RIO DE JANEIRO – El estado de Bahía, en el Nordeste de Brasil, cuenta 26 muertos y más de 700.000 afectados por las inundaciones que ya duran un mes, mientras Paraná, cerca de 1.500 kilómetros al sur, termina el tercer año de sequías.
Las aguas excesivas o ausentes representan la lección más visible de la crisis climática global, aunque los especialistas evitan identificar las lluvias torrenciales y sequías actuales como consecuencia directa del cambio climático.
Los eventos extremos más frecuentes, sin embargo, amplían la convicción de que los desastres naturales derivan del recalentamiento del planeta provocado por la acción humana.
Los datos de la Superintendencia de Protección y Defensa Civil de Bahia (SUDEC) registraban 30.915 personas sin abrigo y 518 heridas el 3 de enero, además de los 26 muertos y 715.634 afectados por la crecida de los ríos e inundaciones que sumergieron algunas pequeñas ciudades.
Las lluvias más voluminosas desde 1961, según los datos históricos, azotaron 166 de los 417 municipios del estado de Bahía, 154 de los cuales decretaron estado de emergencia para enfrentar el desastre.
En algunos municipios llovió más de 500 milímetros por metro cuadrado, cuatro veces el promedio histórico en el mes de diciembre. Puentes destruidos, miles de casas sumergidas, calles convertidas en ríos que arrastran vehículos y muebles, y barcos como único medio de transporte para salvar personas aisladas compusieron el infierno hídrico.
Además de toda la parte sur de Bahía, también los estados de Minas Gerais, donde murieron por lo menos seis personas, Espíritu Santo y Tocantins, en una franja entre los 11 y 19 grados de latitud sur, sufrieron inundaciones por las lluvias intensas.
Mientras, Paraná, un estado meridional, enfrenta una sequía desde el inicio de 2019. El suministro de agua se mantiene pero con racionamientos intermitentes en la capital Curitiba, de 1,9 millones de habitantes.
Se suspendió la medida el 23 de diciembre, para las fiestas de fin de año, pero este 4 de enero se reanudó la interrupción por 36 horas tras 60 horas de suministro, la que seguirá hasta el 13 de enero. El futuro depende de las lluvias y la recuperación de los manantiales, de los que también dependen otras ciudades de la región metropolitana de Curitiba.
Períodos de estiaje menos prolongados y en áreas variadas afectan también otros estados del Sur, como Río Grande del Sur y Mato Grosso del Sur, en el Centro-Oeste de Brasil.
Esas regiones aún sienten los efectos de la sequía de 2014 y 2015 que provocó una grave escasez de agua para los 22 millones de habitantes de la región metropolitana de São Paulo.
Las escasas lluvias, en general por debajo del volumen promedio en los últimos años, no han permitido recuperar los manantiales y la humedad del suelo tanto en el estado de São Paulo como en el Sur de Brasil. Por eso la crisis hídrica se mantiene en muchas partes o amenaza con volver, en otras.
Pese a las buenas lluvias de los últimos meses, la región metropolitana puede sufrir nueva crisis en 2022, porque sus sistemas de captación de agua siguen en niveles que no aseguran zanjar con tranquilidad el periodo seco entre abril y septiembre.
Una situación similar, de embalses disminuidos, afecta la generación eléctrica en las regiones Sureste y Centro-oeste que concentran casi mitad de la capacidad de las centrales hidroeléctricas en Brasil. Es decir, sequías afectan gravemente la vida urbana, la agricultura y también la fuente responsable de 63 por ciento de la electricidad nacional.
Brasil ya registró tres sequías de gran impacto en este siglo. En 2001 el fenómeno obligó a un racionamiento de electricidad por ocho meses. El Nordeste vivió la más prolongada sequía de su historia a partir de 2012, que cedió en algunas partes de la región a partir de 2018.
Pero es el exceso de lluvias que provocan los grandes traumas en pérdidas humanas repentinas. Inundaciones y derrumbes debido a lluvias torrenciales mataron 918 personas y dejaron 99 desaparecidas en enero de 2011 en siete ciudades serranas cerca de Rio de Janeiro.
Esos fenómenos ocurridos entre los últimos meses de un año y primeros del otro resultan de lo que los meteorólogos denominan Zona de Convergencia del Atlántico Sur (ZCAS), un sistema de vientos y presiones atmosféricas que conducen la humedad del sur y este amazónicos usualmente hacia el Sureste de Brasil, donde están São Paulo y Rio de Janeiro.
Esta vez, en diciembre, el sistema concentró las lluvias en el sur de Bahía y áreas en latitud similar, es decir cerca de 1.000 kilómetros más al norte.
No es excepcional, pero infrecuente y sorprendió por la intensidad y por el hecho de repetirse tres veces en un mes. En general su actividad dura tres o cuatro días, pero en Bahía en dos episodios persistió por cinco días. En total fueron 14 días.
“El efecto La Niña ayudó a llevar tanta lluvia a Bahía”, evaluó Manoel Gan, investigador del Centro de Previsión del Tiempo y Estudios Climáticos (CPTEC), que forma parte del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, vinculado al Ministerio de Ciencia y Tecnología.
La Niña es un fenómeno que enfría las aguas superficiales del Pacífico Ecuatorial y tiende a reducir las lluvias en el Sur de Brasil, concentrándolas más al norte. Su actividad desde octubre, aunque moderada, no augura mejoras hídricas al sur y sureste de Brasil.
Su actividad intermitente desde 2019 pudo haber contribuido a las sequías que sufre Paraná en los últimos tres años, comentó Gan.
“Otro factor de la intensidad pluviométrica (en Bahía y alrededores) fue la oscilación intraestacional, una onda atmosférica que circula a lo largo de la línea ecuatorial, en ciclos de 30 a 60 días. Tiene una fase desfavorable a las precipitaciones y otra favorable, que al parecer coincidió con las lluvias en Bahía”, destacó a IPS, por teléfono desde São José dos Campos, sede de CPTEC a 100 kilómetros de São Paulo.
Ese fenómeno también se llama Oscilación Madden-Julian, por sus descubridores, Rolland Madden y Paul Julian, científicos del Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas, de Estados Unidos.
También pudo contribuir a las inundaciones de diciembre un calentamiento de las aguas del Océano Atlántico, similar al El Niño del Pacífico, produciendo más lluvias en el Nordeste brasileño, acotó Gan. Otros factores también pueden haber coadyuvado, matizó.
Los eventos extremos, como las lluvias torrenciales en Bahía y en otras partes, así como las sequías que han castigado a Brasil en las últimas décadas, no pueden atribuirse de forma aisalda a la crisis climática. Ya ocurrieron antes y están relacionados a otros factores conocidos.
“Pero su conjunto y la mayor frecuencia con que vienen ocurriendo si apuntan al cambio climático”, concluyó el físico con doctorado en Meteorología.