SANTIAGO – ¿Y ahora qué? Una pregunta repetida hasta el exceso que cobra legitimidad en Chile con el contundente triunfo del Rechazo a la propuesta de nueva Constitución. Porque el “nuevo itinerario constituyente”, como lo nombrara el presidente Gabriel Boric, comienza a caminar en un mar de incógnitas e incertidumbres.
Incógnitas e incertidumbres que dan un renovado protagonismo al legislativo Congreso Nacional y a los partidos políticos, y entre estos sobre todo a las colectividades de derecha y extrema derecha que permanecieron virtualmente ocultas durante la campaña para el plebiscito de este domingo y que hoy sacan la voz para imponer condiciones que pueden incluir la preservación parcial del orden impuesto por la dictadura de Augusto Pinochet en su Constitución de 1980.
En un plebiscito de voto obligatorio por primera vez, donde el domingo 4 sufragaron más de 13 millones (87,5 % del padrón electoral), 61,86 % votó en contra de la propuesta elaborada por una Convención Constitucional de 155 miembros electa en mayo de 2021 con paridad de género y representación de los pueblos originarios, mientras la opción Apruebo alcanzó apenas 38,14 %.
Un resultado sorpresivo. Si bien la mayoría de las encuestas anticipó el triunfo del Rechazo, ninguna acertó su alto porcentaje de respaldo. Las explicaciones son muchas, tanto desde el bando de los ganadores como de los perdedores, en una política chilena que desde el estallido social del 18 de octubre de 2019 es frenéticamente pendular e incluso esquizofrénica.
Los chilenos, que casi en 80% votaron en el plebiscito del 25 de octubre de 2020 por derogar la constitución pinochetista, dieron ahora la espalda a una propuesta de Carta Fundamental de vanguardia, con una visión de futuro en temas ambientales, derechos reproductivos, paridades de género, plurinacionalidad, iniciativa popular en gestación de leyes y regionalización, en el marco de un Estado democrático de derechos sociales.
Fue ese perfil de vanguardia que en la campaña del Apruebo para el plebiscito fue demasiado vanguardista de cara a un electorado que reclamaba seguridad en un escenario de crisis económica por el impacto de la pandemia de covid-19 y el rebote a distancia de la guerra en Ucrania con incrementos imparables en los precios del gas y la gasolina.
Así, la amplia mayoría del Rechazo es capitalizada por la derecha como un voto de castigo al gobierno de izquierda de Boric que, con menos de seis meses en el cargo, es culpabilizado también de problemas heredados de su antecesor, el empresario derechista Sebastián Piñera, como la crisis migratoria en el norte del país y la violencia en la sureña región de la Araucanía.
Los ataques incendiarios a plantaciones de bosques y camiones madereros en el sur, a veces de dudoso origen, así como la violencia callejera con episodios de saqueos desde octubre de 2019, fueron inteligentemente explotados por el Rechazo con un simple y efectivo mensaje: “la propuesta de nueva Constitución fue escrita con Rabia y queremos una constitución escrita con Amor”.
La campaña se dio en una cancha dispareja. A tres semanas del plebiscito el Servicio Electoral informaba que los aportes financieros a la campaña del Rechazo, de unos 120 grandes empresarios, ascendían a casi 1,5 millones de dólares, mientras los aportes para el Apruebo llegaban apenas a 382 000 dólares.
Una característica de la jornada electoral chilena del domingo 4, advertida por analistas internacionales, es que se trató del primer plebiscito en la época de las fake news (noticias falsas). La utilización maliciosa de las redes sociales ya se había dado en Estados Unidos con la elección de Donald Trump en 2016 y de Jair Bolsonaro en Brasil 2018.
En Chile, los partidarios de la nueva Constitución tuvieron que gastar permanentemente sus energías en desmentir mentiras y desinformaciones sobre el fin de la libertad de educación, el despojo de la segunda vivienda, el destino de los fondos previsionales, la fragmentación del Estado y el territorio, el acceso a la salud, la eliminación de los símbolos patrios, etcétera.
