NAIROBI – Las algo más de dos hectáreas de tierra de Pascaline Chemutai, situadas en la región del Valle del Rift, el granero de Kenia, produjeron la última cosecha 115 sacos de maíz de 90 kilogramos cada uno. De ellos, 110 los vendió a comerciantes de Nairobi y de otro municipio cercano, a un precio pactado de 23 dólares cada uno.
En total, se embolsó unos 2500 dólares, una cantidad importante en su aldea. Con ese monto tendrá suficiente para alimentar a su familia de seis miembros y, además, para pagar las tasas escolares y otras necesidades básicas. Además de cultivar maíz, Chemutai vende leche a sus vecinos.
Esta agricultora de 45 años, que enviudó hace ocho años y tiene cinco hijos menores de edad, afirma que su vida como agricultora fue posible y se mantiene gracias a la llamada banca de mesa.
La banca de mesa es un mecanismo financiero básico que está marcando la diferencia en la vida de miles de mujeres rurales de Kenia y sus familias. Parte de una fórmula sencilla: las integrantes se reúnen una vez al mes o con otra frecuencia mayor o menor, y colocan literalmente su dinero sobre la mesa.
Lo acumulado queda inmediatamente a disposición de las integrantes en forma de microcréditos.
Los fondos colectivos sirven para proyectos e iniciativas que generen ingresos para las solicitantes, en un sistema colaborativo tan sencillo como eficaz.
“Mi marido se ocupaba de nuestra granja y se encargaba de todos los negocios relacionados con ella. Yo sabía cómo cultivar porque crecí cultivando la tierra, pero no tenía dinero para comprar semillas y fertilizantes ni conocimientos sobre la parte comercial de la agricultura”, explica a IPS.
Afortunadamente, un año antes de quedarse viuda, Chemutai se unió a un grupo de banca de mesa de la Organización de Mujeres Alegres (JOYWO, en inglés), una organización no gubernamental dedicada a la capacitación económica de las mujeres.
“Las mujeres conocían los grupos de ahorro de las aldeas, en los que las aportaciones se gastaban en artículos para el hogar, como tazas, platos e incluso ropa de cama. Ahora estamos aprendiendo a ahorrar y a pedir préstamos”, explica.
Sharon Alice Anyango afirma que el sencillo mecanismo de la banca de mesa, en el que un grupo de entre 10 y 35 miembros utiliza la potencia grupal para recaudar fondos ahorrando, colocando sus ahorros en una mesa y pidiendo préstamos inmediatamente, ha dado la vuelta a la exclusión financiera sistemática y sistémica de las mujeres.
“La banca de mesa está abordando los principales retos a los que se enfrentan las mujeres cuando tratan con los bancos y otras instituciones financieras. Cuando necesitaban garantías que no tenían para acceder a los préstamos bancarios, hoy consiguen recaudar fondos entre ellas”, dice Anyango, funcionaria del proyecto en el Ministerio de Servicios Públicos, Juventud y Género.
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La JOYWO, cuya jefa actual es Rachael Ruto, esposa del vicepresidente William Ruto, afirma tener un fondo rotatorio de al menos 27 millones de dólares en manos de sus aproximadamente 200 000 integrantes, repartidos en 1200 grupos bancarios de mesa en todo el país.
“Otras estimaciones indican que el movimiento de la banca de mesa es tan popular que, en conjunto, en los grupos de esos bancos de mesa de todo el país circulan entre 550 000 y 730 000 dólares aproximadamente”, afirma Anyango.
Explica que en este sistema colaborativo al principio solo participaban mujeres, pero cuando empezaron a acumular fondos, los hombres se interesaron.
“Los hombres vieron la magia”, asegura.
Ahora la fraternidad de los bancos de mesa permite la entrada de hombres, pero los estatutos de los grupos garantizan que al menos 70 % de los miembros y todos los puestos de liderazgo sean mujeres.
Chemutai detalla que su grupo de banco de mesa, formado por 20 participantes, cuenta actualmente con un fondo rotatorio de 30 000 dólares. En el último año ella ha obtenido préstamos por valor de 2000 dólares para financiar diversas iniciativas agrícolas y ganaderas.
“Las semillas, los fertilizantes, la mano de obra, los tractores y los servicios veterinarios, el salario de mi granjero y los piensos para mis vacas cuestan mucho dinero. Pido prestado al grupo y lo devuelvo, y este ciclo se repite cada año, y todas mis actividades funcionan sin problemas”, cuenta a IPS.
Algo importante, subraya, “la banca de mesa también me ha puesto en contacto con un mercado fiable”.
“Empezamos a relacionarnos con otros grupos de banca de mesa de otras partes del país, y así conseguí encontrar un mercado. Vendo todo mi maíz a otras mujeres de grupos de bancos de mesa de los condados (municipios) de Nairobi y Kiambu. Nunca habría conocido a estas mujeres si no fuera por la banca de mesa”, afirma.
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La historia de Chemutai confirma lo que investigaciones de organizaciones dedicadas a la alimentación en el mundo señalan: hay una alta probabilidad de que cualquier producto agrícola que compremos lo haya producido por una mujer. La contribución de las mujeres es esencial para la seguridad alimentaria de comunidades enteras y para la producción agrícola de muchas comunidades rurales y en desarrollo.
Pero coinciden esas investigaciones en otro hecho: las numerosas disparidades de género impiden a mujeres como Chemutai acceder a la financiación. Para la banca convencional, Chemutai no cuenta con ningún activo que pueda utilizarse como garantía, a pesar de contar con algo más de dos hectáreas de tierra, dado que se trata de un territorio ancestral.
Las investigaciones realizadas por instituciones privadas y agencias de las Naciones Unidas coinciden en destaca que cuando se garantiza a las mujeres agricultoras el mismo acceso que a los hombres a los recursos, servicios y oportunidades económicas de la comunidad, su producción aumenta, los beneficios económicos y sociales de la comunidad mejoran, y la desnutrición y la pobreza se reducen.
La agricultura sigue siendo el mayor sector de empleo para 60 por ciento de las mujeres en el África subsahariana, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
A pesar de su contribución a la agricultura, la financiación sigue siendo en gran medida poco asequible, disponible y accesible para las mujeres agricultoras.
En esta nación del este de África, donde el movimiento de los bancos de mesa se concentra más en las zonas rurales, las mujeres tienen ahora un salvavidas para financiar las actividades agrícolas con préstamos concedidos en condiciones favorables.
ED: EG