RÍO DE JANEIRO – “Los alumnos volvieron asustados, apáticos, con una tristeza profunda”, observó la profesora Soraya Félix al reencontrarlos en centro educativo de Manaus, tras 14 meses alejados por la covid-19.
El desaliento es uno de los estragos de la pandemia en la educación, que en Brasil ya padece de crónicas deficiencias, agravadas por la gestión reaccionaria de un gobierno de extrema derecha, que en dos años y medio ya tuvo cuatro ministros de Educación.
El contraste con “la alegría de antes” es lo que más impactó a la profesora de biología en la enseñanza secundaria de la capital del estado Amazonas, el que sufrió de la forma más trágica la pandemia en Brasil.
Muchos alumnos perdieron a sus padres, familiares o amigos. Otros tuvieron que trabajar informalmente para contribuir al ingreso familiar ante el desempleo de sus padres a causa de la pandemia.
La primera explosión de muertes en Manaus, en abril-mayo de 2020, anunció el tamaño de la tragedia en el país. En enero de 2021 la falta de oxígeno provocó otros centenares de muertos en los hospitales, generando otro trauma nacional.
Más de 500 enfermos fueron trasladados por avión a otros estados, lo que pudo haber contribuido a la diseminación de una variante del coronavirus, más contagiosa y letal, surgida en Manaus.
En los 17 meses y medio de pandemia en Brasil, Manaus registró hasta el 15 de agosto un total de 9431 muertes, es decir 425 muertos por 100 000 habitantes, muy por encima del promedio nacional de 268, en un país con más de 20 millones de contagios hasta ahora y casi 600 000 decesos.
La profesora Felix vivió ese drama embarazada de su segunda hija, nacida en noviembre. Una preocupación adicional en un país donde la covid ha dejado numerosas víctimas entre mujeres encinta y bebes recién nacidos. Ella sintió también, como madre de una niña de ocho años, la falta que hace la apertura de las escuelas.
Algunos de sus alumnos no disponían de conexión a internet y su centro, el Colegio Amazonense Dom Pedro II, solo cuenta con dos computadoras para el uso de 30 profesores. Esas carencias ocurren en un barrio de clase media, relativamente privilegiado en comparación con las periferias pobres de la ciudad.
El aprovechamiento en las clases virtuales, adoptadas desde el inicio de la pandemia hasta mediados de mayo de 2021, es “muy pequeño”, evaluó Félix. El teléfono celular es el medio usado por casi todos los alumnos.
No ha sido peor porque la Secretaría de Educación del Amazonas creó desde 2007 el Centro de Medios de Educación que difunde clases por televisión y establece una comunicación interactiva con los alumnos.
La iniciativa busca suplir carencias de escuelas bien equipadas y de profesores en el interior del estado, con muchas comunidades alejadas de las ciudades y solo accesibles por los ríos.
“Fue muy positivo disponer de ese recurso”, que incluso se replicó en estados con mejores infraestructuras y enseñanza, como São Paulo, comentó la profesora a IPS por teléfono desde Manaus.
Las clases presenciales se reanudaron a fines de mayo en el estado de Amazonas, pero en forma “híbrida”. Cada grupo se dividió en dos, la mitad con clases en la escuela un día y remotas al día siguiente. Se volverá a la normalidad, con todas las clases, de hasta 50 alumnos, plenamente presenciales, el 23 de agosto.
Llovió sobre mojado
La pandemia agravará mucho los males de la enseñanza brasileña, evalúan los especialistas. Se acentuarán la desigualdad en la educación y por ende en los ingresos de la vida profesional futura.
En este país sudamericano de dimensiones continentales y de 213 millones de habitantes, la población estudiantil alcanza los 47,5 millones, según el censo de 2020. De ellos, 26,7 millones en educación primaria, 12,3 millones en secundaria y 8,5 millones en superior.
Solo 64,7 por ciento las escuelas municipales, los centros públicos que atienden la mayor parte de los estudiantes de la enseñanza primaria, disponen de conexión por internet, contra 97,6 por ciento las escuelas privadas del mismo segmento, según el censo escolar de 2020, realizado en marzo de ese año, antes del cierre de los centros educativos.