Más allá de estos recursos y estratagemas, lo cierto es que el Rechazo debe gran parte de su victoria al descuelgue de figuras del universo de centroizquierda, que se decantaron contra la propuesta constitucional, muchos de ellos democristianos de la antigua Concertación de Partidos por la Democracia, que gobernó el país entre 1990 y 2010.
La derecha optó por permanecer en un segundo plano durante la campaña y conformó frentes sociales que en la propaganda electoral compartieron apariciones públicas con grupos como “Centroizquierda por el Rechazo” y “Amarillos por Chile”, que reivindicaron la triunfante campaña del NO a Pinochet del plebiscito de 1988 como bastión contra la propuesta de la Convención Constitucional.
El proceso que condujo al referendo del domingo 4 tuvo su punto de partida en un vasto acuerdo de los partidos políticos en el parlamento del 15 de noviembre de 2019, donde se negoció el itinerario de las consultas electorales y de instalación del cuerpo constituyente.
En un contrasentido, ese acuerdo convocó al llamado plebiscito de entrada de octubre de 2020 para derogar la constitución de la dictadura, pero al mismo tiempo estableció que si la propuesta de nueva Constitución era rechazada en el plebiscito de salida, como ocurrió este domingo 4, volvería a regir la carta fundamental del pinochetismo.
Sin embargo, hay una suerte de difuso consenso en que esa constitución de 1980 debe desaparecer. Así en la campaña del plebiscito las opciones tuvieron apellidos que, al menos en el caso del Apruebo pudieron confundir a sus adherentes. “Aprobar para mejorar” fue el lema de algunos partidos oficialistas, mientras en el Rechazo se generalizó la propuesta de “Rechazar para reformar”.
Dos semanas antes de la votación, a instancias del presidente Boric, los partidos del pacto gobernante Apruebo Dignidad (conformado por comunistas y Frente Amplio) y del Socialismo Democrático (socialdemócratas), suscribieron un documento para comprometer reformas en áreas como la plurinacionalidad, el poder legislativo y el sistema judicial, entre otros temas sensibles.
La derecha tradicional, agrupada en Chile Vamos, fue invitada por el gobierno a presentar también sus propuestas, pero declinó hacerlo, fiel a su estrategia de presentar la campaña del Rechazo como expresión de organizaciones sociales y de figuras del llamado centro político y de una supuesta centroizquierda.
Con el amplio triunfo del Rechazo, no solo la derecha tradicional sino también la extrema derecha se apuraron a adjudicarse méritos. Así, José Antonio Kast, el líder del Partido Republicano derrotado por Boric en la segunda vuelta de las presidenciales de diciembre de 2021, compareció ante las cámaras tras meses de silencio.
En el conglomerado de Chile Vamos, la Unión Demócrata Independiente, Renovación Nacional y Evópoli (Evolución Política), reiteraron en términos generales su decisión de dar continuidad al itinerario constituyente, pero sin precisar si sus propuestas de reforma tendrán como base el texto de la Convención Constitucional o la vieja carta pinochetista.
Boric inició este mismo lunes 5 una ronda de consultas reuniéndose con los presidentes del Senado, el socialista Álvaro Elizalde, y de la Cámara de Diputados, Raúl Soto, del socialdemócrata Partido por la Democracia. En el curso de la semana postplebbiscito deberá reunirse con los líderes de los partidos progubernamentales y de oposición, aunque hay sectores en la derecha que no quieren acelerar por ahora sus definiciones.
¿Habrá elección de nuevos constituyentes? ¿Se encargará el actual parlamento, donde el progresismo y la derecha están empatados, de hacer una nueva propuesta constitucional? ¿El electorado será convocado a un nuevo plebiscito en los meses siguientes? Son interrogantes a las cuales se espera respuesta a través de negociaciones que serán arduas.
Hay una fecha clave en el futuro: el 11 de septiembre de 2023, cuando se cumplirán 50 años del cruento golpe de Estado de 1973. Para entonces, Chile debería estar ya bajo un nuevo orden constitucional, que demostrará si efectivamente Pinochet ha sido enterrado definitivamente, o si revive, como comentó el presidente colombiano Gustavo Petro.
ED: EG