BRIDGEPORT, Estados Unidos – Los militares de Myanmar, también conocidos como el Tatmadaw, derrocaron a la líder del país elegida democráticamente, Aung San Suu Kyi, en febrero de 2021, alegando sin fundamento que había habido fraude en las elecciones generales. Poco después de tomar el poder, comenzaron a asaltar las oficinas de los medios de comunicación. Hoy ser periodista es un trabajo de riesgo en Myanmar.
Varios profesionales de los medios se han ido del país, y los que permanecen se encuentran bajo amenaza. Reporteros sin Fronteras calcula que hay 70 periodistas encarcelados en el país a septiembre de 2022. Algunos de los que han salido de la cárcel fueron torturados. Al menos cuatro han muerto a manos de la Junta Militar, dos de ellos bajo custodia.
El periodista independiente Nyein Nyein Aye fue condenado a tres años de prisión con trabajos forzados. Los reporteros Maung Maung Myo y Aung San Lin recibieron seis años de prisión cada uno, mientras que el fotoperiodista Aye Kyaw murió bajo custodia a las 10 horas de su detención a finales de julio.
A pesar de estos graves riesgos, muchos periodistas consideran que informar sobre la violencia militar es un modo de resistencia contra el régimen. Entre ellos, Thang Deih Tuang, quien escribió bajo el seudónimo de Vahpual hasta que abandonó Myanmar en junio de 2022. «Quise utilizar mi trabajo para luchar contra la junta», dijo.
Desafíos logísticos
Uno de los retos más difíciles para los periodistas de Myanmar, la antigua Birmania, es el simple hecho de sacar la información del país. La inestabilidad de la electricidad y de Internet complica tareas ya de por sí arriesgadas, como contactar a fuentes, muchas de las cuales tienen miedo de hablar con los medios.
«Los militares pueden cortar la electricidad durante ocho horas al día. A veces no sabemos cuándo van a cortarla. No tenemos conexión wifi (inalámbrica), y durante los cortes dependemos de los datos del móvil», dice Tuang.
Pero los datos móviles escasean. En diciembre de 2021, el Tatmadaw ordenó a las empresas de telecomunicaciones duplicar el precio de los datos. Al mes siguiente, el régimen aumentó los impuestos sobre la compra de tarjetas SIM y los servicios wifi, en un continuo intento de restringir la disidencia en línea. La grave recesión económica provocada por el golpe de Estado empeora el acceso a los servicios.
Sin electricidad ni wifi, el último recurso para ponerse en contacto con las fuentes es a través de las líneas telefónicas tradicionales, que podrían estar intervenidas.
«Es muy limitante cuando llamas a personas que viven en zonas afectadas por el conflicto. Básicamente, cualquier cosa que se diga puede ser delicada, incluso cuestiones humanitarias del momento, porque implican al ejército como uno de los principales responsables», dice la periodista estadounidense Emily Fishbein, quien cubre Myanmar desde fuera del país.
«Los militares intentan deliberadamente encubrir la información mediante el cierre de Internet», añade.
Registros e incautaciones
El transporte, restringido por controles militares en los que se registran teléfonos y computadoras en busca de sentimientos contra el régimen, es otro obstáculo. Agentes detuvieron a Myo después de registrar sus dispositivos y encontrar artículos que había publicado en su cuenta de Facebook.
En septiembre de 2021, Tuang estaba trabajando en encargos de destacados medios internacionales, pero debido a los cortes de electricidad tuvo que viajar a otra región para acceder rápidamente a Internet. Antes de hacerlo, borró todos sus contactos y su trabajo del teléfono y la computadora.
«No había otra opción, porque si no los borraba, me habrían pillado en un control», dijo.
Tuang cuenta que tuvo que pasar por al menos 23 puestos de control militares en una distancia de 1.028 km para poder trasladarse a una zona con una conexión más estable.
Nandar, una periodista que continúa en Myanmar y escribe bajo seudónimo, utiliza dos teléfonos diferentes. Lleva uno registrado a su nombre fuera de su casa; el otro, su teléfono laboral, no está registrado a su nombre y lo tiene siempre en casa.
Cuando su domicilio fue allanado el año pasado, consiguió esconder su teléfono laboral y, por suerte, ese día no hubo nadie que no estuviera registrado por el gobierno en su casa. Aun así, guarda todo su trabajo en Google Drive y borra regularmente los correos electrónicos y los mensajes de su teléfono.
«Cada día, cada segundo, están violando nuestros derechos humanos», dice. Los militares también anunciaron que multarán a quienes utilizan una VPN. Ni Tuang ni Nandar han tenido noticia de que se haya impuesto la multa, pero, no obstante, Nandar oculta su VPN en su teléfono cuando sale a la calle. «Es la única forma en que puedo ver Facebook», explica.
“Un infierno viviente”
Nandar no quiere quedarse en Myanmar. «Vivir aquí es una especie de infierno, algo así como asfixiarse… Es como ahogarse en una pequeña piscina. Todos los días hay alguien vigilando», dice. «No tengo esperanza alguna», añade.
Sin embargo, desde el golpe de Estado, ninguno de los miembros de su familia ha podido encontrar trabajo. A ella le toca mantenerlos. Aunque ser periodista es peligroso, encontrar otro trabajo es difícil, de modo que sigue adelante.
Nandar no conoce personalmente a otros periodistas que hayan sido detenidos, pero conoce a muchos que han abandonado el país. Algunos han conseguido empleos fuera de la profesión. «Antes eran muy, muy buenos reporteros. Pero ahora se dedican a la venta de ropa o de comida», explica.
Una amiga de Tuang fue detenida a principios del año pasado. Después de su liberación, contó las condiciones de la infame prisión de Insein. La pusieron en régimen de aislamiento durante varias semanas, tras rechazar los alimentos que no podía ingerir por su estado de salud. Otros periodistas que sobrevivieron a la detención también han relatado historias de tortura en Insein.
Las condiciones para los periodistas son hoy aun peores que bajo el anterior gobierno militar. En 2011, antes del breve período de democracia, la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa situaba a Myanmar en el puesto 140 de 180 países.
Ahora ocupa el puesto 176. Pero esta vez, la generación más joven de Myanmar está contraatacando con protestas y uniéndose a movimientos de resistencia armados.
«Creo en la gente, en los jóvenes. Son muy apasionados con la campaña por la democracia en nuestro país», dice Tuang, quien se encuentra actualmente en Australia cursando un máster.
«Haré todo lo que pueda para ayudarles, donde esté, con lo que pueda», concluye.
Este artículo se publicó originalmente en IJNet, la red internacional de periodistas.
RV: EG