SAN FRANCISCO GOTERA, El Salvador – Mientras asaba varias porciones de pollo y de cerdo, el chef salvadoreño Oscar Sosa dijo sentirse orgulloso de que con su propio esfuerzo ha logrado montar un pequeño negocio de comida, desde que regresó a El Salvador, deportado de Estados Unidos.
Eso le ha permitido generarse ingresos, en un país donde el desempleo alcanza a 6,3 % de la población económicamente activa.
“Poco a poco fuimos creciendo y ahora ya tenemos también servicio de banquetes para eventos”, dijo Sosa a IPS, mientras volteaba con pinzas de cocina las porciones de pollo y cerdo, que seguían asándose en una pequeña parrilla circular.
La parrilla estaba instalada afuera del local, para que el humo no importunara a los comensales que ya almorzaban dentro.
No es fácil, dijo, regresar y no encontrar trabajo. Por eso le apostó al negocio propio. El suyo se llama Comedor Espresso, ubicado en el centro de San Francisco Gotera, una ciudad del departamento de Morazán, en el este de El Salvador.
En este país centroamericano, de 6,7 millones de habitantes, los comedores son lugares pequeños, generalmente precarios, donde se prepara comida casera y barata.
Pero el de Sosa, si bien pequeño, lucía limpio y ordenado, y hasta con aire acondicionado cuando lo visitó IPS, el 19 de diciembre.
Sobra capacidad, faltan oportunidades
Sosa, de 35 años, es una de las miles de personas deportadas año con año de Estados Unidos.
Él se había ido en 2005 y lo regresaron en 2014. Trabajó ocho años como cocinero en un restaurante de comida mexicana en la ciudad de Pensacola, en el suroriental estado de Florida.
Unas 10 399 personas fueron deportadas entre enero y agosto de 2022, lo cual representa un incremento de 221 % con respecto al mismo periodo de 2021, según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones.
El fenómeno de la migración irregular de salvadoreños, sobre todo a Estados Unidos, se intensificó en la década de los años 80, debido a la guerra civil que estalló en El Salvador en 1980 y que culminó en 1992. El conflicto dejó unos 75 000 muertos y alrededor de 8000 desaparecidos.
Luego, al finalizar la guerra, la gente siguió yéndose, por motivos económicos y también por la inseguridad vivida en el país.
Se calcula que 3,1 millones de salvadoreños viven fuera del país, de los cuales 88 % reside en Estados Unidos y de estos, 50 % vive ahí de forma indocumentada.
“Y una viene de regreso queriendo trabajar y no se le abre la oportunidad. Lo primero que le ven a uno es la edad, ya cuando uno va pasando de 35 años la van descartando”: Patricia López.
Pese a la situación de desempleo, el chef Sosa no se desanimó al volver a su país.
“Siento que ya vamos creciendo, ya tenemos cinco empleados, el negocio está inscrito en el Ministerio de Hacienda, en el de Salud, ya estoy declarando impuestos”, recalcó.
Evidentemente, no todos los deportados logran tener el apoyo, sobre todo financiero, para establecer su propio medio de vida.
Sobre ellos pesa el estigma de la deportación: se tiene la idea de que estas personas pudieron estar vinculadas a algún tipo de delito o crimen en los Estados Unidos, y que por esa razón los devolvieron al país.
Una encuesta gubernamental, realizada entre noviembre de 2020 y junio de 2021, encontró que 50 % de la población retornada logra abrir un negocio, 18 % vive de sus ahorros, ingresos de su pareja o apoyo de su familia, y 16 % tiene empleo a medio tiempo o tiempo completo.
Además, 7 % vive de remesas, 2 % recibe ingresos por alquileres de propiedades, utilidades o intereses bancarios y otro 7 % dio otra respuesta o no respondió.
Aparte de algunas iniciativas estatales y de organizaciones no gubernamentales que dan capacitaciones y algunos fondos para emprendimientos, las personas retornadas se han enfrentado, por décadas, con el fantasma del desempleo.
Muchos vuelven con las manos vacías y con las deudas que les dejó el viaje como indocumentados.
En el caso de Sosa, fueron sus hermanos quienes lo apoyaron para montar Comedor Espresso.
También recibió un pequeño fondo, por un valor de 700 dólares, para adquirir equipo de cocina.
Ese dinero llegó de un programa financiado con 87 000 dólares por la comunidad de salvadoreños en el exterior, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores local.
