SÍDNEY / KUALA LUMPUR – La fobia a la inflación de los bancos centrales está arrastrando a las economías a la recesión y a las crisis de deuda. Sus creencias dogmáticas les impiden hacer lo correcto. En su lugar, siguen las indicaciones Estados Unidos: su Reserva Federal, el Departamento Tesoro junto con las instituciones de multilaterales emanadas de Bretton Woods.
Recesiones costosas
Esas instituciones multilaterales -el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial- han dado la voz de alarma sobre las probables consecuencias nefastas de unas políticas centradas en abatir la inflación y la consiguiente carrera hacia la contracción económica.
Pero sus dogmas les impiden ser pragmáticos. De ahí que sus análisis y consejos políticos resulten incoherentes e incluso contradictorios.
Ominosamente, el Banco Mundial ha advertido que la economía mundial se encuentra actualmente en su mayor desaceleración tras la recuperación posterior a la recesión de los años 70. “A medida que los bancos centrales de todo el mundo suben simultáneamente los tipos de interés en respuesta a la inflación, el mundo puede estar acercándose a una recesión global en 2023”, indica.
Advirtiendo de que el aumento de las tasas de interés impactará la economía, el FMI ha instado a los países a abrocharse el cinturón, reconociendo que las medidas antiinflacionarias amenazan la recuperación.
Para cientos de millones de personas se sentirá como una recesión, incluso si la economía mundial evita dos trimestres consecutivos de contracción del producto interno bruto (PIB), que es cuando la recesión se convierte en oficial.
También señaló que las subidas de las tasas de interés de la Reserva Federal (FED), el banco central estadounidense, han fortalecido el dólar, aumentando los costes de importación y encareciendo el servicio de la deuda contraída en dólares.
Pero el FMI sigue recitando el mantra de que “si la inflación se controla, entonces podremos ver una base para el crecimiento y la recuperación”.
Esto contradice todas las pruebas de que la baja inflación se produce a expensas de un crecimiento sólido. Tanto el crecimiento de la producción por persona como el de la productividad cayeron durante tres décadas de baja inflación. Además, la baja inflación no ha evitado las crisis financieras.
Incluso si el crecimiento se recupera, las cicatrices de la recesión permanecen.
Por ejemplo, según un estudio del FMI, la Gran Recesión de 2007-2009 ha dejado heridas profundas. Más de 200 millones de personas están desempleadas en todo el mundo, más de 30 millones más que en 2007.
Un estudio de la FED de San Francisco de 2018 evaluó que la Gran Recesión costó a los estadounidenses unos 70 000 dólares por habitante.
La revista Harvard Business Review estimó que, entre 2008 y 2010, la crisis “le costó al gobierno estadounidense más de dos billones (millones de millones) de dólares, más del doble del coste de la guerra de Afganistán, que duró 17 años”.
Contabilización de los costes
“Los costes humanos y sociales son de mayor alcance que la pérdida temporal inmediata de ingresos”. Estos efectos suelen ser mucho mayores para los más vulnerables, por ejemplo, los jóvenes y los desempleados de larga duración, indicó la publicación.
Diferentes estudios han documentado sus efectos nocivos sobre el bienestar, en particular la salud mental por el impacto de las políticas de abatimiento de la inflación.
Las recesiones en Europa y América del Norte provocaron más de 10 000 suicidios, un mayor abuso de drogas y otros comportamientos autolesivos. Los impactos socioeconómicos y sanitarios adversos son peores en los países en desarrollo con escasa protección social.
Las subidas de las tasas de interés durante el periodo 1979-1982 provocaron crisis de la deuda en más de 40 países del Sur desarrollo.
La recesión mundial de 1982 coincidió con la segunda tasa de crecimiento más baja de las economías en desarrollo en las últimas cinco décadas, solo superada por la de 2020. Siguió una década de crecimiento perdido en muchas economías en desarrollo.
Pero la investigación del Banco Mundial muestra que las subidas de los tipos de interés pueden no ser suficientes para volver a bajar la inflación mundial.
La institución advierte incluso que las principales medidas antiinflacionarias de los bancos centrales pueden desencadenar una serie de crisis financieras en los mercados emergentes y las economías en desarrollo, lo que les causaría un daño duradero.
La deuda externa de los gobiernos de los países en desarrollo, que es cada vez más comercial, costosa y reembolsable, se ha disparado desde la crisis financiera mundial de 2008-2009. La pandemia ha provocado que más deuda se vuelva insostenible, ya que los países ricos se oponen a un alivio significativo.
No hay consenso político
El Banco Mundial señala correctamente que una desaceleración suele requerir una política anticíclica para apoyar la actividad. Reconoce que la amenaza de la inflación y el limitado espacio fiscal están impulsando a los responsables políticos de muchos países a retirar las políticas de apoyo, incluso cuando la economía mundial se desacelera bruscamente.
