Seguridad y educación alimentaria en las escuelas de Brasil

Algunos estudiantes en el comedor de la Escuela Municipal João Caffaro de Itaboraí, en el sureste de Brasil. Los escolares volvieron a comer hortalizas y tomar jugos naturales de frutas, al reabrirse en abril de este año los comedores escolares y el suministro de productos de la agricultura familiar al Programa Nacional Alimentación Escolar, después de la interrupción forzada por la pandemia de covid. Foto: Mario Osava / IPS

ITABORAÍ, Brasil – “Si me gusta la lechuga, pero no el tomate y el pepino”, confesó Paulo Henrique da Silva de Jesus, de nueve años y alumno del tercer año de la Escuela Municipal João Baptista Caffaro, en la ciudad brasileña de Itaboraí, en el sureste de Brasil.

Él y Tainá Cassia Faria, de 13 años y del quinto año de primaria, comparten el rechazo al ñame (Discorea, un tubérculo), pero alaban la comida que les sirve la escuela. “Nos comemos todo, sin dejar ningún resto”, aseguraron en el comedor del centro público de primaria.

Pero los fideos, los frijoles y la carne son sus preferidos. “Ahora tenemos pastel”, celebró otro escolar, para realzar su predilección por los postres.

Este año se pudo ofrecer “más variedad de alimentos, con calidad y la incorporación de frutas y hortalizas”, al restablecerse plenamente el Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE), destacó Deise Lessa, la directora de la escuela desde 2011 y profesora hace 35 años en este municipio situado a unos 50 kilómetros de Río de Janeiro y con su ciudad cabecera del mismo nombre.

La pandemia de covid-19 vació las escuelas de este país sudamericano desde marzo de 2020 hasta el paulatino retorno desde mediados de 2021 y por ende el aporte alimentario dentro de los centros, que asegura la nutrición de buena parte de los niños brasileños en situación de pobreza.

“El PNAE es fundamental en la vida escolar. Muchos niños tienen en la escuela su única comida completa en el día, ante la pobreza y el desempleo que afecta la población local”, apuntó Mauricilio Rodrigues, secretario de Educación de Itaboraí desde que se instalaron las actuales autoridades de la prefectura (alcaldía) municipal, en enero de 2021.

“El 80 % de los alumnos de nuestras escuelas son de familias de bajos ingresos”, acotó durante la jornada que IPS pasó en los mismos centros de primaria de Itaboraí que visitó en 2015, para comprobar la situación de la alimentación escolar en la pospandemia.

«Muchos niños tienen en la escuela su única comida completa en el día, ante la pobreza y el desempleo que afecta la población local”: Mauricilio Rodrigues.

Dos cambios resultaron ostensibles en João Caffaro. Uno fue el uso de mascarillas por los escolares en las aulas,  que solo se quitan en el comedor y en el patio de recreo al aire libre, pese a que en el estado de Río de Janeiro, donde se ubica el municipio, ya se eliminó la obligación de su uso incluso en espacios cerrados.

Otro es que en el comedor, como medida para restringir los contagios, desaparecieron los multicolores manteles del pasado, y ahora las mesas están desnudas y se desinfectan antes de que entre cada grupo de niños, que es limitado y se distribuye por el amplio espacio antes atiborrado de escolares. Además, tampoco se pudo esta vez entrar a la cocina, por razones sanitarias.

El almuerzo es una fiesta para los niños y niñas en la Escuela Municipal João Caffaro. Tienen derecho a alimentos que pocas veces disponen en una sola comida en sus hogares, con carnes, hortalizas variadas, frutas, jugos naturales e incluso pasteles como postre. Es una garantía de buena nutrición que solo tuvo paliativos parciales durante el cierre de las escuelas durante la fase crítica de la pandemia, en 2020 y buena parte de 2021. Foto: Mario Osava / IPS

Alianza entre escuelas y agricultura familiar

“Muchos nunca faltan a las clases a causa de la merienda”, corroboró la directora de la escuela municipal de unos 450 estudiantes, ubicada en el barrio Engenho Velho (Ingenio Viejo), con la mayoría de su población en pobreza, dentro de la ciudad de 245 000 habitantes.

