NAIROBI – Elvis Wanjala guarda buenos recuerdos de cuando era niño y perseguía y atrapaba termitas aladas de vientre negro bajo la lluvia en la estación húmeda, mientras crecía en la aldea de Samoya, en el condado de Bungoma, en el oeste de Kenia.
“Las termitas también entraban en la casa, atraídas por la luz a última hora de la tarde. Mi madre las secaba al sol y las freía en una sartén. Luego comíamos las crujientes termitas con ugali (una gacha a base de harina de maíz) y una ración de verduras tradicionales”, rememora para IPS.
“Crecí creyendo que todo el mundo comía termitas. A los 11 años, visité a mi tío en Nairobi y me sorprendió descubrir que las termitas eran más una molestia que un alimento. Una mañana, después de un fuerte aguacero, observé con asombro cómo las mujeres y las niñas barrían las termitas de las puertas de sus casas y las tiraban a la basura”, sigue recordando.
Beatrice Karare, del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, dice a IPS que las termitas y otros insectos como los saltamontes, las langostas, las hormigas blancas y negras y los grillos forman parte de la dieta tradicional en el oeste de Kenia, pero no en otras partes del país.
Pero ante el aumento de la inflación, los científicos del Centro Internacional de Fisiología y Ecología de los Insectos (Icipe, en inglés), con sede en Nairobi, afirman que los insectos comestibles son una alternativa de bajo coste a los alimentos más caros.
La cesta de alimentos de Kenia indica que la inflación en este rubro aumentó a una tasa de 20 % en enero de 2022 en comparación con el mismo periodo de 2021.
Un tesoro alimentario
Saliou Niassy, científico de Icipe, dice a IPS que los insectos comestibles contienen proteínas de alta calidad, vitaminas, fibra, calcio, hierro, vitaminas del grupo B, selenio, zinc y aminoácidos, y son también una excelente fuente de grasas saludables.
El aceite de insecto producido a través de un proyecto de investigación del Icipe a partir de dos insectos comestibles, la langosta del desierto y el grillo africano, resultó más rico en ácidos grasos omega-3, flavonoides y vitamina E que el aceite vegetal.
Según Niassy, “los insectos comestibles son una alternativa viable y asequible”, cuando esta nación de África oriental de 48 millones de habitantes se enfrenta a crecientes amenazas a la seguridad alimentaria, como el cambio climático, la degradación del paisaje y la invasión de plagas.
La factura anual de África en concepto de importación de alimentos, que en 2021 ascendió a 35 000 millones de dólares, podría ascender a 110 000 millones de dólares en 2025, según organismos regionales.
Un estudio realizado por el Icipe muestra que hay unas 500 especies de insectos comestibles en las comunidades africanas.
La región de África Central alberga unas 256 especies de insectos comestibles, África oriental unas 100 especies y en el norte de África hay unas ocho especies. En el caso de Kenia, se utilizan unas 17 especies primarias como pienso y alimento.
Pionero en África
“En lo que se refiere al aumento del consumo de insectos, hemos tenido dos retos principales: la falta de legislación en torno a la producción, el envasado y la comercialización de insectos para la alimentación y las fuertes percepciones que dictan lo que es culturalmente aceptable como alimento”, explica Karare.
Además, acota, hay otro problema cultural: “existe la fuerte creencia de que hay que ser muy pobre para comer insectos”.
Karare subraya que algunos de estos problemas se resolvieron en diciembre de 2020, cuando Kenia se convirtió en el primer país africano en desarrollar normas nacionales que regulan la producción, manipulación y procesamiento de insectos para alimentos y piensos.
En la normativa se estipulan los requisitos mínimos de infraestructura y medio ambiente necesarios para la producción ideal de insectos comestibles, incluida la forma de envasarlos y presentarlos.
Wanjala, que ahora es profesor en Nairobi, dice que las comunidades que no comen insectos y los niños podrían ser introducidos poco a poco en los productos con insectos, como las galletas, para que la idea de comer insectos se asimile lentamente.
“Cuando se trata de comer insectos enteros, me parece que la gente también es más propensa a probar los insectos fritos y crujientes”, dice.
A pesar de las dificultades para crear un mercado viable y atractivo para los insectos, Karare está convencida de que los insectos pueden formar parte de la dieta de muchos hogares, estableciendo un paralelismo con la trayectoria de los kenianos hacia las verduras tradicionales.
“Hace unos años, las verduras tradicionales de alto valor nutritivo eran consumidas por unas pocas comunidades. En el centro de Kenia, por ejemplo, el amaranto se consideraba un alimento para gente pobre. Hoy, el amaranto es un manjar popular y forma parte del menú de los hoteles de cinco estrellas. Lo mismo ocurre con las hojas de calabaza”, observa el científico.
A su juicio, “tenemos que educar a la gente en que los insectos comestibles pueden añadir nutrientes a una comida basada en plantas. Y lo que es más importante, los insectos pueden incluso sustituir nutricionalmente a la carne”.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se calcula que 2500 millones de personas comen insectos como parte de sus comidas habituales, enteros o en productos alimenticios procesados como aperitivos y pasta.
Karare afirma que el mercado mundial de insectos comestibles, estimado en 112 millones de dólares en 2019, podría alcanzar los 1500 millones de dólares en 2026.
En todo el mundo hay unas 1900 especies comestibles, como mariposas, cucarachas, grillos, saltamontes, hormigas, abejas, libélulas, escarabajos, polillas de seda domésticas, ciempiés y langostas.
Herramienta contra crisis climática
Según la FAO, recurrir a los insectos no solo es bueno para el organismo, sino que es muy respetuoso con el ambiente y puede contribuir a reducir la emisión de gases de efecto invernadero, principales causantes del recalentamiento planetario.
El sector ganadero contribuye de forma significativa al cambio climático, ya que las emisiones totales de la ganadería mundial representan 14,5 % de todas las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero.
El ganado criado para obtener carne y leche y los productos no comestibles, como el estiércol y la fuerza de tiro, representan 65 % de las emisiones del sector ganadero.
La producción de insectos para la alimentación es otra alternativa para reducir la emisión de los nocivos gases de efecto invernadero, según la FAO.
Los grillos necesitan seis veces menos alimento que el ganado vacuno, cuatro veces menos que las ovejas, y la mitad que los cerdos y los pollos de engorde para producir la misma cantidad de proteínas. Además, se ha descubierto que los productos a base de insectos tienen una huella de carbono mucho menor en comparación con el ganado convencional.
Con estos datos, Niassy cree que hay mucho más que aprender y aprovechar sobre el papel alimentario de los insectos. “Solo hemos arañado la superficie en cuanto al acceso sostenible a la biodiversidad para la resiliencia, los medios de vida y la seguridad alimentaria y nutricional en África”, asegura.
T: MF / ED: EG