También sugiere que los responsables políticos podrían pasar de reducir el consumo a impulsar la producción para generar inversiones adicionales y mejorar la productividad y la asignación de capital, fundamentales para el crecimiento y la reducción de la pobreza.
Sin embargo, no ofrece muchas orientaciones políticas, aparte de los tópicos habituales e irrelevantes, por ejemplo, que los bancos centrales deben comunicar sus decisiones políticas con claridad, salvaguardando al mismo tiempo su independencia.
Incluso culpa a las limitaciones del mercado laboral. Durante décadas, el Banco Mundial promovió medidas para fomentar la flexibilidad del mercado laboral, aparentemente para aumentar las tasas de participación, reducir los precios, a través de los salarios, y volver a emplear a los trabajadores desplazados.
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Desde los años 80, estas políticas han acelerado el crecimiento de la productividad y el descenso de los ingresos reales de la mayoría. Han reducido la participación del trabajo en la renta nacional, aumentando la desigualdad.
Para empeorar las cosas, el Banco Mundial atribuye engañosamente muchos de los problemas económicos inducidos por las políticas a la alta inflación.
En mayo, el FMI argumentó que no era necesario reducir intervenir en el empleo y los salarios para evitar la inflación. Pidió una vigilancia de cada banco central y acciones contundentes contra la inflación, que a su juicio se mantendrá significativamente por encima de los objetivos establecidos durante un tiempo.
Se acabó el Consenso de Washington
En junio, una nota de política del FMI aconsejó que se permitiera el traspaso total del aumento de los precios internacionales de los combustibles a los usuarios nacionales. Aconsejaba reconocer las causas de los choques de oferta de la inflación contemporánea y proteger a los más vulnerables.
Sin embargo, los funcionarios más alarmistas del Fondo instan a lo contrario. En julio, su economista jefe instó a que la prioridad principal fuera devolver la inflación a los objetivos de los bancos centrales, que en general se sitúan en 2 %.
Aunque reconoció que el endurecimiento de la política monetaria tendrá inevitablemente un coste económico real, sin ninguna prueba, insistió en que retrasarlo sólo exacerbará las dificultades.
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En agosto, el director del Banco de Pagos Internacionales (BPI) instó a cambiar la atención de la gestión de la demanda a la de la oferta. Advirtió que los banqueros centrales habían asumido durante demasiado tiempo que la oferta se ajustaba automáticamente y sin problemas a los cambios de la demanda.
Advirtió que seguir confiando principalmente en las herramientas de la demanda agregada, vale decir las tasas de interés, para impulsar el crecimiento en este entorno podría aumentar el peligro, ya que podría producirse una inflación mayor y más difícil de controlar.
Sin embargo, el economista jefe del BPI no tardó en instar a las principales economías a seguir adelante con fuertes subidas de las tasas de interés a pesar de las crecientes amenazas de recesión. No parecía importarle que la apuesta por la subida del precio del dinero para luchar contra la inflación pudiera no funcionar y que sus costes pudieran ser astronómicos.
El miedo a la inflación
Economistas influyentes de la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra, el FMI y el BPI temen los efectos secundarios de la inflación, principalmente el choque de la oferta, debido a las espirales de los precios y de los salarios.
Sin embargo, la investigación del FMI reconoció la escasez de estudios empíricos sobre los efectos de las crisis de los precios del petróleo en los salarios y los factores que afectan a su intensidad.
La investigación concluyó que la probabilidad de que se produzcan estos efectos de transmisión es muy baja debido a los importantes cambios en el mercado laboral, como la drástica disminución de la sindicalización y la negociación colectiva.
El informe señala que la transmisión es casi nula en el periodo 1980-1999 y que los efectos son insignificantes en el periodo 2000-2019, antes de concluir que, en términos generales, la transmisión ha disminuido con el tiempo en Europa. Otros autores han llegado a conclusiones similares.
Otra investigación, del Banco de la Reserva de Australia (RBA, en inglés), encontró que el episodio actual tiene muchas diferencias con el de la década de los 70, cuando surgió una espiral de alzas en los salarios y precios.
Concluyó que hay una serie de factores que impiden que surja una espiral similar ahora, lo que implica que el riesgo general en la mayoría de las economías avanzadas es probablemente bastante bajo.
El profesor australiano Ross Garnaut ha sugerido que “el espectro de una virulenta espiral de precios y salarios proviene de nuestros recuerdos y no de las condiciones actuales”. Lamentablemente, a pesar de todas las pruebas, incluidas las suyas propias, el FMI y el RBA siguen instando a tomar medidas firmes contra la inflación.
T: MF / ED: EG