STEPANAKERT, Nagorno-Karabaj – “Este año el tiempo en Nagorno-Karabaj es más cálido que en mi país de origen, Senegal”, bromea Sow Ababacar, futbolista de 22 años en el estadio de Stepanakert, la capital de este enclave del Cáucaso. Aunque una vez soñó con jugar para la selección nacional de Senegal, Sow entrena actualmente con el combinado del territorio.
«El tiempo vuela», dice el centrocampista, «ya han pasado tres años desde que llegué».
También llamada Artsaj por los armenios, Nagorno-Karabaj es una república autoproclamada habitada por una mayoría armenia que busca el reconocimiento de su independencia de Azerbaiyán. Jurídicamente, este enclave armenio pertenece a este país situado entre Asia occidental y Europa oriental y en el que se habla una lengua muy próxima al turco.
En septiembre de 2020, Bakú lanzó una ofensiva con la que buscaba sellar para siempre el conflicto más largo desde el colapso de la Unión Soviética. Tras una victoria aplastante de Azerbaiyán y un alto el fuego negociado por Rusia, en noviembre de 2020, Moscú desplegó sus fuerzas de paz en el territorio que aún estaba bajo control armenio.
Aunque la reconstrucción todavía está en marcha en todo el enclave, apenas hay trabajadores extranjeros y no es fácil cruzarse con foráneos en las calles de Stepanakert estos días.
Solo los ciudadanos armenios y rusos pueden viajar a Nagorno-Karabaj, a través del corredor que conecta este enclave con Armenia bajo el control de las fuerzas de paz rusas. Ellos tienen la última palabra para decidir quién entra. Así, el futbolista senegalés sabe que llama mucho la atención en una ciudad donde la gran mayoría de la población es armenia.
“La actitud hacia los negros es la misma en casi todas partes, no solo aquí. Vayas donde vayas, siempre habrá gente llamándote ‘mono´”, explica Sow a IPS durante un descanso del entrenamiento. Le duele, admite, pero ha aprendido a sobrellevarlo. “Los niños no hacen eso, los adultos sí. Creo que el problema es que no entienden lo que hacen”, explica el centrocampista.
Relacionarse más allá del estadio con la gente local tampoco es fácil en una sociedad tan conservadora como la de estas montañas. «Me gustaba una chica y a ella también le gustaba yo, pero sus padres estaban en contra de nuestra relación y rompimos sin siquiera intentarlo», recuerda el senegalés. Jura que no ha mirado a las chicas locales desde entonces. «Es imposible», aduce.
“La gente es amable y la comida es muy rica aquí, pero cuando se trata de mujeres, solo podemos mirar”, dice Valdo Junior, un camerunés de 27 años que es compañero de equipo de Sow. Los jugadores jóvenes intentan acercarse a las mujeres locales, pero rara vez inician una relación.
Junior se mudó a Nagorno-Karabaj después de la guerra de 2020. “Mi familia sabe que estoy en algún lugar del Cáucaso, pero no estoy seguro de que puedan encontrarlo en el mapa”, explica el defensa a IPS. Por supuesto, extraña a su familia, pero el entrenamiento y la distancia son dos obstáculos insalvables para visitarla más a menudo.
Empezar de cero
El equipo se prepara para el campeonato de la Confederación de Asociaciones Independientes de Fútbol (Conifa), que se celebrará a finales de este año. Es una federación de fútbol “paraguas para todas las asociaciones fuera de la Fifa, así como el único campeonato internacional que pueden jugar bajo su bandera.
Al no ser un Estado reconocido, no se permite a Artsaj jugar en la Fifa (Federación Internacional de Fútbol Asociado).
Sin ir más lejos, Nagorno-Karabaj acogió la última Copa de Europa de Fútbol de la Conifa en 2019, porque la pandemia de covid hizo imposible que se celebraran las dos siguientes. Entonces, Osetia del Sur ganó el torneo después de anotar el único gol en la final contra Armenia Occidental.
