GINEBRA – El activista humanitario Santiago Ávila, de 33 años, director de Jóvenes contra la Violencia, una oenegé que defiende a niños y jóvenes ante las pandillas en Honduras, ha ganado la edición 2021 del premio Nansen que otorga la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Se trata de “un “trabajador social comprometido con evitar que otros sufran a misma violencia que marcó su vida”, indicó la agencia al anunciar el galardón este miércoles 29 en su sede en esta ciudad suiza.
Hace 11 años Santiago era un veinteañero que solo tenía en mente la música, pues era cantante de una banda de heavy metal en Tegucigalpa, hasta que explotó esa burbuja: su hermano menor Mauricio, de 16 años, fue brutalmente asesinado por una pandilla después que un familiar no pagase una deuda con uno de los rufianes.
Por desgracia, los problemas de la familia no terminaron con la muerte de Mauricio. Poco después, al golpear a un pandillero que asaltó a su novia, el tercer hermano de Santiago rompió el código de conducta no escrito que reina en los vecindarios gobernados por las pandillas.
Por temor a sufrir represalias, la familia Ávila abandonó su hogar en Nueva Capital, un vecindario en Tegucigalpa. Primero, se dirigieron a una región alejada dentro de Honduras; luego, se trasladaron al extranjero.
La violencia endémica ha desplazado, por lo menos, a 247 000 personas dentro del país (dos de cada tres son menores de 30 años), y se estima que 185 000 personas lo han abandonado por ese motivo.
Santiago dijo que “sentí que era muy cobarde simplemente irme, sin tratar de hacer algo por otras personas”.
Poco después de la muerte de su hermano regresó a Tegucigalpa y ayudó a fundar Jóvenes contra la Violencia, que crea espacios seguros en los que los niños y adolescentes de seis a 20 años en situación de riesgo pueden escapar de la presión de los grupos criminales.
En la década transcurrida desde su fundación, Jóvenes contra la Violencia pasó de ser un desorganizado grupo que se reunía en cafeterías para diseñar estrategias sobre cómo romper el aparentemente interminable ciclo de la violencia, y se convirtió en una prominente y respetada organización.
El grupo en primer lugar ofrece sentido de pertenencia a los jóvenes cuya vida familiar tumultuosa o deprimente perspectiva de futuro les coloca como reclutas idóneos para pandillas que les ofrecen estatus y dinero fácil.
Alrededor de 400 voluntarios van a las calles de peligrosas ciudades y vecindarios en Honduras para sumar niñas, niños, adolescentes y líderes comunitarios a la organización, la cual ofrece una gran variedad de actividades deportivas, sesiones de orientación y actividades para fortalecer el tejido comunitario.
Además, se acercan a las familias al borde del desplazamiento forzado, del tipo que enfrentaron los Ávila, y, tras mediar con líderes respetados de la comunidad, interceden para que no tengan que abandonar su hogar.
En 2019, el activismo y cabildeo de Jóvenes contra la Violencia contribuyó a la adopción de la Ley de Control de Armas de Fuego, Municiones, Explosivos y Similares en el país centroamericano.
Desde 2020 impulsan que el Congreso Nacional discuta una ley sobre el desplazamiento forzado.
En 2018, Jóvenes contra la Violencia ganó el Fondo de Iniciativa Juvenil de Acnur y desde 2020 se convirtió en socio de esa agencia en sus programas para jóvenes en las escuelas y comunidades de mayor riesgo en Honduras.
El premio Nansen es una distinción para personas, grupos u organizaciones que van más allá de la obligación de proteger a personas refugiadas, desplazadas y apátridas. Lleva el nombre del explorador noruego Fridtjof Nansen, comisionado para los refugiados de 1921 a 1930 en la Sociedad de las Naciones.
Tiene una remuneración de 150 000 dólares, donados por Noruega y Suiza, para financiar algún proyecto de ayuda a personas desplazadas. El año pasado lo ganó la activista colombiana Mayerlin Vergara, de la Fundación Renacer, que ayuda a niñas y jóvenes desplazadas y migrantes de Venezuela.
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