MADRID – Los resultados electorales en Alemania arrojan una configuración del Bundestag en numerosos aspectos ajustada a lo que los sondeos de las últimas semanas hacían prever. La batalla por la victoria electoral se resolvió por un margen estrechísimo a favor del SPD.
También acertó la demoscopia al predecir avances moderados para los liberales y significativos para los verdes, así como al aventurar la probable necesidad de una coalición tripartita. La sorpresa la dio, sin embargo, la izquierda radical (Die Linke), que perdió la mitad de sus votantes, algo que ningún estudio de intención de voto fue capaz de detectar.
Los resultados en bruto nos permiten constatar, a primera vista, tres realidades. En primer lugar, el retroceso de las opciones políticas extremistas –a la debacle de los comunistas se suma el retroceso de dos puntos de Alternativa para Alemania (AfD)– y una apuesta del electorado por partidos centristas.
El segundo, la huida en masa del tradicional electorado de la CDU, que ha cosechado el peor resultado de su historia, no tanto por su programa electoral ni por la gestión durante la última legislatura (Merkel es tras 16 años de gobierno la líder política mejor valorada); los votantes simple y llanamente querían evitar aupar a la cancillería a un Armin Laschet que no inspira confianza ni a propios ni a ajenos.
Y, tercero, que el SPD ha sabido aprovechar en la figura de Olaf Scholz la debilidad de liderazgo de los conservadores: su serenidad, profesionalidad y pragmatismo, rasgos asociados durante 16 años a Angela Merkel, le hicieron ser percibido como heredero natural de la grande dame de la política alemana.
Los jóvenes se alejan de los partidos populares
El análisis pormenorizado de la masa de datos que toda jornada electoral arroja abre la puerta a interpretaciones más matizadas, cuyos resultados deben preocupar y mucho a los antiguos partidos populares de centro-derecha y centro-izquierda.
En términos demográficos, se percibe el creciente distanciamiento de los jóvenes de los partidos populares tradicionales. Si la CDU obtuvo, en un cómputo global, uno de cada cuatro votos depositados en las urnas, entre los electores comprendidos entre 18 y 34 años la proporción se redujo a escasamente uno de cada ocho votos.
En la misma franja de edad, el FDP alcanzó el pasado domingo un 18 %, con una subida de seis puntos respecto a las elecciones anteriores. Un escenario análogo, aunque de menor crudeza, se dibuja entre SPD y Los Verdes. Solo 16 % de los menores de 35 años han votado rojo, frente a 22 % que lo ha hecho en favor del partido ecologista.
La insatisfacción con los partidos tradicionales de aquella generación de votantes que tiene su vida todavía por delante no ha encontrado su tubo de escape en una radicalización a favor de los extremos del espectro político. Más bien estamos asistiendo a una rotura con los partidos mainstream sin abandonar el centro.
Frente a los previsibles programas “de siempre”, se reclaman agendas serias para un futuro sostenible. El hecho de que los electores germanos hayan convertido a liberales y verdes en socios necesarios en el seno de cualquier tripartito denota inteligencia y madurez de una sociedad que reclama aprovechar el próximo lustro para asentar las bases legislativas de un progreso sostenible como país.
Los intereses del tejido empresarial, que genera empleo y crecimiento y que están representados en el FDP, deberán necesariamente alinearse con políticas de protección del medioambiente defendidas por los Verdes. De este modo, ambos partidos bisagra actuarán como mecanismo de pesos y contrapesos en pro de los intereses de las generaciones futuras.
CDU y SPD deberán entender que los partidos liberal y ecologista son, a ojos de las generaciones jóvenes, versiones adaptadas al presente y futuro de los tradicionales partidos populares. Por ello harán bien en tenderles la mano –como están haciendo– para que las nuevas mayorías en el Bundestag acaben representando un verdadero consenso intergeneracional a nivel político y social.
El este de Alemania, bastión de la AfD
Una segunda lectura de los resultados en clave geográfica lleva a constatar la persistencia de una profunda brecha entre oeste y este respecto de la extrema derecha. Con la salvedad de la cosmopolita Berlín, la AfD roza o supera 20 % de votos en todos los “nuevos” Estados federados; en Turingia y Sajonia ha sido el partido más votado.
Mientras los comunistas han sufrido su desgaste sobre todo en el este (han perdido siete puntos frente a los cuatro a nivel nacional), la derecha radical se ha consolidado allí como un verdadero partido popular con 19,1 % (20,5 % en 2017).
La discriminación en términos de oportunidades educativas y laborales, y de prosperidad económica, sigue percibiéndose en la antigua RDA como deuda no saldada de la reunificación política. Se culpa de ello a los que desde Berlín no hicieron lo suficiente ni lo correcto.
No es de extrañar, pues, que los cuatro partidos de centro, que conformaron los gobiernos federales entre 1990 y 2021, y que están llamados a hacerlo también en los cuatro próximos años, alcanzasen en el este peores resultados que en el oeste. La reunificación social de la nación germana está lejos de haberse alcanzado y se antoja, a tres décadas de la caída del Muro de Berlín, como el reto más acuciante para Alemania.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
EV: EG