RÍO DE JANEIRO – Brasil sufre con amargura un trágico fracaso en su batalla contra la pandemia en dos frentes. Además del coronavirus, tiene que enfrentar la acción contracorriente del presidente Jair Bolsonaro y el peso de su liderazgo.
En vísperas de que el país acumule medio millón de muertos por la covid-19, el presidente de extrema derecha sigue negando las recomendaciones de epidemiólogos e infectólogos. En su charla por redes sociales de cada jueves sostuvo el día 17 que “quien contrajo el virus está inmunizado”.
El contagio inmuniza “incluso de forma más eficaz que la misma vacuna”, aseguró y se incluyó entre los “vacunados” por haber tenido la covid-19 en julio de 2020, sin gravedad.
No es lo que enseñan los especialistas y tampoco la realidad. Ya se conocen muchos casos de reinfección, incluso algunos muertos. Las variantes del coronavirus SARS-CoV-2 hacen más temerario aún confiar en la protección del contagio.
Pero es esa creencia en las ventajas de la inmunización por la infección que orienta las actitudes de Bolsonaro ante la pandemia, de oposición a las medidas preventivas, como el distanciamiento social y las mascarillas que raramente usa en sus reuniones de trabajo o con sus adeptos, así sea en aglomeraciones.
Anunció hace dos semanas, por ejemplo, que firmará un decreto para abolir el uso obligatorio de mascarillas para los vacunados y los que ya tuvieron covid. Luego pasó la responsabilidad al ministro de Salud, Marcelo Queiroga, quien le prometió un estudio sobre la conveniencia de la medida, antes de adoptarla.
El ministro, en el cargo desde marzo, ya declaró necesaria la mascarilla, así como el distanciamiento interpersonal, como medidas indispensables para combatir la pandemia. También reconoció como ineficaces los medicamentos de un supuesto “tratamiento precoz” muy difundido en Brasil.
Son criterios que le costaron el cargo a dos de sus antecesores, que intentaron adoptar una gestión de acuerdo con el conocimiento científico, en el inicio de la pandemia, y chocaron con el presidente.
Gobernadores y alcaldes están destruyendo empleos y dejando los trabajadores sin ingresos, sumidos en la pobreza, arguye Bolsonaro, sin considerar que la pandemia misma impide la normalidad económica, ante una propagación la mortalidad que amenaza los consumidores y los saca del mercado.
Bolsonaro sigue defendiendo el tratamiento precoz con la cloroquina, un medicamento contra la malaria, el antihelmíntico ivermectina, un antibiótico e incluso un anticoagulante. Estudios comprobaron que no son eficaces contra el coronavirus y pueden provocar daños al corazón y al hígado, incluso mortales.
La Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) que busca identificar “acciones y omisiones del gobierno” que contribuyeron a la mortandad por covid-19 en Brasil, instalada en el Senado el 27 de abril, ya acumuló testimonios y documentos que apuntan la opción presidencial por esos medicamentos como un factor que retardó la compra de vacunas por el Ministerio de Salud.
Bolsonaro sigue menoscabando las vacunas, al considerarlas todavía unos “experimentos” y “de eficacia no comprobada”. Dijo que “será el último a vacunarse”, negándose a hacerlo como ejemplo para estimular la participación en el programa de inmunización.
Brasil solo vacunó 11,4 por ciento de su población de 213 millones de personas con las dos dosis. La primera ya alcanzó 28,5 por ciento, mientras los países más avanzados, como Israel, Reino Unido, Estados Unidos, Chile y Uruguay ya lo hicieron con más de mitad.
El abierto rechazo a algunas vacunas y la falta de respuesta a otras propuestas hechas al gobierno de Bolsonaro parecen explicar la lenta vacunación en Brasil, debida a las pocas dosis adquiridas. Millones de brasileños esperan la retrasada aplicación de la segunda dosis por falta de vacunas.
Esa carencia y las medidas de aislamiento y distanciamiento social cada día más flexibles, y que nunca fueron rigurosas, explican el recrudecimiento de la pandemia en Brasil.