La alimentación escolar, como iniciativa del poder público de Brasil, empezó en los años 40 del siglo pasado, cuando poca población se escolarizaba. Evolucionó con la democratización de la enseñanza, especialmente después que la Constitución Nacional de 1988 reconoció el derecho de los estudiantes de la enseñanza primaria a un suplemento alimentario aportado por el Estado.

Para cumplir el programa, las prefecturas municipales y gobernaciones de los estados reciben recursos del Fondo Nacional de Desarrollo de la Educación (FNDE), administrado por el Ministerio de Educación.

En 2009 una nueva ley estableció un requisito de efectos positivos para la nutrición infantil y las economías locales: la obligación de que un mínimo de 30 % de las compras del PNAE en cada municipio sean de productos de la agricultura familiar de cercanía.

Es lo que facilita que los estudiantes de primaria de Itaboraí coman hortalizas frescas y frutas variadas. Banano, naranja, mandarina, guayaba, mandioca (yuca), calabaza, batata, ñame, lechuga y la col rizada son los alimentos más comprados a los agricultores locales, informó Ana Beatriz Garcia, coordinadora de Alimentación Escolar en la prefectura.

El almuerzo es una fiesta para los niños y niñas en la Escuela Municipal João Caffaro. Tienen derecho a alimentos que pocas veces disponen en una sola comida en sus hogares, con carnes, hortalizas variadas, frutas, jugos naturales e incluso pasteles como postre. Es una garantía de buena nutrición que solo tuvo paliativos parciales durante el cierre de las escuelas durante la fase crítica de la pandemia, en 2020 y buena parte de 2021. Foto: Mario Osava / IPS

Receso por la pandemia

Eso no se pudo cumplir en 2020, con las escuelas cerradas por la pandemia y el forzado traslado a las clases virtuales en todo el país. Se trató de paliar el cierre de los comedores escolares con la distribución de canastas básicas de alimentos a las familias de los alumnos, pero no fue lo mismo. No se podían incluir los perecederos artículos hortícolas.

Las clases presenciales en Itaboraí se reanudaron parcialmente a partir de junio de 2021, con cada grupo dividido en dos mitades que se turnaban en las aulas cada dos días. De esa forma, tampoco se pudieron restablecer las compras regulares a los agricultores familiares.

Pero la alcaldía promovió ferias en las escuelas, donde las familias pudieron recoger los alimentos frescos para el consumo hogareño, en sustitución de las comidas escolares, recordó Lessa, la directora de la escuela João Caffaro.

La merienda, como se llama coloquialmente a la alimentación escolar en este pais de 214 millones de habitantes,  engloba dos comidas -almuerzo y refrigerio- para el alumnado de la primaria y secundaria públicas, y cuatro en los denominados centros integrales: desayuno, almuerzo y dos refrigerios.

“Pese a las dificultades, cumplimos la meta del PNAE, adquirimos de la agricultura familiar 36 % de los alimentos ofrecidos a los estudiantes”, sostuvo Rodrigues, el secretario de Educación. Este año esperan llegar a entre 35 % y 40 %, durante el curso escolar, que en el país va de febrero a diciembre,  con un asueto especial en julio.

“La mayor dificultad es la logística para hacer llegar los alimentos a la red escolar”, reconoció. Son cuatro o cinco camiones o camionetas en el transporte cotidiano, en un esfuerzo conjunto de las secretarías municipales de Educación y Agricultura.

Dos maestros y varios alumnos de primaria en el huerto de la Escuela de Tiempo Integral Jueza Patricia Acioli, en la ciudad de Itaboraí, en el sureste de Brasil. El objetivo es pedagógico, al practicar la horticultura, y alimentario, al estimular el consumo de vegetales y frutas al cultivarlos los escolares con sus propias manos. Foto: Secom / Itaboraí

Itaboraí tiene 35 000 estudiantes en sus 92 escuelas públicas de educación infantil y primaria, además de la enseñanza de adultos. Engloban a niños y niñas en edad preescolar, de cuatro y cinco años, y a los estudiantes desde primero a quinto año de enseñanza.

En Brasil los municipios se encargan de los cinco primeros años de la llamada enseñanza fundamental de nueve años. A los estados les tocan los cuatro últimos años de esa etapa primaria y la enseñanza media (secundaria) de tres años. También ellos tienen obligación de proveer alimentación en sus centros, aunque el cumplimiento es menos estricto.


