ZARAGOZA, El Salvador – Mientras deshierbaban la maleza en una parcela agrícola, varias campesinas salvadoreñas destacaron el empoderamiento económico que les ha traído un sistema de ahorro comunitario, con el que se volvieron más independientes financieramente y también más solidarias.
“La idea es poder ayudarnos entre todas, si necesitan un crédito, una nunca les dice que no”, explicó a IPS la presidenta del grupo de ahorro de la finca La Reforma, Enemesia Portillo.
Ese colectivo, conformado por 62 mujeres, fue creado en 2017 por campesinas que laboran en esa finca, que es a su vez parte de la Cooperativa El Espino, productora de café, ubicada en las faldas del volcán de San Salvador, en el municipio de Antiguo Cuscatlán, vecino a la capital salvadoreña.
La iniciativa busca que mujeres rurales se empoderen económicamente a través de estos grupos de ahorro comunitarios, y sean ellas quienes forjen su propio destino, una idea que está siendo impulsada desde 2012, gracias al apoyo de la organización humanitaria internacional Oxfam.
En ese esfuerzo también participan organizaciones locales, como la Federación de Cooperativas de la Reforma Agraria de la Región Central (Fecoracen), que desde 2017 ha aprovechado la red organizativa que tiene en varias zonas del país para promover esos grupos de ahorro.
“Casi todas son madres solteras, luchadoras, y no creo que se dejen dominar ya, el patriarcado aquí ya va quedando abajo”, agregó Portillo, de 53 años, casada, madre de cuatro hijos, varones y hembras.
Actualmente hay 104 grupos de ahorro en 11 municipios del departamento de La Libertad, y en tres de San Salvador.
En total participan 1700 mujeres y se benefician igual número de familias considerando que cada mujer representa a un grupo familiar.
Esas familias campesinas pueden tener acceso a un pequeño crédito de corto plazo, algo muy difícil de lograr en el sistema financiero nacional.
El monto de los créditos ronda los 150 dólares, a una tasa de interés de 10 %, en general, aunque el grupo de la finca La Reforma es de 20 %. Cada mes, el grupo otorga préstamos por unos 1000 dólares.
En general los préstamos se destinan para gastos en salud, compra de ropa, útiles escolares o electrodomésticos, entre otros, y tienen un plazo de un mes, aunque pueden otorgarse prorrogas.
“Recibir un préstamo en el sistema bancario es complicado, hay que presentar documentos como constancia de salarios, y nosotras como mujeres campesinas no tenemos esos beneficios”, explicó la secretaria del grupo, María Elsa Meléndez, durante una charla con IPS tras concluir la faena del día, en la que participaron otras cinco mujeres.
Su amiga y compañera Portillo, agregó: “Así como son las condiciones de nuestras asociadas, no nos prestaran en el banco. Por eso esta iniciativa sí funciona sobre todo en la zona rural”.
En este pequeño país centroamericano de 6,7 millones de habitantes, únicamente 30 % de la población tiene acceso a la banca, y solo 12 %, a un crédito, según reportó en 2019 uno de los principales bancos del país. La población rural alcanza a 38,3 por ciento del total, según el censo de 2019, y se estima que es la que está menos bancarizada.
Tanto Meléndez como Portillo, al igual que el resto de campesinas que conforman el grupo y la cooperativa, laboran en las faenas agrícolas, sobre todo las vinculadas a la producción de café.
Meléndez, una madre soltera de 40 años, también se dedica a la costura, haciendo remiendos de ropa, que le genera un pequeño ingreso extra para la economía de su familia, compuesta por su hija de ocho años y su madre.
La capacidad de ahorro anual de los colectivos de mujeres, en conjunto, es de 200 000 dólares en promedio.
Esfuerzo colectivo
Estos grupos están conformados por entre cinco y 26 mujeres, aunque los hay como el de la finca La Reforma, con 62 participantes, uno de los más numerosos, y por eso mismo, uno de los que más ahorros ha colectado: 14 000 dólares.
Son las propias participantes quienes ponen las reglas sobre el funcionamiento de su grupo en particular, de forma autónoma, que puede variar entre los grupos de ahorro.
Ellas establecen, por ejemplo, el rango de los montos que cada quien va a aportar, que en general va desde uno a 300 dólares.