En Brasil los hijos de las capas de mayores ingresos estudian en colegios privados y en las universidades públicas. Es decir, frecuentan la mejor enseñanza básica, cuyos altos costos pueden pagar, y así se califican para la mejor enseñanza superior gratis, poco asequible a los de bajos ingresos de las escuelas públicas.
La pandemia tiende a empeorar esa perversa ecuación. Además de mejor equipadas para las clases digitales, las escuelas privadas están volviendo a las clases presenciales antes de las públicas.
La desigualdad es brutal también entre los estados ricos y pobres. Mientras en el Distrito Federal, asiento de Brasilia, 42 por ciento de las escuelas públicas ofrecieron acceso a internet gratis a sus alumnos en sus casas, en Rôndonia, otro estado amazónico, solo aportaron este beneficio 0,5 por ciento del total de centros.
El cierre de las escuelas añade otro daño perverso. El programa de alimentación escolar, que ofrece por lo menos una comida diaria en la red pública de enseñanza primaria y secundaria dejó de hacerlo regularmente, lo que agravó la inseguridad alimentaria entre los pobres, así como la desnutrición infantil.
Además hay cursos afectados por sus necesidades específicas.
Tereza Pezzuti se pregunta cómo se graduará en Veterinaria el próximo año, sin las clases prácticas, de laboratorio, que están suspendidas. No se imagina ser una profesional solo con clases teóricas.
Es alumna del Instituto Federal Sur de Minas Gerais, en el campus de Muzambinho, una ciudad de 20 500 habitantes en el sureste de Brasil. Sigue las clases virtuales desde la casa de su madre, en Campinas, a 220 kilómetros. “Mi impresión es que no estoy aprendiendo nada”, dijo a IPS por teléfono desde esa ciudad.
El retorno a las clases presenciales está previsto para marzo de 2022, el inicio mayoritario del próximo curso, cuando a su juicio “ya deberían haberse reanudado”.
Brasil logró prácticamente universalizar la enseñanza primaria, de nueve años (entre seis y 14 años), en las últimas décadas. Pero hay un consenso de que su gran déficit es de calidad.
Eso se refleja en la baja clasificación del país en el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (Pisa, en inglés), de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
En la edición de 2018 Brasil quedó en la 57 posición entre 76 países en lectura, mientras está entre los 12 últimos lugares en matemática y ciencias. La evaluación se basa en estudiantes de 15 años y se hace cada tres años.
En América Latina, Brasil supera Argentina, Panamá y República Dominicana, pero pierde frente a Chile, Uruguay, Costa Rica, México y Colombia.
Bolsonaro retrógrado
El desastre debe intensificarse no solo por la funesta gestión de la pandemia, viciada por el negacionismo del presidente Jair Bolsonaro y sus adeptos a la covid, sino también por los cambios impuestos en la misma educación por el actual gobierno.
El primero titular del Ministerio de Educación de Bolsonaro fue Ricardo Velez, un teólogo colombiano naturalizado brasileño. Permaneció solo tres meses y cayó tras pedir a los directores de los centros educativos que filmasen a sus alumnos mientras cantaban en filas el himno nacional y enviases los videos al ministerio para su control.
Su sucesor, el economista Abraham Weintraub duró más tiempo, 14 meses, y debió renunciar después de ofender a las universidades, calificándolos de centros “alboroto” y drogadictos. Además, actuó más bien como activista de extrema derecha que ministro, reclamando la prisión para los jueces del Supremo Tribunal Federal, por ejemplo.
Luego llegó el economista Carlos Alberto Decotelli, nombrado el 25 de junio de 2020, quien renunció cinco días después tras conocerse que había falsificado su currículo, donde incluía un doctorado y un posdoctorado que no había realizado.
Fue reemplazado entonces por el pastor presbiteriano y teólogo Milton Ribeiro, que repite opiniones ultraderechistas y una gestión religiosa contra las universidades y la ciencia.
Afirmó, por ejemplo, que no puede haber izquierdistas como rectores universitarios y que es justo que las universidades sean para “pocos” y para los ricos porque ellos pagan impuestos.
Los recortes presupuestarios asfixian universidades y el Examen Nacional de la Enseñanza Media, un concurso para ingreso a las universidades públicas, realizado el 24 de enero de este año, registró 55,3 por ciento de abstención entre los más de cinco millones de estudiantes inscritos. “Un éxito”, sostuvo el ministro.
ED: EG