Semillas nativas: claves en combate al hambre en Chile

Una de las actividades de las socias de Anamuri son los encuentros de intercambio que ayudan a enriquecer sus propias semillas con cada una de las experiencias de las guardadoras, que se repiten a lo largo de Chile. Estos intercambios no son bien vistos por las grandes productoras de semillas transgénicas y tampoco han tenido suficiente respaldo de las autoridades agrícolas. Foto: Anamuri

SANTIAGO – Campesinas chilenas advierten que si no se cuidan las semillas originarias y se avanza en la soberanía alimentaria, se agravará la crisis de hambre constatada por la FAO.

Dirigentas de la chilena Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri) apuntan que la privatización de las semillas las convierte en un negocio y es una de las razones del hambre a nivel mundial.

Al uso comercial de las semillas, agregan la utilización de fertilizantes químicos que deterioran la capa biológica de la tierra y la multiplicación de hectáreas dedicadas a monocultivos que impiden una rotación adecuada de la tierra.

“No queremos que nuestras semillas, que nuestros ancestros guardaron durante años, se puedan privatizar. En muchos lugares se ha hecho un negocio  con ellas”, afirma Rosa Guzmán.

Ella es cuidadora de semillas y las mantiene en un predio en el municipio de Quillota, a 88 kilómetros al norte de Santiago. Desde allí salen a los intercambios de semillas y a los encuentros de donación de simientes en las grandes ciudades.

“Se impide que las semillas sean de libre intercambio y nosotros decimos que las semillas son patrimonio nuestro de la humanidad”, indicó en diálogo con IPS desde el vivero.

Anamuri, que cuenta con 6000 socias que aportan una cuota, cuenta con cuidadoras de semillas a lo largo de este largo país de 19,5 millones de habitantes. Desde Coquimbo, en el norte, hasta Puerto Montt, al sur. Pero un obstáculo es que el Estado dificulta y no fomenta el intercambio.

El banco de semillas de Anamuri está en Auquinco, en el municipio de Chépica, 177 kilómetros al sur de Santiago. Allí también funciona la escuela agroecológica bautizada como Sembradoras de Esperanzas.

“Ahí tenemos gran variedad de maíz. En el mercado no hay más de dos o tres. Al igual que de frijoles…tenemos unas 80 variedades. Eso es lo que queremos rescatar y potenciar”, contó Guzmán.

En Auquinco hay centenares de variedades que se multiplican día a día entre las socias gracias a los encuentros de intercambio de semillas criollas. Un ejemplo: solo de papas del archipiélago de Chiloé, en el extremo sur del país, almacena 360 variedades.

Uno de los redactores de la propuesta de la Constitución, rechazada en un plebiscito el 4 de septiembre, Fernando Salinas, recordó en un dialogo con IPS, a título de ejemplo, que en el municipio de Chanco, 426 kilómetros al sur de Santiago, otrora gran productor de lentejas, hoy solo se venden en los supermercados las provenientes de Canadá.

Es el resultado del predominio de parámetros financieros y de un modelo agrícola exportador orientado al mercado mundial y no al consumo local. Chile es gran exportador de frutas y verduras demandadas en el mercado exterior, pero ignora la red local, a juicio de Anamuri y otras organizaciones de la agricultura familiar.

Francisca Rodríguez, responsable de agricultura sostenible de Anamuri, recordó a IPS que la campaña mundial de recuperación de semillas nativas lanzada por la organización internacional Vía Campesina en 2002 en Roma apunta a su rescate para liberarlas de la prisión que significa su patentación.

Esta campaña promueve el conocimiento de la cultura ancestral en relación a la agricultura orgánica libre de semillas transgénicas, pesticidas, abonos químicos y venenosos y pretende recuperar la soberanía alimentaria.

“La lucha por el derecho a la Tierra y los Territorios, el derecho de acceso al agua, los bosques, los suelos y subsuelos existentes en esos espacios vitales y la defensa de la vida son partes inseparables de la soberanía alimentaria”, indican los objetivos de la campaña.

Rodríguez subrayó que “no hay seguridad  alimentaria si no hay soberanía alimentaria porque entonces la seguridad se convierte en un chiste, en un negocio de las empresas y no en una  responsabilidad de los gobiernos en cautelar un derecho tan fundamental como es la alimentación”.

En el Banco de Semillas de Auquinco, en Chile, hay centenares de variedades de papas, tomates, trigo, maíz, cebollas, frijoles y otras especies acumuladas tras años de intercambios entre las mujeres campesinas e indígenas, socias de Anamuri. Muchas se regalaron a población urbana vulnerable para que sembrase sus alimentos durante la pandemia de covid. Foto: Anamuri

Las preocupantes cifras del hambre

El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2022, publicado en julio por la  FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación  la Agricultura), indicó que el hambre tras incrementarse entre 2019 y 2020 en África, América Latina y el Caribe y Asia, siguió aumentando en esas regiones en 2021, aunque a un ritmo menor.

En 2021, afectaba a 278 millones de personas en África, 56,5 millones en América Latina y el Caribe y 425 millones en Asia.

En África 20,2 % de la población se enfrentaba al hambre en 2021, en comparación con 19,1 % en Asia, 8,6 % en América Latina y el Caribe, 5,8 % en Oceanía y menos de 2,5 % en América del Norte y Europa.