También deciden el interés a cobrar por los créditos otorgados, que en promedio es de 10 %, una tasa más alta que la del sistema financiero, e incluso se definen temas como las multas que se imponen a las personas que lleguen tarde o no llegue a las reuniones.
Que la tasa de interés sea más alta que la cobrada por los bancos del país no es del todo una desventaja, porque al final del periodo, que va de enero a diciembre, se distribuye lo recaudado ese año entre todas las participantes del grupo, de forma equitativa.
También se redistribuyen otros ingresos, como los cobros de las multas y los obtenidos con actividades extras, como la venta de comidas o la realización de rifas.
“El interés obtenido junto a los otros ingresos es un bienestar para todas, se divide entre todas”, afirmó Portillo.
Esos encuentros se suelen realizar dos veces al mes, y ahí las participantes realizan sus aportes, que se van guardando en una pequeña caja metálica manejada por la tesorera del grupo.
Pero la llave para abrirla y cerrarla la posee otra persona, para dar confianza de que los fondos están debidamente protegidos.
En las reuniones también se aprueban los préstamos solicitados, y cada participante tiene una libretita para registrar esos datos, al igual que sus aportaciones personales.
Luchadoras mujeres campesinas
La idea de que mujeres rurales ahorren colectivamente ha tenido un buen desarrollo en el caserío La Esperanza, del cantón Mizata, del municipio de Teotepeque, también en el departamento de La Libertad, una comunidad asentada al borde del océano Pacifico.
Ahí Marta Nidia Menjívar, de 36 años, es una de las más entusiastas en los dos grupos de ahorro en los que participa, a los que dedica parte de su escaso tiempo.
Ella cosecha vegetales y hortalizas, como yuca, caña, camote (Ipomea batatas) y chile (pimiento) jalapeño, entre otros, todo orgánico, que cultiva en una pequeña parcela rentada y que vende en su comunidad.
También cría pollos y gallinas y cosecha más yuca en una cooperativa de la que también es socia.
Pero aún le alcanza el tiempo para generar otros ingresos, que suma al pequeño excedente que ahorra en los dos grupos.
“Hago de todo un poco, porque además de la parte agrícola hago pedicura, manicura, masajes y bisutería”, contó Menjívar a IPS, en el patio de su casa, durante un encuentro en que también participaron algunas de sus compañeras del grupo.
Ella trabaja la tierra junto a su esposo, con quien tiene dos hijos, de 13 y 17 años.
Mientras, Nancy Guzmán hace lo propio en el cantón San Sebastián Asuchillo, del municipio de Zaragoza, también en el departamento de La Libertad.
Aquí se han desarrollado cuatro grupos de ahorro, en uno de los cuales participa Guzmán, de 32 años, madre de un niño de 5 años.
“Todas tenemos que prestar 150 dólares, para tener derecho a la misma ganancia, pero si alguien quiere prestar más, se puede”, dijo Guzmán a IPS.
Su esposo trabaja en una fábrica, cerca de San Salvador, pero para generar más ingresos ella produce jaleas, sobre todo de fresa, las que vende en pequeños frascos, a dos dólares cada uno, en la comunidad y en un pequeño negocio de comidas en la capital salvadoreña.
“Ahora estoy pensando en desarrollar mi marca de jaleas”, precisó Guzmán, lo cual piensa lograr con el apoyo de una institución estatal que promueve el trabajo de los pequeños y medianos empresarios.
Por supuesto que también trabaja la tierra: produce pepinos y berenjenas, una actividad en la que la apoya su esposo cuando no está en la fábrica.
El propietario de la parcela donde trabajan no les cobra por el uso de la tierra, sino que le basta con que se mantenga limpia de malezas y sea productiva.
Con los 119 dólares que recibió como dividendos en 2020 por el grupo de ahorro al que pertenece, Guzmán y su esposo tuvieron para comprar una cama nueva.
Ahora se han fijado como meta obtener un dividendos 1000 dólares al final de 2021,un dinero con el que pretenden ayudarse para comprar una motocicleta.
El objetivo es que su esposo pueda desplazarse sin problemas de transporte del trabajo a la casa. De ese modo él pueda estar más vinculado al trabajo agrícola que ambos desarrollan.
“Tenemos la esperanza de que lo vamos a lograr, ese es nuestro objetivo este año”, finalizó convencida de que su meta es realizable.
ED: EG