Los datos del Ministerio de Salud apuntan 496 004 muertes hasta el 17 de junio. El medio millón debe alcanzarse en dos días más, ya que el promedio diario sobrepasa los 2000 y está en aumento desde hace dos semanas.
Los casos diagnosticados ascendían a 17,7 millones, pero son muy inferiores a la realidad, reconocen los especialistas, ya que el país también renunció a las pruebas masivas y a la atención básica para la busca activa de contagiados y su aislamiento.
La postura de Bolsonaro boicotea un seguimiento masivo de las recomendaciones epidemiológicas, de mantenerse en aislamiento el mayor tiempo posible, de distanciamiento interpersonal y otros cuidados, como lavarse las manos y usar mascarillas.
Hace algunos meses, el gobernante amenaza con movilizar los militares para impedir que gobernadores de estados y alcaldes impongan restricciones a la circulación de las personas y a las actividades económicas. Es inconstitucional, según él, porque viola “el derecho de ir y venir” de los ciudadanos.
Por dos veces pidió al Supremo Tribunal Federal anular el toque de queda nocturno adoptado por algunos estados. Es, asegura, una medida que solo el gobierno central puede dictar de acuerdo a la Constitución. Pero la máxima corte rechazó su planteamiento.
Gobernadores y alcaldes están destruyendo empleos y dejando los trabajadores sin ingresos, sumidos en la pobreza, arguye Bolsonaro, sin considerar que la pandemia misma impide la normalidad económica, ante una propagación de la mortalidad que amenaza los consumidores y los saca del mercado.
El mandatario no escuchó su propio ministro de Economía, Paulo Guedes, que frecuentemente declaró que solo la vacunación masiva permitiría una recuperación económica.
La prédica presidencial, sin embargo, moviliza los empresarios del comercio y los servicios, interesados en reanudar sus actividades, ante la acumulación de deudas y la reducción de los ingresos. Muchos trabajadores también acogieron esa lógica suicida.
Eso podría explicar la popularidad que mantiene Bolsonaro, con 24 a 30 por ciento de las respuestas “bueno o excelente” para su gobierno en las encuestas más recientes, pese a que la mayoría lo considera responsable de gran parte de las muertes por covid. “Genocida”, es el apodo más común con que le critican en las protestas.
La inmediata acogida a la Copa América de fútbol, que Colombia y Argentina habían rechazado realizar por razones sanitarias y por eso tiene lugar en Brasil del 13 de junio al 10 de julio, refleja bien la actitud de Bolsonaro en relación a la pandemia.
Restablecer plenamente las actividades, pese a las advertencias y los datos que apuntan a una tercera ola de la covid en el país, es la consigna. Además el fútbol es una de las mejores armas para cultivar la popularidad, una lección de la dictadura militar (1964-1985) que aprovechó la Copa Mundial de 1970, la tercera conquistada por Brasil, para legitimarse.
La crisis sanitaria ahora es grave porque el sistema sanitario brasileño está agotado después de 15 meses de epidemia y con una nueva ola empezando de un nivel ya abrumador, con cerca de 2000 muertes diarias y gran parte de los hospitales en el límite de su capacidad, muchos sufriendo la escasez de médicos y enfermeros capacitados.
Brasil corre el riesgo de ser, dentro de pocos meses, el país con mayor cantidad de muertos en términos absolutos, sobrepasando a Estados Unidos, con un total de 600 934 el 17 de junio.
La esperanza es que la vacunación se acelere en los próximos meses, ahora que se diversificaron las compras. Además de la china Coronavac (de la empresa Sinovac) y la anglosueca de AstraZeneca/Oxford, empezaron a llegar la estadounidense Pfizer y la rusa Sputnik V.
Pero la experiencia chilena enseña que el avance de la vacunación no impide nuevos brotes de la covid, si no se cumplen las medidas de prevención no farmacológicas.
ED: EG