Esa iniciativa, impulsada en 2019, buscaba generar oportunidades a la población retornada, en cuatro municipios del oriente de El Salvador, una de esas, San Francisco Gotera.
Se escogió esa región porque se considera que ahí residen la mayor parte deportados, según Carlos Díaz, coordinador del programa por parte de la alcaldía de San Francisco Gotera.
Pero la demanda de apoyo y recursos sobrepasaba la oferta.
“Había una base de datos de aproximadamente 350 personas retornadas, en Gotera, pero el dinero venía solo para 55”, afirmó Díaz a IPS.
Fueron más de 200 personas las beneficiadas en los cuatro municipios.
La situación sigue dura, pero hay esperanza
Apremiados por la necesidad, los esposos David Aguilar y Patricia López, de 52 y 42 años, respectivamente, también decidieron probar con un negocio, en su caso, uno de lavado de autos, luego de decidir regresar a El Salvador. Se llama Tuco King Carwash.
Ambos son también oriundos de San Francisco Gotera. Aguilar dejó el país en noviembre de 2005 y López tres meses después, en febrero de 2006.
Se atrevieron a realizar el arriesgado periplo para intentar darle un mejor futuro a su pequeña hija, por entonces de apenas seis meses de edad, y que ahora tiene 17 años.
Uno de los tramos del viaje fue por mar, en la costa del océano Pacífico de México.
“Pasé 12 horas en el mar, en una lancha donde íbamos como 20 personas, que viajaban igual que yo, de indocumentados”, recordó Aguilar.
Agregó: “Como salvavidas solo nos dieron unos recipientes de plástico, por si la lancha daba vuelta”.
Fue en Houston, en el estado de Texas, donde Aguilar encontró trabajo en un taller de pintura de automóviles. Eso le ha servido ahora, pues además del lavado ofrece servicios de pintura y otros trabajos relacionados.
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Aguilar y López no fueron deportados, ellos decidieron regresar porque el padre de ella murió en 2011. Volvieron en 2012, sin muchos sueños cumplidos.
“Y una viene de regreso queriendo trabajar y no se le abre la oportunidad. Lo primero que le ven a uno es la edad, ya cuando uno va pasando de 35 años la van descartando”, subrayó López.
Antes de emprender el viaje a Estados Unidos, ella había terminado en 2005 la carrera de profesorado para educación básica, no la pudo ejercer porque justo se fue el siguiente año.
“Cuando regresé me quise incorporar y apliqué a varios empleos, a plazas de maestra, y nunca, hasta esta fecha”, dijo.
Ahora, el negocio del carwash, iniciado en 2014, camina bien, aunque con dificultad, porque los esposos han encontrado que hay demasiada competencia.
Pero no pierden la esperanza de que saldrán adelante.
Un químico exguerrillero
Similar situación le tocó vivir a David Henríquez, un exguerrillero de 62 años. Lo deportaron en 2019.
Durante la guerra civil, Henríquez fue combatiente de la entonces guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), pero al llegar la paz decidió emigrar en 2003 como indocumentado a Estados Unidos.
Sin esperanzas de un empleo formal, optó por dedicare a fabricar productos de limpieza, una destreza aprendida también en Estados Unidos.
En los 12 años que estuvo viviendo allí, trabajó dos años en la planta de la Sherwin Williams, fabricante mundial de pinturas y otros químicos.
“Ahí comencé a conocer el mundo de composiciones químicas y aromas”, dijo Henríquez a IPS, cuando le visitó en su pequeño taller, en el barrio Belén, en San Salvador, la capital del país.
Henríquez se encontraba produciendo un lote de 14 galones (53 litros) de desinfectante, esta vez, el de aroma de talco de bebé, de color azul. Fabrica también de canela y lavanda, entre otros. Su negocio se llama El Dave de los aromas.
Su proceso de producción es aún artesanal, a pesar de que sabría hacerlo con maquinaria de alta tecnología, si las tuviera, dijo, “como hacía en la Sherwin Williams”.
Un biberón de bebé, esas botellitas transparentes para dar leche de fórmula, le sirvió para medir las 3,5 onzas (104 mililitros) que necesitaba de nonilfenol, el principal componente químico, para los 14 galones.
Disolvió otros químicos en polvo, para el color y aroma, entre otros. Y listo.
Produce alrededor de 400 galones al mes, 1514 litros, a un precio de 3,50 dólares cada uno.
“Lo importante es tener disciplina, trabajar duro, para brillar con el esfuerzo propio”, dijo.
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