En el caso de Chile, unas 700 000 personas padecen hambre (de una población de 19,5 millones) y 3,4 millones viven en incertidumbre alimentaria o tienen una alimentación de mala calidad. Un tercio de los chilenos no pueden costear una alimentación saludable y se calcula que solo 15 % de la población consume las recomendadas cinco porciones diarias de frutas.

Según datos oficiales, en Chile hay 800 000 empresas agrícolas y agroindustriales estables y las unidades productivas que corresponden a agricultura familiar campesina alcanzan a 296 351.  Se considera agricultura familiar campesina a la que posee hasta 12 hectáreas de riego básicas.

La agricultura familiar campesina representa 90% del total de la agricultura en este país sudamericano y en ella trabajan 155 889 personas de las cuales 44,7 % son mujeres y 40 % corresponde a población indígena.

Para Rodríguez, la responsable de protección de semillas de Anamuri, “un problema del hambre de sectores muy empobrecidos es que no tienen la dieta alimentaria correspondiente y hay un problema de malnutrición”.

“Nos preocupa la vida de los jóvenes, de nuestros estudiantes, cuyo alimento fundamental es comer un completo (pan alargado relleno con una salchicha, aguacate y tomate) o una hamburguesa en la calle. La beca estudiantil no les da para una buena alimentación”, comentó a IPS.

A su juicio, “la industria de la comida chatarra se ha apoderado de la alimentación no solo de nuestra juventud sino paulatinamente de los pueblos. Y eso significa un gran sentido de dominación”, agregó.

Según Rodríguez, “el mundo está hoy frente a una crisis alimentaria que se va a agudizar hacia fin de año. Vamos a tener una catástrofe no solamente en Chile sino en América Latina. Y tiene que ver precisamente con la pérdida de la soberanía alimentaria”.

Lamentó que Chile, gran agroexportador agrícola, sea hoy dependiente en sus alimentos cuando hace algunos años llegó a ser autosuficiente por ejemplo, con su producción de trigo.

“Hoy solo producimos 25 % del trigo y el resto se importa. Y los países han cerrado sus mercados resguardando su alimentación porque los granos y el trigo son la gran crisis en estos minutos”, indicó aludiendo a la guerra en Ucrania.

La importación de trigo es relevante en Chile porque es el segundo consumidor de pan del mundo con 98 kilógramos anuales por persona, superado solo por Alemania.

Muchas veces Anamuri y otras organizaciones campesinas en Chile han salido a las calles para protestar y oponerse a los tratados de libre comercio que ven como una amenaza para el manejo de las semillas criollas por parte de las organizaciones campesinas y una supeditación a las trasnacionales del sector. Foto: Anamuri

Transgénicos, fertilizantes y monocultivos: trío peligroso

Para Guzmán, las semillas locales siempre han estado amenazadas, en particular con acuerdos de libre comercio impulsados por sucesivos gobiernos, que han perjudicado a la agricultura familiar e impuesto semillas mejoradas externas.

La mayor parte de las semillas que usan hoy los agricultores chilenos son modificadas pues se ven obligados a comprarlas porque los gobiernos no impulsan las nativas.

“Se dice que las semillas que conservan las familias campesinas no son rentables, no son productivas y eso no es así. Fue un invento de la empresa privada que nos hizo creer que hay que consumir productos durables, mejorados”, aseveró.

El costo pagado por los pequeños agricultores ha sido muy alto porque las semillas modificadas no se pueden volver a plantar pues no tienen el mismo rendimiento en el segundo año. Han sido modificadas justamente para que el negocio de vender semillas sea fructífero.

Desde Anamuri critican también la prevalencia de los monocultivos, con grandes extensiones destinadas a una sola variedad para exportar, lo cual afecta la biodiversidad y la rotación de cultivos. Además, obliga a usar plaguicidas y fertilizantes.

El gobierno del izquierdista presidente Gabriel Boric, en el poder desde marzo,  “está hablando de agroecologia. Nosotros nos sentimos muy esperanzadas con eso”, subrayó Guzmán.

“Nuestro producto es agroecológico y podríamos tener un precio más justo”, planteó.  Y demanda que los alimentos desde semillas originarias sean incluidos en la dieta de los niños que distribuye la gubernamental Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (Junaeb) en las escuelas y liceos públicos.

Una señal de esperanza

“La solución para una alimentación sana de nuestro pueblo es la agroecología, a traves de la producción campesina. Pero eso tiene que ir de la mano con programas especiales de ayuda gubernamental”, planteó.

Y recuerda con orgullo que durante la pandemia de covid-19 llegaron con sus semillas a los sectores empobrecidos en las grandes urbes.

“En plena pandemia había ollas comunes en Santiago. La gente estaba pasando hambre y nosotros estábamos en casa. Nos reuníamos por zoom y se nos ocurrió que podíamos entregar semillas a la ciudad para que la gente cultivara sus propios alimentos”, relató.

Como resultado, “las semillas viajaron a la ciudad, se distribuyeron en las poblaciones de más escasos recursos. Y las mujeres se tomaron los espacios en su población: plazas y sitios eriazos (eriales) se arreglaron y limpiaron y se pusieron a producir alimentos”, contó.

Posteriormente se crearon las huertas urbanas donde nuevas guardadoras están entregando sus semillas.

“Queremos que se difundan, enseñarle a las mujeres cómo ellas también puedan ser curadoras de semillas. Las entregamos gratuitamente porque la idea es que ellas también a su vez produzcan semillas y después las devuelvan o las empiecen a regalar”, destacó Guzmán.

ED: EG

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