS de Cochabamba- explica que el consumo de hoja de coca es una de las áreas menos reguladas de la Ley de la Coca.

“La normativa define al consumidor como la persona natural y jurídica, nacional o extranjera que demande hoja de coca para uso personal y permite el transporte y tenencia personal de una a cinco libras sin restricción alguna, pero no considera aspectos relevantes para el consumidor como la calidad y salubridad de la hoja de coca, que, como en cualquier mercado de consumo, debe tener garantizada la inocuidad y el buen manejo del producto”, explica Chacin.

Y agrega: “En el tema de la producción, y siempre relacionado al cultivo de coca para consumo humano, no se contemplan certificaciones de calidad para la hoja. Los cultivos tienen la tendencia a ser manejados según las prácticas del monocultivo, lo que hace que se le apliquen herbicidas, fungicidas y otros productos nocivos para la salud humana en aras de mantener una producción constante y masiva. La práctica de la cosecha ancestral se ha perdido o es marginal, dando lugar a unos mecanismos de cultivo que quitan el valor ‘sagrado’ a la hoja”.

Por su parte, Crespo explica que, tradicionalmente, se acullica solo con lejía, la que ayuda a extraer los principios activos de la hoja. Estos principios activos se extraen normalmente con la saliva; pero, con la lejía, ese proceso se acelera.

La lejía se hace de cenizas de extractos naturales de plantas, arbustos o quinua, entre otros. “La hoja de los Yungas (una zona de transición entre la Amazonía y el Altiplano) es más sabrosa para el acullico, sus propiedades son mayores, mientras que la coca del Chapare no tiene el poder para el masticado, es un cultivo introducido invasivamente en la llanura amazónica”, dice el experto.

Al respecto, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), en su más reciente informe, ha resaltado que de las 22 áreas protegidas nacionales, seis son afectadas por estos cultivos en diferente medida: Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (departamento de Beni), Parque Nacional Carrasco (Cochabamba), Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Cotapata (La Paz), Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Amboró (Santa Cruz), Área Natural de Manejo Integrado Nacional Apolobamba (La Paz), y Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Madidi (La Paz).

En el departamento de Cochabamba, donde está el Chapare, una de las zonas más complicadas por el narcotráfico, y fuerza clave del partido gobernante, el Movimiento Al Socialismo (MAS), se produce la hoja grande que, según quienes conocen, no es adecuada para el masticado.

“Todos saben que la hoja de los Yungas es más para el consumo, la hoja es mediana y es más cómoda para acullicar; la mayor parte de la coca chapareña va al narcotráfico porque su hoja es grande, gruesa y dura, hasta lastima la lengua”, señala el dirigente de la Asociación Departamental de Productores de Coca (Adepcoca) de La Paz, José Cuyuña.

Crespo concuerda: “la única buena en la zona de Cochabamba es la de los Yungas de Vandiola. El Inca Huayna Capac tenía sus cocales reales ahí, mismos que se llevaban hasta Cuzco por su buena calidad. Lastimosamente, hoy se ha perdido. Esa coca está siendo dirigida al narcotráfico”.

El proceso del masticado puede durar varias horas. Foto: Mónica Oblitas / PxP

La hoja de coca, en números

Bolivia, con  0,3 % de coca plantada, se mantiene en tercer lugar como productor de hoja de coca, con 31 000 hectáreas.

De acuerdo a la Ley 906, se puede sembrar un cato de coca por familia. El cato (de la expresión quechua qhatu, que significa abasto) es la superficie de tierra que puede sembrarse.

En el trópico de Cochabamba, ese cato es de 40 x 40 (1600 metros cuadrados) y en los Yungas de La Paz es de 50 x 50 (2500 metros cuadrados) por familia. Eso hablando de cocales “limpios”, porque están los blancos, que están fuera de norma y que, sumados, equivalen a miles de hectáreas.

“No hay manera de etiquetar cuál coca es legal y cuál es ilegal. Las plantaciones son medidas y el control de superficies lo hacen los sindicatos. Las mediciones generales son, en su mayor parte, estimadas a partir de imágenes satelitales con alguna verificación a través de muestras en terreno”, afirma el analista Roberto Laserna respecto a las plantaciones ilegales en el Chapare.

El analista considera que algunas plantaciones podrían evadir el control sindical, pero si esa “coca ilegal” llega a los mercados (en Sacaba de Cochabamba y Villa Fátima de La Paz) no hay manera de identificar su procedencia.

En medio de ese limbo, el acullico ha sido despenalizado por la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Esto sucedió en enero de 2013, luego de una intensa campaña del entonces presidente Evo Morales (2006-2019). Bolivia se adhirió nuevamente a la Convención Única de las Naciones Unidas sobre Estupefacientes de 1961, con una reserva para permitir el masticado dentro del territorio.