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Para planificar las compras, definir el menú y orientar las escuelas, la Secretaría de Educación municipal de Itaboraí cuenta con un equipo central de 13 nutricionistas, además de una de esas especialistas en cada escuela.

“Tenemos que ser flexibles en los planes, cada producto tiene su época de cosecha y puede escasear a causa del exceso a falta de lluvias, o adelantarse como pasa con el caqui este año”, observó Larissa de Brito, una de las nutricionistas centrales.

“Por eso estamos en permanente diálogo con los agricultores”, añadió.

“Mejoró nuestra relación con los agricultores, porque los visitamos al comienzo del año y aceptamos comprar de productores individuales, mientras antes solo se hacía por intermedio de sus asociaciones”, explicó la coordinadora Garcia.

Alcir Coração, un agricultor familiar de 81 años, junto a un naranjal de su finca, donde cosecha frutas que vende a la alcaldía de Itaboraí, para la alimentación escolar. Perdió toda la producción en 2020 y parte en 2021, a causa de la pandemia de covid que obligó al cierre de las escuelas en Brasil. Este año espera recuperar con creces las buenas ventas de los años prepandemia. Foto: Mario Osava / IPS

Mercado recuperado

El municipio de Itaboraí cuenta con 11 % de territorio rural, donde su población solo representa apenas 1,2 % del total. Pero aun así posee una  notable agricultura familiar, alentada por la proximidad de grandes mercados. La naranja es su producto estrella, por su afamada calidad.

Alcir Coração preside a sus 81 años la Asociación de los Agricultores Familiares de Itaboraí y Municipios Vecinos (Agrifami), que confió en el PNAE desde que en 2009 el programa decidió convertir a los campesinos en proveedores de al menos 30 % de sus compras.

“Resultará bien”, pronosticó entonces. Por eso, decidió ampliar su producción, especialmente de naranjas, en sus 10 hectáreas de tierra, divididas en dos fincas de 6,5 y 3,5 hectáreas, a 10 kilómetros del centro urbano de Itaboraí.

Para eso logró el apoyo de su yerno, Marcio da Veiga, como socio en la faena, con la fuerza de sus 41 años.

“En 2020 cosechamos 3000 kilos de naranja y perdimos todo, a la espera de la demanda de las escuelas que no llegó”, se lamentó Coração. En 2021 la pérdida fue menor, los pedidos del PNAE “llegaron tarde”, pero ocurrieron.

“Este año empezó bien”, con un llamamiento para compras ya en abril. Nunca se hizo tan temprano y además se duplicó el límite para la venta anual de cada agricultor en relación al año pasado, elevado a 40 000 reales (8.600 dólares al cambio actual), celebró.

Él y su yerno producen distintas variedades de naranja, llamadas selecta, natal y lima, además de mandarinas y limones. “Los limones se cosechan todo el año, pero su precio es bajo, la naranja rinde más ingreso”, comparó Da Veiga para justificar la opción por más naranjales.

Desde los primeros cursos, los estudiantes cultivan hortalizas para sus almuerzos en la Escuela Patricia Acioli. Como es un centro integral, donde el alumnado permanece ocho horas, reciben en él cuatro comidas: desayuno, almuerzo y dos meriendas. Foto: Secom / Itaboraí

Sembrar es pedagógico

Algunas escuelas públicas de Itaboraí también empezaron en 2021 a sembrar algunas de las hortalizas que consumen. La Escuela Municipal de Tiempo Integral Juiza Patrícia Acioli moviliza sus 265 alumnos para sembrar, cuidar y cosechar lechugas, zanahorias, coles rizadas, repollos, berenjenas y otras hortalizas, aprovechando el patio y el tiempo de que disponen.

El objetivo es pedagógico, para que conozcan que ofrece la tierra, como se producen los alimentos y que es una alimentación saludable, explicó a IPS la directora de la escuela, Alessandra Wenderroschi.

“Al participar en la producción, con sus propias manos, los estudiantes tienen más motivación para comer verduras, incluso la rúcula (o rúgula, una brasicácea)”, comentó. Es una “actividad valiosa” para la enseñanza, concluyó.

ED: EG

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