SÍDNEY – Las protestas en China relacionadas con las restricciones del gobierno por la covid-19 han llegado a las noticias de todo el mundo durante el fin de semana, tras el fatal incendio de un apartamento en Urumqi, Xinjiang, la semana anterior, en el que murieron 10 personas.
Muchos internautas afirman que algunos vecinos no pudieron escapar porque el edificio de apartamentos estaba parcialmente cerrado, aunque las autoridades lo niegan.
Se ha informado de que algunos manifestantes han pedido al presidente Xi Jinping, recién reelegido secretario general del Partido Comunista de China, que dimita. Otros han criticado al propio partido de gobierno.
Las medidas contra la covid en China se encuentran entre las más estrictas del mundo, ya que se siguen aplicando confinamientos para eliminar el virus, lo que denomina una política de “covid dinámico cero”.
Aunque estas protestas suponen un serio desafío a la autoridad, deben observarse con perspectiva. No hay un paralelismo real con las de la plaza de Tiananmen en 1989, ya que en esta ocasión se trata de protestas callejeras en las que los manifestantes se dispersan después de marchar y protestar.
Su motivación principal es la frustración no sólo por las restricciones por la covid, sino por las formas incoherentes en que se están aplicando las medidas. No plantean cuestiones políticas más amplias.
Al menos a corto plazo, es probable que las reacciones del Estado sean silenciosas. No cabe duda de que hay presiones para que se produzcan cambios, aunque es difícil predecir cómo se lograrán.
Una respuesta nacional
En realidad, las protestas en China se han vuelto bastante comunes en las últimas dos décadas, aunque casi siempre se centran en un tema específico y están muy localizadas.
Los trabajadores de una fábrica pueden protestar por no cobrar sus salarios o por el deterioro de las condiciones laborales.
Los habitantes de los pueblos que se ven obligados a reasentarse para que sus tierras puedan ser reurbanizadas intentan resistirse, a veces hasta el punto de negarse a ser trasladados. Los residentes de las nuevas urbanizaciones se movilizan para quejarse de la falta de carreteras, comercios y servicios prometidos.
Este tipo de protestas suelen resolverse de forma razonable y rápida, sobre todo gracias a la intervención de los funcionarios del Estado para garantizar soluciones en nombre del mantenimiento de la estabilidad.
Menos susceptibles a este tipo de soluciones instantáneas son las protestas sobre principios más generales, como la libertad de expresión, el sistema de representación o las responsabilidades gubernamentales. En estos casos, las respuestas del gobierno han tendido a suprimir las preocupaciones.
Pero tales protestas han sido casi siempre localizadas y no han dado lugar a un movimiento regional o nacional. Así ha sucedido incluso en los conflictos laborales en los que los trabajadores han protestado en una o varias fábricas de una misma empresa o propietario.
De momento no hay pruebas de que se trate de un movimiento nacional organizado. Pero parece que los manifestantes de cada ciudad se han visto envalentonados por las acciones de los manifestantes de otras.
Al leer los medios de comunicación social chinos queda claro, por ejemplo, que los manifestantes de Pekín y Shanghái se informan de las protestas de los demás, además de comentar las causas de la protesta inicial en Urumqi.
Hasta la fecha, las reacciones de la policía han variado según los lugares. Se dice que algunos policías han permitido que las manifestaciones continúen. Pero en otros lugares se ha informado de pequeñas refriegas, incluyendo algunas detenciones.
Fuera de las calles y lejos de los manifestantes, los residentes asintomáticos de los bloques de apartamentos confinados han seguido protestando ocasionalmente.
Reivindicaciones estudiantiles
Unos 40 estudiantes de la principal universidad china en Pekín emitieron el domingo una declaración en la que criticaban “la aplicación de la política covid dinámica cero”. Afirmaban que las políticas de covid-cero son cada vez más problemáticas y han provocado “horribles tragedias”, aunque también reconocían la importancia y la eficacia de las medidas de seguridad aplicadas en otros momentos de la pandemia.
También reivindicaron que “la tarea más urgente ahora es encontrar una forma temporal de coexistencia que minimice el peligro de la epidemia y que, al mismo tiempo, garantice el orden social básico y las necesidades económicas y de subsistencia básicas”.
Para ello, proponen cinco medidas clave:
- Para evitar el abuso de poder, se deben detener todos los confinamientos regionales por cuarentena para garantizar que todas las personas de las comunidades, pueblos, unidades y escuelas puedan entrar y salir libremente.
- Abolir los medios técnicos para controlar el paradero de los ciudadanos, como los códigos de acceso y las aplicaciones de seguimiento a través de los teléfonos móviles. Dejar de considerar la propagación de la epidemia como responsabilidad de ciertos individuos o instituciones. Dedicar recursos al trabajo a largo plazo, como el desarrollo de vacunas y medicamentos y la construcción de nuevos hospitales.
- Implementar pruebas voluntarias [PCR] y cuarentena voluntaria para individuos no diagnosticados y asintomáticos.
- Liberalizar las restricciones a la expresión de la opinión pública y permitir sugerencias y críticas sobre problemas específicos de las diferentes regiones.
- Hacer una divulgación veraz de los datos de la infección –incluyendo el número de personas infectadas, la tasa de mortalidad y la tasa de covid de larga duración– para evitar el pánico pandémico durante la crisis.
Las cuestiones clave son cómo pasar de la actual política de “covid dinámica cero” a otra estrategia y, sobre todo, cuál debería ser esa estrategia, dada la inadecuada cobertura sanitaria en gran parte del país.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
RV: EG