En 2016, Morales promulgó la Ley 286, declarando el 11 de enero de cada año como el Día Nacional del Acullico en Bolivia.

La salud descargada

Pero, en contraste con la moda y la facilidad de consumo, los médicos identifican estos combos como un veneno para la salud. Muchos galenos los llaman “cocaína light”.

El cardiólogo Raed Ahmad Naeem Al Hamss, especialista de la clínica Santa María y del Seguro Social Universitario en la ciudad de Santa Cruz, cuenta que ha atendido muchos casos que llegaban de emergencia. “Me han tocado ya tres casos de jóvenes que fallecieron acá en Santa Cruz”, detalla.

Según el especialista, el consumo frecuente de este combo de estimulantes genera arritmias severas, taquicardias e incluso, si hay placas inestables en las arterias, infartos.

Por su lado, Emil Arroyo, especialista en medicina ortomolecular, explica que esta práctica también implica riesgos para la cavidad bucal, porque puede despertar oncogenes (genes que inducen la formación de cáncer en las células) que pueden derivar en enfermedades muy graves.

Asimismo, el neurólogo Carlos LaForcada advierte también de las graves consecuencias que tiene esta modalidad de consumo de la hoja de coca: “desde ya la hoja de coca es estimulante, si a esto se le suman dos fuentes energizantes de gran potencia como las bebidas y la Aspirina, por ejemplo, pueden ocurrir desde convulsiones hasta ataques cerebrovasculares. Es, sin duda, muy peligroso para la salud”.

¿Y la Pachamama?

El monocultivo de coca degrada los suelos, causa deslizamientos de terrenos, pérdida de biodiversidad y se desarrolla con el uso de agroquímicos potencialmente dañinos para la salud humana, los suelos y los cuerpos de agua.

La frontera agrícola cada vez se amplía más. Entre los factores está el abandono de cocales improductivos debido a la degradación del suelo. Por consiguiente, las familias afectadas necesitan compensar la pérdida, presionando los ecosistemas incluso dentro de las áreas protegidas.

Uno de los casos más llamativos es el del pueblo yuquí-ciri, que habitaba un territorio de más de 350 kilómetros cuadrados. En la actualidad, su territorio se ha reducido a la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Yuqui-CIRI, que comprende 115 924,86 hectáreas y en gran porcentaje son usadas para la producción de coca, el tráfico de madera y el tránsito de sustancias controladas (diésel, ácido benzoico, kerosene y gasolina) a través de los ríos y aeropuertos clandestinos.

Aunque se han intentado alternativas de industrialización de la hoja de coca, ninguna ha tenido resultados. “En 2011, se creó la Empresa Boliviana de Coca (Ebococa) que fue puesta en manos de la Federación de Cocaleros del Chapare que, a su vez, la dio en comodato a la empresa Ecovida, pero no ha logrado funcionar por falta de mercado e innovación”, explica Chacin.

Ebococa, actualmente cerrada, produjo una serie de alimentos como bebidas energizantes (2010), panetones de coca (2011) y piqueos (2012), pero no fueron sostenibles.

En junio de 2022, se crea la Empresa Pública Productiva de Industrialización de la Hoja de Coca Boliviana (Kokabol), cuya finalidad es -según el descriptivo de la empresa- el “desarrollo de la industria de la química básica de la hoja de coca y dentífrico. Asimismo, la producción, procesamiento, transformación y comercialización de otros productos derivados de la hoja de coca y plantas medicinales”.

Las restricciones a la exportación de la hoja de coca para uso tradicional también han jugado en contra, así como las normativas internas de cada país, que son ambiguas. “En Argentina, por ejemplo, el mercado transfronterizo de coca para consumo tradicional más importante para Bolivia, el consumo de coca está permitido, pero no así su importación, lo que coloca a los grandes volúmenes de exportación de hoja de coca en la clandestinidad”, explica Chacin.

Clandestinidad que no afecta para nada al mercado boliviano. Al contrario, cada vez son más las tiendas de barrio, los mercados y hasta los supermercados, los que venden los “bolos recargados” sin ningún control por parte de las autoridades.

Sin embargo, el conocimiento ancestral sobre formas sustentables de producción de coca con cultivos diversificados con árboles, arbustos y hierbas de diferente uso aún persiste.

La creciente demanda para una coca orgánica debería incentivar cultivos más sustentables y adaptados al cambio climático, que contribuyan a la seguridad alimentaria de las familias productoras y que, también, protejan a los consumidores. Mientras esto ocurre, las bombas de tiempo en forma de «bolos recargados» se siguen vendiendo sin control.

Este artículo es parte de la Comunidad Planeta, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América latina, del que IPS forma parte.

RV: EG

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