SÃO PAULO – Al igual que a principios de la década del 2000, América Latina podría estar a punto de vivir una nueva “marea rosa” que podría teñirse de otro color. Gabriel Boric ganó las elecciones presidenciales de Chile el pasado diciembre prometiendo un «desarrollo compatible con el medioambiente».
El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, lidera las encuestas para las elecciones de octubre de 2022, prometiendo combatir la deforestación de la Amazonia y priorizar el clima.
Y en Colombia, el veterano izquierdista Gustavo Petro, favorito para las elecciones colombianas del 29 de mayo, afirma que, si es elegido, detendrá la exploración petrolera e invertirá en la transición energética del país.
Para América Latina, una de las regiones más vulnerables al cambio climático, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, la revitalización de la agenda medioambiental parece ser una prioridad absoluta tanto para los aspirantes como para los nuevos dirigentes elegidos.
Sin embargo, aunque hay esperanzas y expectativas, existe cierto escepticismo sobre la posibilidad de que los líderes más desarrollistas adopten políticas climáticas y medioambientales sólidas. Por encima de todo, existe una enorme oportunidad de demostrar las credenciales progresistas en el ámbito climático.
¿Puede la nueva marea rosa unir medioambiente y desarrollo?
Una mirada a la historia de la izquierda latinoamericana muestra que el progresismo político no ha garantizado avances en materia climática.
“La primera pregunta que debemos hacer es: ¿podemos hacer una correlación entre los gobiernos progresistas y la lucha contra el cambio climático en la región?”, se pregunta Matías Franchini, investigador de clima y relaciones internacionales de la Universidad del Rosario de Colombia. Esta relación es más clara en Estados Unidos y Europa que en América Latina, afirma.
De hecho, los gobiernos conservadores recientes y actuales de Chile y Colombia, respectivamente, obtuvieron notables logros en materia de clima, poniendo en marcha proyectos de energías renovables y lanzando objetivos de reducción de emisiones más ambiciosos.
Sin embargo, el gobierno del expresidente chileno Sebastián Piñera fue criticado por mostrar un liderazgo débil como coanfitrión de la 25 Conferencia de las Partes (COP25) sobre cambio climático, reubicada en Madrid en 2019.
Además, tanto él como su homólogo colombiano, Iván Duque, no han garantizado que sus propuestas de transición hacia economías más verdes fueran lo más participativas posible al no ratificar el Acuerdo de Escazú.
Este tratado regional se considera el pistoletazo de salida para una carrera hacia el techo en cuanto a normas medioambientales, transparencia y participación ciudadana a nivel regional. A menos de una semana de su toma de mando, Boric lo ha ratificado.
Franchini también cita a México, donde el ex presidente conservador Felipe Calderón (2006-2012) avanzó más en la protección del clima y el medioambiente de lo que parece que hará el actual presidente, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO).
Más tarde, Calderón se convirtió en director de la Comisión Global de Economía y Clima, que asesora a los países sobre el desarrollo económico y el riesgo climático. AMLO, por su parte, notoriamente ni siquiera asistió a la cumbre climática de noviembre pasado en Glasgow, la COP26.
«Basta de hipocresía y de modas, lo que hay que hacer es combatir la monstruosa desigualdad que existe en el mundo», dijo entonces, contraponiendo la lucha por la igualdad socioeconómica al calentamiento global.
AMLO también ha recibido críticas por invertir miles de millones de dólares en la construcción de la refinería de Dos Bocas, impulsando el sector petrolero de México en busca de lo que él llama «soberanía energética».
También ha chocado con el sector de las energías renovables al promover una reforma constitucional que prioriza las termoeléctricas.
Tatiana Roque, profesora de filosofía y matemáticas de la Universidad Federal de Río de Janeiro, es prudente. En su libro de 2021 El día que volvimos de Marte, Roque critica el desarrollismo que ha propugnado la izquierda latinoamericana. Una mentalidad como la de AMLO, dice, pertenece a una época pasada.
«Hay que tener cuidado de no reproducir la misma visión del pasado, sobre todo esta visión desarrollista muy marcada en América Latina que incorpora una visión de futuro que no [dialoga] con la urgencia del cambio climático», dice Roque.
La izquierda latinoamericana aún no ha adoptado esta perspectiva, en parte debido a su profunda dependencia económica de la producción de commodities perjudiciales para el medioambiente, como la soja, el ganado, el petróleo y los metales, añade Roque: «Nos hemos vuelto demasiado vulnerables para hacer esta transición (verde) a causa de las commodities».
La marea rosa de la década del 2000
La última ola progresista de América Latina, iniciada en la década de 2000, llevó al poder a líderes como Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador) y Néstor y Cristina Kirchner (Argentina), así como al propio Lula y a su sucesora Dilma Rousseff.