«Estamos esperando que Conifa fije la fecha final del campeonato para finalizar el proceso de obtención de la ciudadanía de Nagorno-Karabaj para los extranjeros», explicó Mher Avanesyan, presidente de la Federación de Fútbol de Artsaj, en su despacho en Stepanakert.
Según detalló a IPS, los jugadores no son oficialmente parte del equipo, “solo entrenan antes de que se lleve a cabo el evento deportivo internacional”.
Ababacar y Junior son dos de un total de ocho jugadores negros que juegan actualmente en diferentes clubes armenios, y no son los únicos extranjeros: también se escucha inglés, español, francés y ruso durante los entrenamientos.
«Las diferencias de idioma no son un obstáculo para hacer un buen juego en equipo», asegura el entrenador, Artashes Adamyan, a IPS. «Los jugadores negros no solo entienden el dialecto local, sino que incluso lo hablan con cierta fluidez», añade.
Adamyan apenas puede disimular su orgullo cuando habla de los jugadores de color.
“Son una parte integral y la fuerza impulsora del equipo. Tanto es así que hemos creado todas las condiciones necesarias para que jueguen y permanezcan en Artsaj”, asegura.
El fichaje de más de una decena de jugadores extranjeros por una república de facto que todavía lucha por recuperarse de una guerra cruenta y todavía demasiado reciente puede parecer una frivolidad pero, como en muchas otras partes del mundo, el fútbol aquí también es mucho más que un mero evento deportivo.
En su oficina en el centro de Stepanakert, Daniel Mkrtchyan, jefe del Departamento de Deportes del Ministerio de Educación, Ciencia, Deportes y Cultura de Nagorno-Karabaj, resalta a IPS la importancia de la escuadra de Nagorno-Karabaj.
“La Copa de Europa Conifa celebrada aquí en 2019 reunió a miles de personas de todo el mundo. Además, muchos periodistas internacionales llegaron a Artsaj para cubrir el evento. Participar en cualquier evento deportivo internacional significa dar a conocer nuestra tierra al mundo”, enfatiza Mkrtchyan.
Sin embargo, la guerra de 2020, tuvo un impacto devastador. Más de 10 000 personas murieron en un conflicto tras el cual los armenios perdieron dos tercios del territorio que antes controlaban. Las infraestructuras clave también sufrieron graves daños y los armenios del enclave tienen que hacer frente a cortes de gas y electricidad casi a diario.
“También perdimos estadios, escuelas deportivas e infraestructura en regiones como Hadrut y Shushi (ambas hoy bajo control de Azerbaiyán) y en algunos lugares necesitamos hacer obras de reconstrucción. Por ejemplo, en Martuni, el estadio de fútbol fue bombardeado en 2020”, lamenta Mkrtchyan.
Y añade que “los atletas tardaron en volver a estar en forma, ya que se perdieron los entrenamientos durante medio año debido a la guerra y sus secuelas”.
“¡Este año haremos historia!”, espeta con entusiasmo Samvel Adamyan, un futbolista retirado que ha traído a su nieto de 9 años al estadio para ver el entrenamiento. El niño no puede apartar los ojos de los jugadores mientras espera que la pelota salga fuera de la cancha para devolverla a sus estrellas.
Fuera del estadio no hay demasiadas opciones de ocio para los futbolistas extranjeros. «Hay que ir a Ereván (la capital de Armenia) para divertirse», cuenta Tobi Jnohope, un defensa de 24 años afroamericano, nacido en la ciudad estadounidense de Largo, en el estado de Florida.
Se mudó recientemente a Nagorno-Karabaj desde el Palmese, un club de fútbol italiano. Jnohope dice sentir el cariño y el reconocimiento de la gente cuando le saludan y le piden una foto en la calle. Y también está el elemento sorpresa.
«Puedes tener un autobús entero de personas mirándote con la boca abierta. ¿No es gracioso?», dice a IPS riendo.
T: KZ / ED: EG