“Esta es una crisis sin solución rápida que podría tardar años en resolverse a menos que se realicen esfuerzos concertados para abordar sus causas fundamentales”, asegura Manuel Fontaine, director de Programas de Emergencia del Fondo de las Naciones Unidas par la Infancia (Unicef).
Fontaine se refiere a la crisis de los refugiados rohinyás, uno de los desplazamientos forzados de personas más grandes y de más rápido crecimiento en la historia humana reciente. Desde agosto de 2017, cerca de un millón de refugiados de esa minoría musulmana han huido de Myanmar (Birmania) y se han refugiado en Bangladesh.
Los rohinyás son uno de los grupos de personas más discriminados de mundo, si no es el más”, ha asegurado en varias ocasiones el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres.
Aglomerados en el distrito de Cox’s Bazar en la frontera de Bangladesh con Myanmar, en el golfo de Bengala, los refugiados rohinyás de hace tres años se unieron a los 200 000 que ya habían huido años antes.
En la actualidad, alrededor de 860 000 refugiados rohinyás apátridas viven en el campo de refugiados más grande y densamente poblado del mundo, Kutupalong. De los cerca de un millón de refugiados que alberga actualmente Bangladesh, aproximadamente la mitad son niños.
La mayoría provienen de la región birmana de Rakhine, donde se ubica el mayor porcentaje de la minoría musulmana en ese país asiático, y donde en 2017 el ejército perpetró una masiva ofensiva contra su población, que especialistas han calificado como una auténtica “limpieza étnica”.
Shipra Das, de 40 años, uno de los miembros fundadores y secretario general de la Fundación Bidyanondo, dijo a IPS que “en el campo de rohinyás, el más grande de refugiados del mundo, viven aproximadamente 1,1 millones de personas”.
“Entre ellas, más de 10 000 mujeres están embarazadas, la mayoría de ellas víctimas de violación. Estas mujeres dan a luz en los asentamientos de refugiados afectados por la pobreza en Bangladesh”, precisó sobre uno de los problemas más urticantes y de los que menos se habla sobre la situación de las mujeres rohinyás.
Das informó que han estado trabajando para empoderar a las mujeres con conocimientos y experiencia y agregó que “hemos tratado de cerrar la brecha en la desigualdad de género, disminuir la violencia de género, y aliviar la mentalidad preexistente”.
“El proceso no fue fácil y porque no aceptaron fácilmente la ayuda”, reconoció.
Según Das, los principales desafíos que enfrentaron mientras trabajaban con las mujeres rohinyás en los campamentos fueron factores de confianza, el trabajo femenino visto como un tabú, decretos religiosos intensificados en el asentamiento, y reacciones violentas tanto a la labor de las organizaciones sociales como a los cambios en las mujeres.
Das y el resto del equipo de su fundación trabajan principalmente con mujeres y niños. Primero comenzaron su trabajo en los campamentos distribuyendo alimentos. A pesar de las amenazas de los dirigentes varones en los diferentes asentamientos, continuaron con la distribución de alimentos.
“Durante el tiempo de distribución de alimentos, le aconsejé a nuestro equipo que fuera de puerta en puerta. Vimos que otras fundaciones estaban distribuyendo alimentos en el campo. Los ancianos, las mujeres y los niños quedaron fuera y no pudieron luchar para recibir alimentos”, narró.
Explicó que “las madres de los hogares estaban felices de ver que sus hijos recibían alimentos y, gradualmente, los miembros masculinos del hogar también comenzaron a reaccionar de manera positiva”.
El siguiente paso después del proyecto de distribución de alimentos fue lanzar un proyecto educativo. `
“En 2018, establecimos un centro de artesanía en el campamento Jamtoli Rohinyá-15”, comentó Das.
A las mujeres del campamento 15 se las capacitó en la fabricación de artesanías, ropa, mascarillas y más. Los centros de formación están situados en zonas seguras y las mujeres que reciben formación pertenecen a un rango de edad diverso. Los aprendices incluyen víctimas de violación, mujeres embarazadas, viudas, divorciadas y jóvenes.
Una de estas aprFendizas, que ahora es una operaria que recibe un ingreso por su trabajo, Fatima, de 24 años, contó cómo fue el proceso de capacitación, no exento de momentos difíciles.
“Me golpearon e magullaron. Solía esconder mi rostro y faltar al entrenamiento porque mi esposo no quería que saliera de casa. Pero luego se enfermó y todos pasábamos hambre. Ahora completé mi curso de formación”, explicó.
Con voz de orgullo aseguró que “la compra semanal de mi hogar se hace con el dinero que gano de los centros Bidyanondo”.
“Al verme, algunas otras mujeres se unieron al entrenamiento y nuestros hijos ahora están recibiendo educación”, añadió, antes de contar que tiene un sentimiento de éxito, nuevo para ella, y que observar a otras mujeres rohinyás romper las barreras y ganarse la vida le da el impulso para seguir adelante.
Los centros de formación de la Fundación Bidyanondo han ayudado a que cientos de mujeres rohinyás sean económicamente independientes, porque la totalidad de los ingresos obtenidos por el trabajo en los talleres de la fundación se reparten entre ellas.
Las mujeres de los campamentos viven en entornos hostiles y una presión implacable debido al desplazamiento de las familias, lo que ha provocado inquietud, estrés y violencia.
A pesar de los desafíos, las mujeres siguen trabajando como operarias de primera línea para mantener a sus familias y comunidades, subrayó Das.
Si estas mujeres pueden capacitarse gradualmente y aprender a ganarse la vida y sus hijos pueden recibir educación básica, entonces poco a poco podrán salir de la pobreza e ir superando los estereotipos sobre ellas en la comunidad, dentro y fuera de los campos de refugiados.
T: MF