En general, estos gobiernos se beneficiaron de los altos precios mundiales de las commodities, impulsados en gran medida por la demanda china, para invertir fuertemente en políticas públicas que redujeran la desigualdad y la pobreza.
«Esta primera oleada, que se extendió desde 2003 hasta 2014, coincidió con un gran ciclo de commodities que definió totalmente los éxitos y fracasos de estos gobiernos», afirma Mathias Alencastro, investigador del Centro Brasileño de Análisis y Planificación.
Sin embargo, Alencastro es optimista. Sostiene que el anterior giro progresista de América Latina fue retrospectivo, al luchar contra los restos de las dictaduras militares y la influencia de Estados Unidos en la región. Hoy, la izquierda latinoamericana se verá empujada a priorizar el desarrollo sostenible, afirma.
«La política climática es precisamente lo que diferencia a la primera y a la segunda ola. Sin un ciclo positivo de commodities, la izquierda se verá obligada a ser más audaz . La economía verde llena ese vacío», resalta.
Sin el crecimiento impulsado por las commodities, existe la oportunidad de buscar nuevas formas de desarrollo y alejar a los países latinoamericanos de la dependencia de las materias primas. En Brasil, por ejemplo, los sectores progresistas han pedido la deforestación cero en el Amazonas y el desarrollo de una bioeconomía que genere ingresos y mantenga el bosque en pie.
Chile y Colombia en el punto de mira
Gran parte de la atención actual se centra en Boric y Petro. Los primeros movimientos del chileno son prometedores. Eligió a la renombrada climatóloga Maisa Rojas como ministra de Medio Ambiente.
Ha dirigido el Centro de Investigación del Clima y la Resiliencia, vinculado a la Universidad de Chile, ha sido coautora de los informes del IPCC y ha trabajado con el anterior gobierno en la presidencia chilena de la COP25, que finalmente fue relocalizada en Madrid debido a las masivas protestas por la desigualdad rampante y el alejamiento de la toma de decisiones políticas, nada menos.
Boric, de 36 años, pertenece a una nueva cohorte de políticos progresistas. Quiere crear una empresa estatal que regule la extracción y el uso del litio en colaboración con las comunidades locales y respalda a Rojas para que aplique una nueva ley sobre el cambio climático, entre otras propuestas políticas.
«Con esta nueva generación, tenemos la oportunidad de dejar atrás por fin la dicotomía entre medioambiente y desarrollo», afirma Natalie Unterstell, directora del Instituto Talanoa, un centro de estudios climáticos de Brasil. «Pero todavía tenemos a los reacios, como los dirigentes mexicanos, que harán lo menos posible», añade.
Matías Franchini afirma que durante los últimos 20 años de alternancia entre los gobiernos de centro-izquierda de Michelle Bachelet (2006-2010 y 2014-2018) y de centro-derecha de Sebastián Piñera (2010-2014 y 2018-2022), Chile ha construido con éxito una política estatal de descarbonización.
El objetivo era lograr la neutralidad de las emisiones en 2050 y el país ya ha invertido en proyectos de reforestación y energías limpias. Para 2025, el 20 % de la producción de energía procederá de fuentes renovables no convencionales, como la eólica o la solar, según los planes climáticos nacionales. «El bórico no representa una ruptura, sino la continuación de una tendencia», afirma.
Aunque el colombiano Petro pertenece a una generación anterior de progresistas, representa la principal posibilidad de que el país tenga un primer gobierno de izquierdas.
Lamentablemente, dijo Petro, Colombia pasó del cultivo del café al petróleo y al carbón. Hoy en día, cerca de un tercio de las exportaciones colombianas dependen de la industria petrolera. China y Estados Unidos son los principales compradores.
«Tenemos que pasar de una economía extractiva a una productiva. La transición energética es una decisión que se puede tomar el primer día», dijo Petro. «Las divisas [del petróleo] se pueden sustituir por el turismo, y eso significa pasar de cinco a quince millones de turistas (anuales)», añadió.
Los temas ambientales ascendieron en la agenda de Colombia bajo el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2017), quien los incorporó en el histórico acuerdo de paz con las FARC. Firmado en 2016, el documento se comprometía al reasentamiento de comunidades vulnerables, a la reforestación en zonas afectadas por el conflicto y a la lucha contra la minería ilegal, entre otras disposiciones.
La acción climática cobró entonces un nuevo impulso con Duque. El actual presidente afirmó durante la COP26 que el país reducirá las emisiones en un 51% para 2030 y alcanzará la neutralidad de carbono en 2050.
Sin embargo, la consecución de estos objetivos depende de que se frene la deforestación en la Amazonia colombiana, que se ha disparado desde que las FARC desalojaron zonas densamente boscosas. Se ha prestado poca atención a la revisión del sector energético dependiente de los combustibles fósiles.
Los planes de transición a las renovables implican un gran aumento del uso del gas natural en el suministro de energía. Y Colombia cuenta con escasos recursos sin necesidad de hacer fracking de nuevas reservas. También se mantiene el apoyo a la industria petrolera.
«En este sentido, el discurso de Petro es más interesante, pero poco realista en términos políticos», argumenta Franchini, escéptico ante la propuesta de bloquear nuevos proyectos de la industria petrolera. «El espacio para que Petro haga una transición rápida es difícil en términos políticos y económicos», puntualiza.
El camino que queda por recorrer puede ser difícil, pero los ecologistas de Colombia se han visto animados por la reciente elección de Francia Márquez como compañera de fórmula de Petro.
Incansable defensora del medio ambiente, cuyo activismo le ha valido un premio Goldman -a menudo apodado el «Nobel verde»-, Márquez está ahora en condiciones de convertirse en la primera mujer afrodescendiente vicepresidenta del país, y podría liderar una poderosa defensa de las causas ambientales y sociales al más alto nivel.
¿Puede Lula cambiar el juego?
Si es elegido, Lula, que gobernó Brasil entre 2003 y 2011, se convertirá en el único líder que se subió a las dos olas de la izquierda latinoamericana. Su gobierno fue ambiguo en el ámbito medioambiental. Junto a Marina Silva, su entonces ministra de Medio Ambiente, Lula ideó un plan de desarrollo sostenible que permitió reducir las tasas de deforestación de la Amazonia en más de 80 %.
En la Cumbre del Clima de Copenhague de 2009, exigió a los demás países que se comprometieran con un acuerdo global.
Sin embargo, los gobiernos de Lula y Rousseff también fueron responsables de la construcción de la central hidroeléctrica de Belo Monte, que provocó daños socioambientales inestimables en la región de Xingu, en el estado amazónico de Pará.
Fue también durante el gobierno del Partido de los Trabajadores que la empresa nacional de energía Petrobras descubrió y comenzó a explorar más petróleo del presal, que consideró una vía rápida para el desarrollo económico del país. Las exenciones fiscales del gobierno del PT para la compra de automóviles también fomentaron el crecimiento de la contaminante industria automovilística.
El desarrollo de la agroindustria también se convirtió en política de Estado. El sector se expandió rápidamente durante el superciclo de las commodities en la primera década del 2000.
En esa época, China se convirtió en el principal comprador de soja y minerales brasileños y, posteriormente, en el principal socio comercial del país. En 2021, China importó de Brasil bienes y servicios por un valor de 87.300 millones de dólares.
La deforestación amazónica volvió a aumentar en 2012 con Rousseff y ha batido récords desde 2019 con Jair Bolsonaro, que ha desmantelado las políticas medioambientales y climáticas de Brasil.
¿Qué esperar del posible regreso de Lula?
Las opiniones están divididas. Alencastro está seguro de que Lula, un veterano y respetado estadista a nivel internacional, sabe cómo elevar la retórica sobre el medioambiente: «Es un líder que sigue las tendencias globales y sabe sentir las transformaciones del mundo. Ya ha entendido muy bien que la cuestión del clima es algo que hay que incorporar desde un punto de vista programático».
El líder del Partido de los Trabajadores también ha sugerido que un posible tercer mandato se centrará en la transición hacia una economía verde. «Tenemos que pensar en el medioambiente, en la Amazonia, pero también en las aguas residuales de la favela. Nos tomaremos muy en serio la cuestión medioambiental. Hoy en día, el desarrollo, el crecimiento económico y la inversión tienen que estar vinculados a la cuestión medioambiental», tuiteó en febrero.
Un plan prospectivo para un posible gobierno de Lula, elaborado por la Fundación Perseu Abramo, organismo vinculado al partido de Lula, dice que es «esencial, además de combatir la devastación ambiental causada por el actual gobierno, promover un Green New Deal, un nuevo ‘pacto verde’, que promueva la transición ecológica hacia una economía baja en carbono».
«Este pacto verde va a ocurrir por voluntad o por fuerza. O esta transición será acordada y planificada, o sucederá con pérdidas y daños, porque será impuesta», dice Unterstell, para quien aún no hay señales más claras del rumbo que pretende adoptar Lula, ni de quién formará su equipo.
«Estamos en una década en la que no es una cuestión de buenas maneras, de poner un sello verde a las cosas. Estamos ante una crisis diferente. Los mercados ya se están reorientando de una manera que parece abrumadora», añade.
Roque cree que la principal tarea del carismático Lula es devolver a Brasil a una relativa normalidad democrática y desarrollar políticas que sienten las bases de un proyecto medioambiental más ambicioso: «No creo que Lula priorice un nuevo modelo de desarrollo basado en la urgencia de la lucha contra el cambio climático.
Pero él podría ser la salida de este momento totalmente excepcional que estamos viviendo y esencial para desarrollar políticas que vayan más allá del propio Lula».
Este artículo se publicó originalmente en la plataforma informativa Diálogo Chino.
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